lunes, 30 de agosto de 2010

The Face (veintiséis) (Tercera Inclinación)



Ha sido largo y caluroso este verano. Eterno por momentos y poco exquisito en otros. Aún así he descubierto con el paso de los días que en el género humano existen tres especies bien diferenciadas y con características propias. El hombre, la mujer y el poeta.

El hombre es un ser mentiroso, envidioso. Se arrima siempre al sol que más calienta e inventa perjuicios a imagen y semejanza. Suele ser simpático. Saluda a todo el mundo con esa sonrisa medio vertical medio insulsa. Habla de fútbol, de comidas, de negocios cojonudos y hasta algunos suelen quejarse sin argumentos convincentes. Reportan muy poco, y si alguno es capaz de hacerlo, estarás hipotecado toda la vida.

La mujer es ruin, falsa, víbora. Cazadoras de pitos, debería ser una especie en extinción. Vive de los cotilleos, comentarios y revistas del corazón que intentan aplicar a su propia vida. ¿Creen ustedes que existirían la prensa y las revistas rosas si no existieran las mujeres? Aparentemente son inteligentes (sólo en apariencia). Siempre acabas descubriendo el pastel. Un pastel sin nata montada ni crema pastelera. Una tarta con los ingredientes caducados.

El poeta no es ni hombre ni mujer. Dentro de este género existen los que están más cerca de los hombres y las mujeres que de la propia esencia del género. Son los no poetas.

Otro descubrimiento ha sido aquel en el que alcanzas a ver la bajeza del género hombre o mujer. Si un amigo te cuenta una cosa y te dice que guardes el secreto, y que mientas si es preciso para que no salga a la luz, lo haces. No sabes que estás desestabilizando la especie, y las consecuencias desde eso momento son imprevisibles.

Debes decir siempre la verdad, aunque duela. Debes definirte. Mentir para defender a un amigo es el favor más flaco que le haces a tu amigo.

Este verano me pasó una anécdota al respecto. Preguntamos a un hombre una serie de cosas sobre un amigo suyo (había hecho grandes putadas) y fue capaz de mentir por él. Pero lo curioso del tema fue su rostro y su expresión. Estaba mintiendo, y su cara se estaba iluminando por momentos y a veces era incapaz de articular palabras consecuentes. Pero soportó el interrogatorio hasta el final falsamente.

No creímos nada de lo que decía, pero él estaba orgulloso. Acto seguido, este hombre, al descubrir lo que había hecho, se reunió con un grupo de amigos (los amigos de mis amigos nunca serán mis amigos) y planearon una estrategia mucho más convincente para disponer de recursos capaces de convencer. Eso es un hombre.

En Canora sólo habitan los poetas. En Siltolá también. El examen de ingreso no tiene palabras. Basta una leve mirada para descubrir unos ojos. Los ojos del poeta.


sábado, 28 de agosto de 2010

The Face (veinticinco) (Tercera Inclinación)



Hoy recuerdo enormemente a Trapiello. Debes darte cuenta que tus armas son las letras. Y aunque deteste pararme a hablar con unos y con otros, conversaciones absurdas, después piensas y escribes. La respuesta se realiza en las palabras.

He mantenido una larga y profunda conversación con mi hija mayor. El motivo no era otro que su decisión académica. He querido ser Herodes, pero también descubro que la elección que has realizado en tu vida te la tienes que comer con patatas. En otra vida me pido ser Herodes. En otra vida creo que disfrutaré, por fin seré feliz.

Además de definirte, es necesario tener presente una serie de máximas recomendables. La primera proviene del padre de Pepe Moreno. Abogado de profesión dejó muy claro a su hijo que “el cliente cambia pero los compañeros no”. La utilizo añadiendo algunas adendas. Por ejemplo que “los conocidos cambian pero los amigos no”.

A pesar de todo esto, cada vez me cuesta mucho más entablar una conversación profunda. Lo habré aprendido de dios. Tan artificial y falso como los macarrones. Siempre deben ser aderezados.

Otra máxima presente es aquella que indica que “los amigos de tus amigos nunca serán tus amigos”. Elemental y verdadero. Si hablar cuesta, soportar caras de gilipollas y sus palabras mucho más. Mi arma sigue siendo la palabra. Y, aunque parezca extraño, en alguna ocasión le he dicho a alguien que he encontrado, “Te respondo esta noche, ya sabes, léeme”. Original o no, pero cierto.

Odio a aquellos que hacen lo imposible para evitar pagar. Guardo silencio pero escribo. Lo del presidente ese de la comunidad era real, tan real como un matadero extremeño. Pobrecillo, que malaleche tiene. Y que poca clase.

En la otra vida seré Herodes. Los lunes, miércoles y viernes. Los martes y jueves Salomón. Los sábados Neptuno. Y los domingos descansaré.

En la otra vida elegiré cada una de las palabras pronunciadas y en el tiempo real y verdadero. Dejaré de ver el atardecer y el romanticismo lo envasaré al vacío. Y la pena, ¡ah la pena! La pena me la como, como los penne, pero sin aderezar.


viernes, 27 de agosto de 2010

The Face (veinticuatro) (Tercera Inclinación)



Tengo buenos amigos. La mayoría me quiere y me respeta. Acabo de ver a uno. Ha fallecido su madre. El corazón se encoge, y en esos momentos debes estar, tomas la decisión de estar. Ellos sí me conocen.

Debo elegir una camisa para mañana. Una atrevida, pero precisa y exacta. Sin faltar al respeto aunque determinada. Con confianza. Con riesgo pero sin amenazas. Una vez cometí un error y aún lo pago. Fue un error de bulto. Cambió la forma de actuar y de vivir. Y me arrepiento. Pero de nada sirve. La carga la llevas como los conocidos.

Hay personas que tienen envidias de otras. Generalmente suele ser gente de poca cultura. Sí, no digan que estoy loco. Analícenlo lentamente. Poca cultura = mala idea.

Hoy he perdido dos conocidos. Al entrar en un restaurante he visto una foto del principito y la periodista en el establecimiento. He indicado al camarero que si vuelve a aparecer me llame. Deseo decirle tres o cuatro cosas a la cara. Me han mirado con odio, y se han vuelto.

La envidia es muy mala. Siempre está amarga si no la lavas bien. Suele provocar incertidumbre, falta de respeto.

En esta vida debes definirte. Jugar a sonreír y estar a bien con todos es perjudicial para el sonambulismo. Duermes mal, comes mal, te vistes mal. Debes decir al pan pan y al vino rioja. Y que se moleste quien quiera.

Los envidiosos son tristes. Muy tristes. Todo es negativo. El bien ajeno les ridiculiza por error. Pero nunca debes desear algo que no posees. Imaginarlo o soñarlo, tal vez. Pero desearlo y ser capaz de acabar poseído por ello, es una enfermedad. Te sugiero que acudas a una clínica de posesos. De enfermos de mala cultura.

Claro, si eres de esos que te alegras, muestras cara de sorpresa y archivas interiormente (como una grabadora sin retorno) todo cuanto escuchas, pues así te irá. Mal, seguramente. Fatal. Pero la realidad es que este es el mundo que nos ha tocado vivir. El mismo. Calza entre un 37 y un 45. Numeración europea se entiende.

Una vez conocí a una persona muy envidiosa. Era mujer, claro está. Y de baja cultura, elemental. Acabó como los gusanos, secos por el sol en la acera. Ella nunca me ha conocido.

Pues eso. A seguir bien, a levantar los labios y enseñar los dientes, y a dar las gracias. Y no te olvides de escuchar. Lo que sea, da igual. La gente necesita ser oída. ¡Y una mierda! La gente necesita ir más al baño, que todos tienen caras de estreñidos. Es preciso saltarse las reglas, alguna que otra vez, y mandar al carajo a quien se debe mandar al carajo. Aunque eso defina. Y lo hace muy bien.

Así, un día se creía pisada y otro extinguida. Pero todo estaba en su imaginación. La enfermedad le había superado. Se le hinchó la tripa y tuvieron que sondarla. Murió en la más absoluta de las envidias. Yo en cambio seguí escribiendo y ahora las personas leen y me quieren.

Seguro que tienes más amigos, más conocidos, y te respetan y escuchan. Y a esos dos desgraciados, empleados del establecimiento que se han vuelto, que les den. ¡A dos manos! El que quiera que lo acepte, y lo entienda. Y quien no, ya sabe. Se ha repetido varias veces. Encima de esta página hay una “X”, arriba, a la derecha. Pínchala. Y olvídate de esto para siempre. No son necesarias tus visitas. No reportan estadísticas. Los datos cuantitativos, son para mí cualitativos. Como la poesía.

No tuve que pagar un puñado de euros. Murió sola. La envidia le arrastró hasta la más efímera de las insinuaciones.

Defínete. Si no lo haces, por mucho que hayas pinchado la equis, vas a seguir igual. Y la cabeza explota una vez y otra vez. Y vas a manchar la pantalla de sangre. ¡Qué horror! Defínete. Si quieres. O quédate cómo estás, que te tiemblan las piernas. Ya comienza a aparecer el sudor frío. Primeros síntomas de la indefinición y de la camisa atrevida.


The Face (Hasta ahora) (La Tercera Inclinación)



Es la alegría que se lleva el miedo...




jueves, 26 de agosto de 2010

The Face (veintitrés) (Tercera Inclinación)



Llevas corriendo todo el verano y no se nota el esfuerzo. Tienes el culo aún más gordo, y además, eres cobarde. De nada sirvieron los cascos en el oído, ni siquiera esa dieta sana a base de purés y verduritas. ¡Estás horrible!

Claro que si tratabas de coger aire sin respirar lo tienes crudo. Los pulmones se van atrofiando poco a poco y sientes esa presión como las páginas de un libro infantil. Bellas ilustraciones y textos para primeros lectores.

Siempre he traído a la memoria que el primer libro que leí completo fue aquel del que no recuerdo el título. Queda el morbo, la pasión, hasta el desenfreno. Pero para nada sirvió. Sí puedo asegurar que tenía páginas, dibujos en blanco y negro y una portada verde horrorosa.

¡Estás horrible! Tienes que cambiar los espejos y hacerlos engañosos. Imagínate. Coge un libro de poemas malo. Ese, sí. Ese que mencionas. Lo acercas al espejo y el reflejo te depara unos versos de Claudio o de Pepe Hierro. ¡Menuda suerte!

Si hubiera tenido ese espejo antes no hubiera vendido los regalos de los noventa. Claro que gracias a esa mala literatura pude comprar cartones y cartones de Ducados. Todo tiene una explicación. Y ahora tengo los pulmones como las ilustraciones del primer libro.

¿Se puede utilizar el espejo en la vida? Y no respondes. Callas. Ni siquiera sonríes.

Tengo que realizar un experimento. Pero debo hacerlo con cuidado. También es preciso mantener un poco de secreto. No puedo dar falsas pistas.

Si pongo frente al espejo un bote de nocilla, ¿sabéis lo que aparece? El suplemento cultural de El País.

Y si en cambio acerco unas pijotillas. Entonces, salen caballas. Y hasta aliñadas. Con cebollita y aceite de oliva. Pero debes tener mucho cuidado con las espinas. Se clavan por todas partes.

¡Vamos, sigue corriendo, a ver si te cunde! ¡Cobarde!


miércoles, 25 de agosto de 2010

The Face (veintidós) (Tercera Inclinación)



Debo coger aire. Sevilla es muy bonita. Huele muy bien ahora. No tiene que ser tan complicado. Otros ya lo hicieron y ahí los tienen. Contigo, sin ti, y sigo cogiendo aire. Desde que te vi, sigo bailando. Bailo. Eso es lo que quieres. Que no me joda y baile.

Disimulo y respiro. Te he visto completamente. Y bailo. Sigo bailando. Crucemos los dedos. Hoy estreno calzoncillos nuevos. Son de alpaca. Duros pero sanos. Estreno guitarra. También es una Custom. Más sofisticada. Me la acaban de traer de USA (vía México D.F.) y he tenido que pagar en la aduana 500 euros.

Desde que te vi, mi cuerpo no para de bailar. Aunque te guste Georgina. Y nunca me he enamorado. La verdad. Mi ropa interior no es de Hugo Boss, es de Dustin o de Giulio. El cachalote es gay. No sabemos si debe tener hijos o hijas. Y nunca he sido metrosexual.

Yo no quiero rosas. Entérate. Convierto la vida en una estación. Es primavera. Hoy me han regalado una tortuga, y es un secreto. Pero, ¡no se lo digas a nadie!

Debes volver a Jerez, y recoger la ropa interior negra que dejaste en el hotel de la intemperie. Suena bien. Parece que nos hemos convencido. Y sigue sonando bien. Debemos perder velocidad. Vas muy rápida.

Hemos sobrevivío. Buenos ratos. Paso la frontera y la montaña. La luna nueva te la comes lentamente. Ese es el plan establecido. Las ganas de volar no me las quita ni mi puta madre.

Amanece que no es poco. Es de día. Ya son las ocho. Volvamos al café. Lo siento. No quería, pero me sale. Toca las palmas. No fue Farruquito, sino el Revolera. Y Duquesne es genial. Es Camarón. Con dos cojones y calzoncillos de alpaca. Probablemente. Le sobran las ganas de volar. Es muy fácil perderse. Vuelve a Jerez.

Pero una cosa. No pierdas velocidad por favor. No hace falta. Nunca serás diferente. Sevilla es muy bella. Muy bonita. Huele a coño y a migraña. ¡Jódete!


The Face (veintiuno) (Tercera Inclinación)



Debo hablar diariamente al cachalote. Tomo una silla, enciendo un cigarro y, para no aburrirlo mucho, le leo un poquito de aquí, algo de allá. Incluso en alguna ocasión me he atrevido a recitarle un ictus. Los lapsus no le gustan. Entiende poco de feminidad.

El sperm whale, es muy bello. Tiene un color precioso. Incrustados en el cuadro se encuentran palabras literarias en inglés de Moby Dick. Melville no estaba borracho cuando escribió la obra.

Lo trajo una nube. El cuadro llegó subido en una nube. Tan gris y pesado pensé que acabaría destrozado, pero ocurrió lo contrario. La nube venía acompañada de un máster.

Las decisiones se deben tomar frente al cachalote. Y siempre responde. Basta con leer algunos párrafos de los textos y tienes la respuesta.

Hoy dice que acuda a Nantucket. Una gran isla. Como Siltolá pero algo más lejos. Debo viajar en el Pequod. Es incómodo pero fiable.

Ocurre que estoy cansado de viajar. De leer. De escuchar. El cansancio es un estado civil propio, como la soltería o la viudez. Y de ocupación el cansancio. Tedio. Hastío. Fastidio.

Deseo hablar de nuevo con el cachalote. Hay que poner las cartas sobre la mesa. Pero esa, la del pico doblado, la debes retirar de la baraja. Siempre hay cartas marcadas. Eso es trampa. Embuste. Engaño. Política.

Ahora no deseas que llegue mañana. El día de hoy debe ser eterno. Odio los saludos, los reencuentros, las palabras cruzadas. Estamos de prestado. Sin cartas marcadas y no apostamos nada en la ruleta. La bola se ha parado. Ha detenido el impulso entre el 12 rojo y el 35 negro. ¡Qué mala suerte!

Hay una araña rondando al cachalote. La mato. Celebro una ceremonia poco litúrgica, pero estoy contento. Muy contento. Puedo respirar. Lo veo todo claro: la luz, el horizonte, los tomates.

Ya sé lo que quiero, y está muy cerca. Lo puedo tocar. Quito mi venda de los ojos, y por fin es realidad lo manifiesto. ¡Qué gilipollas he sido hasta ahora! Fíjate, si desde luego, tan cerca y para mí tan lejos. Tan real y lo veía imposible. No me gustan las mujeres. No pueden gustarme. Para nada.

Que no soy maricón, es una realidad fiable. Pero que la mujer y la sardina, al carajo, también. Por tanto, uno más uno son tres y medio.

¡Qué bien estoy, qué tranquilo! Como Melville. Y menos borracho. Como Murakami, pero más hijo de puta. La vida, es la vida.

Pero hoy el cachalote me ha dicho lo que debía escuchar, y desde luego, ha merecido la pena. Ahora soy otro hombre, otra tercera inclinación. Otro lo que sea. Pero soy. Estoy. Existo. ¡Al carajo!


martes, 24 de agosto de 2010

The Face (veinte) (Tercera Inclinación)



Siento vergüenza. Un poco o un mucho, pero la vivo. Llevo dos noches con un fantasma en mi habitación. Me acuesto y en plena madrugada alguien, de pronto, me acompaña. Se hunde la cama y hasta huelo extraño.

Me levanto con miedo. Son las cinco. Pienso en llamar a mis hijos por si ha pasado algo, pero fumo un cigarro y otro, y llega la hora de la vulgaridad.

¡Qué vergüenza! En otra vida me gustaría ser mujer. Son más hijas de puta que nosotros. ¿Qué habré hecho yo para merecer esto? Pero algo tuve que hacer, en algún momento. Y ahora de nada sirve menospreciarse. Nada limita la sinceridad. Me jodo y bailo, con un cigarro en la mano, y a las cinco de la mañana.

Pensé que era dios. Pero no he vuelto a tener señales de humo desde entonces. Luego imaginé que eras un fantasma, pero resulta que tu vida está vacía. Eres un amargante chicle sin azúcar. Y morirás amargada, como lo hacen los pepinos.

No levantaré sospecha de las cuarenta y nueve mil intenciones consumadas. Me importa un calabacín. Algo habré hecho. Pero resulta que la vida reporta energías, como la nocilla, y tu vida está vacía. Estás amargada. Nunca asumiste la realidad del desconcierto. ¡Jódete!

No hará falta que te acompañe un fantasma, ni que sienta vergüenzas. Nada es lo que parece. Te morirás joven y sin clase. Ya me encargaré yo. Por menos de un puñado de euros, alguien te pega un tiro en la sien. Y no aparecen los fantasmas, ni sientes vergüenzas.

Nada es lo que parece ser. Nada es lo que dices. Nunca asumiste la verdad y yo no voy a pagarlo. No lo merezco. Es un elemento de nostalgia o una invitación. Es algo más. Has intentado herir y te has herido tú. Sigue. ¡Vamos! ¡No te cortes!

El poder lo tiene quien se acuesta conmigo a las cinco de la mañana. Una sensación y muchas arañas. Y ese fantasma me habla, en voz muy baja. Y dice que te mueres, poco a poco. Que se acaba la vida. Tu vida.

Ahora soy Platón. Nada puede dejar de ser si es un filósofo. Un simple y elegante filósofo con chaqueta y corbata. ¡Olvídate de mí, por favor! No existo. Yo soy, pero no existo. Nunca fui. Y las intenciones las reparto a la puerta del corteinglés. Gratuitamente, y a los desgraciados como tú que ni siquiera aceptan bendiciones.

Te he dicho muchas veces adiós, pero no las aceptas. ¡Jódete! Yo soy muy feliz estando solo. Y tú, ¿qué sabes? si ni siquiera entiendes las palabras.

He aprendido a ser feliz. Mis miserias han hecho unas virutas en la vida, virutas de taller que apenas se han clavado. Soy feliz, y seré muy feliz. Estoy en ello. Sin vos, sin ustedes, sin nadie, sin mentiras. La verdad me completa. Soy feliz.


lunes, 23 de agosto de 2010

El Libro: La vida alrededor






Debes abrir gugle, e introducir en el buscador la vida al filo de la espada. ¿Lo has hecho ya? ¿A qué esperas? ¡Venga!

Después debes pinchar en el primer enlace. Como verás, no somos católicos, ni cretinos. No tenemos una espada con filo, ni un doble filo en la espada. Una simple arma, nada arrojadiza y un poco punzante. ¿Duele? ¿De verdad? ¡Venga ya!

Un día tras otro, personajes curiosos, peregrinos, repetidos, idealistas. Son las visitas del absurdo. De la conjunción copulativa. La que acaba en iva.

Nunca me interesaron las armas medievales, ni siquiera los siniestros provocados por un maestro Yi. El filo de la cruz me la trae floja, como también sus interesantes y cansinas cosmogonías de la catana (me refiero al loro, claro está).

Ser legendario no es un ron. Tengo un conocido que ha sufrido un ictus. Al saber la noticia pregunté, “¿Y no fue un lapsus?”.

Los mexicanos abundan. ¿La amistad? ¿La certeza? ¿Voces para incluir en el concierto? Un poco de tequila y el MM bien frío.

Una vida alrededor (para no tenerla por delante) y mucha literatura. Esa, la de todos los días.

¡Qué lo disfruten ustedes!


Pedidos: siltola@gmail.com


The Face (diecinueve) (Tercera Inclinación)



Cierra los ojos. Vamos a improvisar este guión definitivo. Hoy tengo ganas de volar. He sobrevivido a la muerte y, aunque veo mal ahora por culpa del cloro, estoy muy certero. Mucho. Hago el camino con suerte. Y no hago esperar a nadie.

El huerto está vacío. Ya no queda nada. Entre el consumo personal, los regalos y los malditos pájaros de sus muertos, los carriles reciben agua a raudales. El agua del vacío, de la simpleza. ¡Qué fácil es perderse! Mi vida está muy cansada. Sin definiciones ni estrellas. ¿Te has convencido? ¿De verdad? ¡Jódete!

Cuento hasta cien por no hacer un feo a Parménides, o tal vez a Los Delinqüentes. No por ti, se entiende. Ellos son más cultos, más cursís, más veloces y son mucho más divididos que tú. Las fotos del perro no me gustan. Y aún no las he visto.

He sobrevivido. Empiezo yo primero. ¿Me sigues? ¿No? ¡Jódete de nuevo!

Disfruto cada instante, y no dejo de mojarme. Probablemente nunca encuentre el camino pero me da igual. Amigo. Amigo, ¿escuchas? Las fotos del perro, serán siempre las mismas. Ese guión definitivo sueña. Sueña en alguien que no soy yo. Y no soy diferente. Ahora como menos verduras y leo más a Dante.

Un mundo entero me sigue, no me hace esperar. ¡Y yo que me lo creo!

Recuerdo la interminable lista de los reyes godos. Y entre ellos pronuncio tu nombre. Ropa interior negra y una palabra que me pueda convencer. ¡Jódete! La luna llena la va a disfrutar tu puta madre. Probablemente no hemos encontrado nunca el camino y ya he perdido las ganas de volar.

¡Qué vacío! ¡Qué humedad! Llueve, llueve a raudales. Y el guión establecido se lo mete usted donde le quepa. Allí, allí mismo. Seguro que le entra de puntillas. Como los calabacines de dos kilos.

Eres el principio de Diógenes. La vida errante. Su sufrimiento. Aquí no para de llover.

La Custom suena ahora, y no hay salida. Ninguna salida. Los frenos he dejado de revisarlos este verano. Y este callejón está muy oscuro. La ceniza en el vaso junto a la piscina. Y las batallas, dejarán de ser perdidas.

Esto es la tercera inclinación. No lo olviden. Georgina no me ha mandado nunca flores. Ella se lo pierde. No quiero rosas. Ya lo sabes. Y si tu casa está vacía, pues ya sabes. ¿Qué no lo recuerdas? ¿De verdad? ¡Jódete!


domingo, 22 de agosto de 2010

The Face (dieciocho) (Tercera Inclinación)



Dante sigue llenando la cabeza. Un suplemento que habla de los cuentos y la ordenación de unos poemas de última hora. Han aparecido. Los cuadernos negros no son iguales que los marrones. Pero son más antiguos. A veces anoto una fecha pero ya me he perdido. No coincide nunca la fecha de escritura con la aparición de los cuadernos.

Es como un duro extremo de duda y de recuerdos. ¡Maldita Nerea! Dante me habla. Dice que en el infierno se está mejor que en el purgatorio. Mucho mejor. La duda que plantea deja cerradas las puertas, aunque nunca dejamos de hacer lo que nos plazca.

Es posible que la noción sea un desarrollo popular. Como la propia ordenación. Aunque todo en mi vida está en el lugar que le corresponde, los cuadernos aparecen y desaparecen. Como si tuvieran una disposición acentuada. Una manifestación de categorías.

Ayer encontré dos. Uno negro y otro marrón. Estaban muy viejos y gastados. Completos. No había una sola hoja libre. Pero vuelven los muertos. Un conocido pregunta por la familia de sangre, y desaparecen los fallecidos. Como una sucesión de recuerdos. Un orden y un concierto.

Acabo la serie. En veinte segundos, o tal vez dieciocho, completo la ecuación. Es el orden. Los límites extremos del círculo se unen. Y creí como Empédocles que se habían marchado. Permanecieron dentro. Pensando que te habías ido, mujer, todo deja paso al recuerdo.

Lo que pasa, en este día, y en otros que dejarán las letras a las palabras, es el orden. No confío en tu planteamiento. Encargas y pones el cuidado de tu vida en las manos de alguien. En la sutileza, en la simpleza. Dar esperanzas no consiste en asentir, en regalar, en escuchar. Dar esperanzas consiste en vivir. Simplemente en vivir.

Algo recuerdo que sea capaz de engrandecerte. Dos cuadernos, cuarenta poemas que destruyo. Salvo un par de ellos, todos los demás son residuos, desechos líricos como las bienaventuranzas. Algo despreciable. Pero no tengas miedo, mujer, no tengas miedo. Nunca, ahora, en este preciso instante.

Estoy perdido. He rechazado consejos. Estamos camino de la frontera y no te encuentro. No hablas, no ayudas. Cruzamos caminos, pero no dejo de mojarme. No hay plan establecido. Nunca encontraremos el camino, y ahora, precisamente ahora, no deseo volar.

Hay que improvisar más en esta vida. Suena bien. Muy bien. Estamos divididos. No preparo ni estudio lo que hago. Todo sale, así, perdido, por antonomasia, énfasis, o conjunción sistemática. Sin suerte. Sin senderos. No quiero volar.

Nuestro guión ha dejado paso a la vulgaridad. Y esos cuadernos dicen mucho. Son la ausencia de novedad e importancia. Te escribí con amor y recibí las flores de la calabaza. El efecto de la prisa es engañoso. Me dicen que no hago más que regalar calabazas, pero los kilos me sobrellevan, no los soporto. Y antes que los rabilargos las destrocen, las regalo. Para sopa, un pisto, cocido. Dan mucho juego.

Abrí los ojos en diciembre. Hace un par de años. Son cosas que no quise decirte. Como un funambulista traficando con los sueños del pasado. Dante me llena la cabeza, y reporta beneficios líricos.


miércoles, 18 de agosto de 2010

Crímenes pasionales



Hoy Aznar ha estado en Melilla. Parece que va a provocar un conflicto político nacional. Lo ha hecho bien. Primero llamó a Rajoy, pero estaba durmiendo la siesta. Rajoy duerme la siesta con pijama, gorro y osito. Todos los días. Al osito le habla en dialecto zulú. Le dice, “¡Cógeme el mandongo, mondingo!”.

Aznar, después de varios intentos, dejó un mensaje en el contestador del popular: “Mariano, que me voy a Melilla, pero no te lo tomes a mal. ¡Y deja de joder al pobre osito!”.

Tras su comparecencia fueron a almorzar. Al restaurante “El frontal de Riquelme”. Un clásico en Melilla. Los asiduos repiten y suelen solicitar el fantástico cuscús que elabora la hija del propietario. Debes coger buena mesa, ya que si no, nunca te llega el manjar, y esos desalmados que se apoltronan junto a la cocina, acaban con todo muy pronto. Y de camarero el presidente de la comunidad, el que cobra. Entre trabajo y trabajo hecha unas horas en el restaurante. Tiene más pluriempleos que la Pajín.

Tras el almuerzo, y al salir del establecimiento, un periodista español preguntó a ex presidente sobre la violencia de género y el nuevo macro ministerio de mi paisana, la Bibiana. Aznar al comprobar que era de El País, le dijo con voz seria: “¡Váyase, muy mucho, al carajo!”.

Lo de la violencia de género no tiene nombre. No sé si recuerdan que hace años, en los kioscos, la prensa se visualizaba colgada con pinzas de madera en unos cordelillos. Y entre esas cabeceras periódicas existía una que nos atraía, “El Caso”.

Además de las secciones fijas de entrevistas, actualidad, sucesos, casos macabros y demás defunciones, una llenaba numerosas páginas del medio: crimen pasional.

Toda la vida, páginas y páginas de crímenes pasionales. Lo que ahora es violencia de género antes se llamaba crimen pasional. Muertes ha habido siempre, para que engañarnos. Se ha matado, lo que se tenía que matar.

Una vez le pregunté a un amigo, “¿Oye, tú pegas a tu mujer?”. Y me responde, “Yo sólo la empujo un poquito”.

¿Y por eso hay que tener un ministerio? Al amigo también pregunté qué porcentajes de hombres son maltratados por sus parejas, y respondió rápidamente, “¡El cien por cien Javier! ¡El cien por cien!” Y agregó, “No salimos tanto en la prensa, porque nos van matando poco a poco”.


martes, 17 de agosto de 2010

The Face (diecisiete) (Tercera Inclinación)



Como quien abre una puerta. Odio el mal estilo y la poca clase. Eres el principio de alegría. Una vida desgastada. Cuantas cosas que no sé de ti. Y cuántas dejaré de saber. No volveré a verte nunca más. Envejeces por momentos. Ese principio de energía no quiero malgastarlo en esta noche. Los obstáculos del alma desaparecen.

Odio la falta de clase. Y no somos amigos. He oído cientos de lecturas en los últimos años. Y la voz del poeta en sus versos cambia de acuerdo a su estilo, a su clase, a su posición. Los hay borrachos, malversadores de versos, con voz de ángel (es un decir, de ángel desalmado), cursis, fríos, anónimos, geniales.

Antes comía tomates y sardinas. Tomates de Lepe, de Los Palacios, y últimamente de mi casa. Los tomates de Siltolá son los mejores. Después pasé al plato más elaborado. Y por último en Londres aprendí que la ensalada de mango y piña con salsa de yogurt y menta (a la que añado una pizca de pimienta) es una delicia. La bebida no la cambio por nada, el MM refresca, llena la puerta que abro, y no es del armario. Ni siquiera una inclinación.

Llego a casa y me comen las arañan. Al menos no causo una digestión pesada. Olvidaba los tres escalones y tuve que acompañarme del bastón.

No se puede vivir sin aire. Las flores se apagan aunque esté nublado. Dicen que lloverá mañana. A las nueve el cielo ha ennegrecido su discurso. Yo quisiera vivir sin agua, pero el césped se muere. Y te guardo en el cajón de la vida para siempre, pero es egoísta, muy patético, como esa palabra que pronunciaste a tiempo, en tu discurso, no era una lectura, era una vida.

No dejo de leer a Dante. Me llena. Como un pescador lejos del mar, en el purgatorio todos nos enamoramos de Beatriz. Y Beatriz viene, como una farmacéutica pelirroja. Como una camarera de recuerdos.

La noche está gris. No quiero conducir. Me duele el tobillo, es el izquierdo. Tú no necesitas a nadie. Nunca fui la razón de tu vida. Un pirata en bolas y no conozco a ninguna persona. Esto ha cambiado una barbaridad. Todo se ha vuelto más cursi, más poético y más anticuado. Políticamente correcto que diría el tomate.

Me gusta ser desagradable. Los amigos responden una vez. Sólo una vez. Dos es una inclinación. Se me queda pequeño el cielo. No quiero vivir y lo soporto como puedo. Abro una puerta. Gracias.

Hasta nunca señores. Nunca fuiste el principio de la alegría, más bien del desconcierto.


lunes, 16 de agosto de 2010

¡Menuda ordinariez!



No hay nada más ordinario que hacer un crucero. La verdad. Te secuestran en un camarote, con o sin vistas, debes comer a la hora que ellos digan, donde ellos digan, con quien ellos digan, lo que ellos digan y servidos por quien te toque.

Si deseas marcha debes acudir a unas salas inmensas, donde los niños duermen en los tresillos, los padres gilipollas sonríen, y la música o el espectáculo que representan es de los años cincuenta. Y todos ríen, se abrazan y se invitan con un plástico del que después darás buena cuenta.

¿Y el olor? Salvo la fortuna de pasear por la cubierta, todo huele a crucero. Marionetas sobre el mar, y ese insoportable hedor a filigrana manida que envuelve la atmósfera.

Las excursiones contratadas, amén de la inoperancia nunca visible, dejan mucho que desear. Unas horas en Roma, en Estambul, en Atenas o en Copenhague. Ni ves nada ni leche migada. Justificas la visita con una estancia falsa y adquieres recuerdos para demostrar que has estado allí. Pero, ¿has estado realmente?

Debes hacer cola para bañarte en la piscina, debes hacer cola para almorzar, debes hacer cola para poder hacer cola y desear buenas tardes al antecesor del desconcierto.

Es una ordinariez. La camarera del Titanic aguarda en la puerta de tu camarote. Debe agradar, realizar su labor y sonreír. ¡Falsa modestia! Y, ¿qué comemos realmente? Un chef de primera o de la BBVA, y el vino, con etiquetitas, de un día para otro. “Yo se lo guardo señor, es usted cojonudo”.

Y la cena con el capitán, telón de fondo. Lo ves aparecer con pantalón corto, y blanco, calcetines medianos, una foto para enmarcar y al saludarlo, descubres que es el presidente de la comunidad famosa, el que cobraba. Ahora es capitán de crucero, de yate. ¡Menuda ordinariez!


domingo, 15 de agosto de 2010

The Face (dieciséis) (Tercera Inclinación)



Es cierto que el silencio lo cura todo. Callar para vivir y abstenerse del recuerdo. Si algo no te gusta, silencio. Si alguien no apasiona tu lectura, silencio. Esa pasividad u omisión puede provocar nervios, desesperanzas y a veces desata la locura.

Leía a un crítico y recordaba a quien a él no gustaba. Coincidía en el gusto y el olfato. Pero ahora pasan casi veinte años y hemos habitado en silencio. Apenas recordaba ese nombre que ha venido a la memoria.

Por su cargo, muchos recibieron favores. No escribí, no saludé, no hice reseñas de sus libros. No recibí presentes nunca pretendidos. Siempre silencio.

Es injusta la crítica literaria, y si es de El País, mucho menos equitativa. Repiten las firmas de los comerciantes de libros que llenan las grandes páginas sin aparente definición. Silencio.

Debemos permanecer sentados. Faro es una ciudad preciosa pero los aviones casi sobrevuelan tu cabeza. He recorrido la antigua villa y la moderna. He tomado café mientras escuchaba un concierto de viento. Un poco asonante y sin tono, pero guardaba el ritmo.

Aunque el suelo y las calzadas de piedra rústica son bellos, molestan mi tobillo y la cadera. Unos negros restauraban una acera de la catedral. Mucho ruido. Los turistas se sentaban en los veladores a tomar algo con tapones en los oídos. No escuchaban nada.

Salí de Faro en silencio. Los aterrizajes y despegues y las restauraciones han llenado de decibelios mi cabeza. Intenté poner música en el viaje pero no escuchaba nada. Como una incorrecta interpretación de Heráclito en los sentidos.

Tomo el suplemento cultural de El País, y lo arrojo por la ventana del coche. Cuatro puntos menos. La literatura requiere silencio.


sábado, 14 de agosto de 2010

El comunero infiel



Hace años conocí una comunidad de vecinos muy peculiar. Personas normales que habitaban sin miedo, y un presidente que cobraba por realizar sus funciones. Una asamblea había permitido que el elemento recibiera unos honorarios por sus labores. Sus actos eran los propios de un cargo honorífico, lo que cada vecino de manera puntual debe realizar.

La piscina de la urbanización estaba destrozada. Las teselas faltaban, el agua turbia, un enorme olor a cloro. Incluso si te sumergías en la gloria el bañador cambiaba de color.

Todos los días, tempranito, el señor presidente y la primera dama se hacían unos largos en el estanque ante la mirada perpleja del resto de vecinos. Como un Fraga en Palomares, pero a lo bestia.

Poco a poco fue cambiando los elementos comunes de la urbanización a su imagen y semejanza. La primera dama aportaba su grano de arena manido. Los vecinos llegaron a dudar si era su casa o si habitaban en el sueño de los justos.

Cerró la puerta de entrada, modificó los horarios de juego, cambió el mobiliario, hasta la jardinería fue sustituida por espinos punzantes y verdes. Prohibió las visitas de los no residentes y hasta inventó un himno comunero.

Cuando algún propietario se enfrentaba al cargo electo, respondía airado bajo la atenta mirada de su señora: “¡Esto es Cádiz, y aquí hay que mamar!”.

Y así pasaron los años hasta que llegó el bicentenario. El pobre presidente viejo y arrugado fue perdiendo fuerza, que no poder.

Un día llegó a la comunidad una joven morena muy bien dotada. Los vecinos corrieron a casa del señor presidente. Lo arrojaron a la piscina con una horma de su zapato atada al cuello. Y todos dieron la bienvenida a la nueva presidenta:

-“¡Adiós cojones, hola chocho!”.


Aula Literaria "Jesús Delgado Valhondo"

viernes, 13 de agosto de 2010

The Face (quince) (Tercera Inclinación)



Me he reído mucho con Fernando Valls. Lo de Trapiello, el señor de Lleida, y no de Murcia, la foto. Lo he pasado muy bien, la verdad. Hacía falta algo así un día de agosto como el de hoy, cuando el agua empezaba a ser más fría y la noche más cálida.

Un poco extraño era, es cierto, hasta el punto que ya no existe, pero La Vanguardia es un medio y no una pamplina. Si digo gracias Fernando me van a machacar por decir que estoy de acuerdo con la crítica a Bonilla en El Cultural y no es así. Simplemente me gusta la conspiración de Fernando, su difusión a la literatura y nada más.

La irreverencia es una inclinación. La tercera. Y se debe haber pasado por la segunda y la primera. Lo demás es efímero.

No sé qué me ha hecho más daño, si el bocata de nocilla o las pijotillas, pero ahora tengo el estómago como un señor de ochenta años, jodido y mal hablado. El protector protege, y el emisor comunica, como Fernando, y nada más. No se aburran ustedes que esto es breve.

Yo iba para granjero y me quedé en hortelano, del tejar, del telar, del hemisferio norte. Nada más, y nada menos. TRR se vuelve a Londres, y yo me vuelvo a Cádiz, con el bastón y muchas ganas. He escrito lo que tenía que escribir, y he leído lo que te tenía que suplir.

Paso todo el día pasado, en un país que no es el mío y me duelen las piernas. He andado lo imposible, para ejercitar el tobillo, y me duele hasta el aliento.

Recuerdo a Ernst Von Salomon, y gracias a Aurora a Francisco Silvela. Su La Filocalia, o arte de distinguir a los cursis de los que no lo son, es una obra de arte, de lo que no son.

Me arremango y consiento. Me ducho y me peino. No lloro. Sonrío. ¡Fernando qué grande eres! Lo de Trapiello es genial. Me importa un carajo lo que te haya inducido a quitarlo, pero me ha encantado. ¡Viva Murcia! ¡Viva Lleida!

Tú, como suscriptor de La Vanguardia, dispones de medios, y de oficio. ¿Quién podrá rememorar tu eficacia? ¿Las sombras? ¿Los muertos?

Vivan los muertos de la tecnocracia, los vivos de la filocracia, y los jodidos de la literacracia. Los mismos. Los muertos.

Venimos para pensar y acabamos diciendo. Nacemos para morir y salimos ganando. Dos muertes, un genio y apenas tres conciertos. Mi Custom tiene telarañas, y la culpa es tuya. Este verano pasión y desenfreno, y conciertos, los mínimos. ¡No jodas mujer! Esto cansa más que una noticia de las infantas o del principito. Ya raya, ya sobra. La monarquía al carajo. No hace falta. Sois lo peor. Queda hortera hablar de vosotros, aunque los medios hablen. A ver si os vais de España, gilipollas. Prefiero a Fernando. Es más real, y mucho más literario.


jueves, 12 de agosto de 2010

The Face (catorce) (Tercera Inclinación)



Tengo una vida privada muy personal. Desde que impedí que dejaran comentarios, no paro de recibir correos privados. Cada día más, y de personas de todas las partes. Les respondo cariñosamente, ya que sus palabras muestran deferencias y buen afecto.

Es un halago, un magnífico obsequio a la intemperie. Una manifestación de bienvenida mientras dejo de hacer lo que me plazca.

Nunca hago nada que pueda molestar. La cordura de los necios radica en pasar desapercibido doblemente. Con gafas moradas, vestido de torero y con bastón, amén de un sombrero egocéntrico, poco se puede pasar desapercibido.

Me observan los cultos, los irreales, los del más allá y los del más acá. Alguno sonríe, otro suelta una carcajada, y el más inteligente, simplemente mira despavorido.

Me he acordado de Ridao, seguro que ha hecho de extra en la película famosa, al igual que la alcaldesa de Alájar. Lamentable, por un puñado de euros, un pueblo patas arriba y en pleno mes de agosto.

Una señora tenía hoy un libro de Larson. Le he arrojado un puñado de arena y he salpicado el libro a ver si se moja. Se ha humedecido, sin oficio ni beneficio. Muchas veces es necesario conocer las acepciones de las palabras para comprender el significado expuesto. Nos limitamos a leer y es necesario aprender.

Mojar no significa humedecerse. También es sinónimo de dependencia. La justa y necesaria para entender lo que se pretende decir, exponer, resaltar.

Un hombre es una marea y dos una mujer. El biquini me aprieta, me regaña. ¡Joder con la compasión!

Ha venido el carpintero. Ha arreglado el armario. Me hago un bocata con los nocilla y lo muerdo a bocados cuerdos, sin contemplaciones. Aprovecho para tomar de postre unas pijotillas, con MM. Ya en casa un protector de estómago y otro MM.

El triquini relaja, no contiene quinina pero sí parabenes. Foxá era un capullo y yo un gilipollas. Todos tenemos algo de versátil. Una verdad. ¿Una verdad? La misma. Mañana lloverá en México. En Londres treinta grados.


miércoles, 11 de agosto de 2010

The Face (trece) (Tercera Inclinación)



Una verdad establecida siempre nos repara en el recuerdo. Es verdad que no puedo conducir. El tobillo está destrozado y apenas me muevo. Mojo la pierna de vez en cuando y libero frustraciones. ¡Menudo veranito! El bastón es más chic que la muleta, pero no que el capote. No voy a pasear con capote y montera, sería muy catalán. Lo hago entonces con bastón y sombrero de paja.

Me dicen que soy un tecnócrata por el atuendo, y les repito que muchos tecnócratas salvarían este país. No lo duden, es lo que necesitamos. ¿Saben que el gobierno y la oposición de esta España nuestra están plagados de incultos sin estudios, premiados por favores de los diferentes partidos? ¡Maldita Nerea!

Leo defensas y críticas a los nocilla, y sonrío. Para mí la Nocilla es una crema de cacao con avellanas y mucha grasa. Nada más. Hombre, si a la literatura se hubieran acercado como calabacines sería otra cosa, pero la perversa crema que endurece si la refrigeras, ¡es tan vulgar!

Los cuadros están torcidos. No llego con el bastón a ponerlos derechos. La goma de la base ensucia las paredes en el intento. Tendré que pintar. Pintar monas y santos.

Observé a TRR en Londres. Mi aspecto era tan sucio y desangelado que me limité a sonreír. Vestido de torero no quería responder a sus preguntas. Tampoco quería dar respuestas. Mi espíritu estaba ausente. Él observaba unos libros con pasión, con la pasión del tecnócrata de los libros. Con el interés del amor poético.

Las nubes en Londres aparecen y desaparecen entre los veinte y los veinticinco grados. De vez en cuando unas gotas. Es tan simple la vida como una predicción meteorológica. Los libros no se mojan, poseen un halo mágico que les protege.

Una verdad siempre es cierta, nunca es verdadera. Una visión no dificulta, recrea. Y no existen los sueños. La realidad establece nuestra prudencia, sin ella, seríamos tecnócratas.


martes, 10 de agosto de 2010

The Face (doce) (Tercera Inclinación)



Mi padre nació en Hinojos (Huelva) y mi madre, aunque de descendencia asturiana, vino al mundo en una corrala de vecinos de la sevillana calle Antonio Susillo, en la Macarena. Acabé viendo la luz en Puerto Real, un municipio de paso.

Mi madre soportó muchas impertinencias. Aunque mi padre era un buen hombre, de esta época recuerdo su rudeza y mal genio. Venimos para escuchar, observamos. Un simple movimiento oscilante nos marca, y dos o tres nos configuran.

Muchas veces he intentado formatear mi disco duro pero no lo permite el sentido. Siempre aparece ese error de género que apaga y enciende las virtudes. Volver al origen es el síntoma de una inclinación, manifiesta a ser posible.

Una importante asociación española ha llenado las paradas de autobuses de “cara al sol”, como homenaje a Foxá (al menos eso entendí yo). “Planta cara al sol” dice la leyenda. Seguro que Medrano (IU) ha intentado retirar todos los letreros y pasquines de España. Pobre Josefa, debe hacer de nuevo la Eso, en un colegio de pago y de curas.

Creo que IU pretende formatear su disco duro, y en el vacío infinito del desamparo, incluirá en sus cabezas la obra completa del marqués de Armendáriz. Sólo por conocimiento, no crean en la especulación.

Hace unos días observé los rostros de las personas. Recordé el de mi padre y el de mi madre. La tristeza que algunos son capaces de transmitir dejan huella, una impronta feliz. Los rostros peores son aquellos que siempre sonríen. Tras ellos se oculta una elemental desfragmentación.

Hay que configurar la vida. Nunca dejes que se descarguen las actualizaciones, ni aunque sean importantes. Las opcionales dan más juego. Mucho más game.


Un poema de "El violín mojado" (1991)



Uno se cree más hombre
porque todos los días ante el espejo
recorte con ungüento los restos de afeitado
que la noche permite.

Y uno se cree más hombre
o más hijo de perra
-que es lo mismo-
si el sentido le asfixia hasta la extremaunción
mientras siente que se hunde el pecho
y estas escaleras que me llevan a casa
me van cansando y dueles;
a mis años
nunca había consentido tanto dolor,
la muerte de unos antepasados perdidos
como se pierde el tiempo en las esquinas
si hay chicas de faldas colegiales
y nadie me acaricia para comprobar
que uso otro aftershave
un poco más suave y más caro
-hay que decirlo todo-,
y me duele pensar que se apaga la vida,
recorriendo las salas de visitas de médicos
que me dicen que no,
no hay solución a estos desperdicios,
que se apaga la vida de tristeza.

Pero uno se cree más hombre
y me lo creo,
y hoy me creo tantas cosas
que me llaman el loco por creer
lo que creo.
¡Me duele hasta en el sueño!.
Dueles, dolor áptero y fino
que te clavas como los bisturís
por los cuerpos henchidos y vigorosos de los muertos.

Pero puedo afeitarme
y no he perdido el tiempo.

lunes, 9 de agosto de 2010

The Face (once) (Tercera Inclinación)



Y ahora, ¿qué? Hay cosas que nunca sabré de ti. Me digo a regañadientes, “¡Ni falta que hace!”. Me engaño, todos nos engañamos. Me aparto y os acercáis. Os pegáis, mucho. Huelo hasta el aliento. Sé qué habéis comido hoy, no por el olor sino por los restos de alimento entre los dientes. Bastaba un simple chicle sin azúcar.

Encontrarse significa recibir una transfusión de compañía. 0 negativo, por favor. Nada común pero muy corriente. Percibo sensorialmente los sentidos. Pero recibo engaños a cambio. Tener una opinión convincente no sirve para nada. La expresas, la sostienes, y acabas dando las gracias por los libros malos recibidos. Tengo inclinaciones.

No tiene que ser tan complicado. Todo es más fácil, seguro. No bailes. No cantes. No escribas en las etiquetas de las botellas de ron. Tampoco lo hagas detrás de la guitarra. Podrían romperse las cuerdas, o tal vez afinarse.

No sudes, después hay que lavarse. Primero las manos. Son tantos los versos efímeros que toco para leer su tacto, que acabo con el jabón de manos pronto. El recambio es la absoluta continuidad del propio cambio.

Este levante me mata. Hace que diga impertinencias. Conservo todas las pertenencias y en su defecto justifico las palabras.

Soy rebelde. Algo cursi, poético y bastante anticuado. Mi pasión, las cantantes chinas, las chicas de faldas colegiales y ya no uso aftershave.

Mi tobillo mejora. Aunque sigo cojeando, todo va para delante. Pasa la vida, pasa la gente. La pluralidad existe. Sin dudas.

No hay dolor que me detenga. Sin halagos, sin horrores. Hay que reír. Ser positivo siempre. Y aunque te definen tus acciones, tus actos, sonríe.

Fueron dos a saber y se encontraron con la pluralidad, estaba en persona.


domingo, 8 de agosto de 2010

The Face (diez) (Tercera Inclinación)



Tenemos que hablar de un almirante, un grotesco patrón de larga barba blanca y baja estatura. Una especie de Empédocles en el desierto. Un joven dios sin las hormonas del crecimiento.

La inclinación es el alma, las reencarnaciones del instinto. Seguir hablando de sí es aburrido. No sé cómo se llenan las páginas de yo, mí, me, conmigo. Volvemos al origen. Escribimos en círculo, y lo que se dijo hace muchos meses, se repite. La vida es una enorme circunferencia cerrada de la que nunca salimos.

Hablamos y escribimos. Leemos y escuchamos en silencio. Pero los hay aburridos. Esos que se siguen vanagloriando. Hoy me decía el almirante, “Si no hablan de sí ellos mismos, no lo hace nadie”. Hablar, hablar sin inclinación.

Los primeros filósofos nunca hablaron de la inclinación, en cambio sí lo hicieron del huevo. Aristófanes fue muy explícito. Iluminado por diferentes entes y causalidades terrenales, después de las estaciones, brotó el huevo del que nació Eros. El deseado.

Esos que sólo hablan de sí mismo, de sus cosas, de sus genialidades, son un huevo deseado y deseante, pero nunca llegarán ni a la primera inclinación.

Ahora recuerdo el momento justo del instinto. Huele a moho, a humedad. Es la desidia. ¿Crees realmente que eres cojonudo? ¿Te consideras un intelectual al estilo de Foxá, por ejemplo?

Ni siquiera eres el almirante. Sabes, las mismas cosas siempre producen efectos contrarios y opuestos. Te vas alejando poco a poco de la repercusión, la naturaleza deja de quererte y te conviertes en una nube de ignición, una simple nube cálida y pasajera. La fuerza de tu iluminación se apaga, como lo hacen las flores de la calabaza.

Por un momento te crees el sol. Pero no, las cosas se manifiestan en toda su intensidad, la intensidad de la justicia. Y esa evidente estabilidad que postulas se convierte en olvido. ¡Huevo, estás fuera de este mundo!


sábado, 7 de agosto de 2010

The Face (nueve) (Tercera Inclinación)



Una de mis mayores inclinaciones siempre fue el deporte. Y lo digo en pasado porque el presente es ya muy diferente. Deportes de todo tipo: de riesgo, de no riesgo, de silla, de butaca, de equipo, de compañía, de amistad, de enemistad, de irreverencia, de gusto, incorrecto, plural.

Al fin y al cabo deporte, con minúsculas, como dios. Una inclinación.

Intento practicar algo en este tiempo y los dolores son insoportables, apenas puedo dormir, y espero que abra la farmacia de turno para adquirir relajantes musculares, psíquicos y químicos, amén de pomadas calmantes. Utilizo el bastón de vez en cuando. Que no el bastón de mando, sino el de apoyo.

El deporte ha sido el culpable que de cintura para abajo sea un caldito de puchero. Cadera, rodilla y tobillos. Y con pringá.

Una vez intenté fortalecer la inclinación a base de desprestigio pero sólo conseguí enemistarme con los compañeros de equipo. Lo hacía exclusivamente para no cargar mis partes, aunque éstas fueron cargadas en sobremanera.

Desde entonces, alguna tentación (como la de ayer) y poco más. Correr es de cobardes, y hacer deporte de necios. Mientras sea inclinación o misterio, admitimos deporte como producto sofocante. Pero si no lo es, al taste.

Una farmacéutica pelirroja, y con gafas, me recrimina. “¡Debe usted ir al médico!”. Sonrío a lo Gérard Depardieu, y le digo al oído:

Mujer, no te quites las gafas,
las lentes me apasionan,
tus ojos me conmueven.
Tu pelo, ¡ay tu pelo!,
lo teñiría de azul
para seguir creciendo.



The Face (ocho) (Tercera Inclinación)



Mi infancia no fue como la de los niños de esa edad. Tuve un recuerdo complicado y una vida mucho más difícil. No jugué lo que tenía que jugar ni disfruté lo propio. Los días pasaban con miedo, y las noches entre el sonambulismo y los terrores nocturnos.

Ya de jovencito, cuando todo comienza a fluir, prefería leer El Quijote antes que correr detrás de las mozas. Durante el viaje de fin de curso, mi madre comentó a Lola, “Cuida de mi hijo, que es un poquito raro”. Y Lola, con sus enormes pechos, pasó de mí para enfrascarse en la tentación de Paquito. Los lotes eran interminables. Solía poner cara de gilipollas pero descubría el placer en las esquinas.

En Moguer Mari Carmen fue muy simpática, pero prefería las tertulias con Diego Ropero o Juan Cobos, y hablar de poesía me llenaba mucho más que el simple y vulgar morreo juvenil.

No estoy saliendo del armario. Mi armario está cerrado. El calor que hace no es normal, y estoy reventado. Pongo el aire. Estoy fuera del armario. Dentro o fuera. ¿Dentro o fuera? Me gustan las mujeres, las mujeres guapas. Una mujer es una bendición, y dos un sufrimiento.

Bueno, todo es depende donde se mire. No quiero liar más la cosa. La cosa es abismal, la cosa es abisal, la cosa me sostiene. La cosa me cuelga. Pero dejo la cosa.

Mi madre me llamaba raro y mi padre gilipollas. Como comprenderán ustedes con esa infancia y juventud, recibí más hostias que la Veneno.

Ahora, con cuarenta y cinco años, uno recuerda su vida con otros ojos, con los ojos del armario. Mi armario está muy ordenado, las camisas, los polos, los pantalones, los pañuelos. Todo ordenado. Y lo cierro y lo abro a mi antojo. Y hasta tengo un cajón (que no un cojón) para las intimidades.

Comencé a trabajar muy joven. Tenía que pagarme los estudios. A veces no respondo a algo real, son arrebatos del momento, y la gente me castiga. Pero en ese mismo instante, cierro y abro la puerta del armario a mi antojo. Un arrebato es una justificación, y dos un sufrimiento. Un arrebato es una mujer cansada, un armario enjaulado, una bestia profunda, un sobresalto.

Me lo estoy pasando en grande aunque me duela la cadera, el tobillo, la rodilla. La parte izquierda, que no soporto la derecha, si tengo que estar jodido que sea de la izquierda.

Cierro mi armario con llave y cumplan sus expectativas. Tomo El Quijote para recordar y vuelvo a los lugares donde estuve de joven. Cádiz es una maravilla, hay mucho arte pero también mucho paro, aunque lo que más me gusta, es que todo perdura, hasta el armario.

Tengo que llamar a un carpintero. Las puertas de mi armario se deben cambiar por unas “correderas”.


viernes, 6 de agosto de 2010

The Face (siete) (Tercera Inclinación)



Gracias, gracias a todos. Vuestras palabras han servido para valorar cada uno de los versos y hacer un poco más imprevisible el libro. Gracias José Miguel, Joaquín, Olga,…, gracias. No esperaba tantos mensajes un día de agosto cualquiera. Sin álogos y permitiendo la sinceridad en las esquinas.

Lo cierto es que ha primado el sentido común, ¿o tal vez ha sido el sentido poco común? Se llamará “Una aproximación al desconcierto”. No podía ser de otro modo. Siempre el desencanto, siempre el desconcierto, siempre la irreverencia. Pero lo de la ropa interior negra aparecerá, figurará, aunque incite a la lujuria, ¿no, Joaquín?

Gracias a Julio Ariza por lo que vas a hacer, y gracias a Elena Almeda por el trabajo realizado. Gracias.

Hoy no paro de dar las gracias, cuando debería dar hostias, pero las gracias son más efímeras, más virtuales.

He recibido una cosa muy bonita en “Nuestro Tiempo” de Corina Dávalos, gracias. Unos libros y revistas de Númenor, gracias David; unos libros de Elena Román, y otros de Elías Moro, gracias a ambos. Han atascado el casillero pequeño de la oficina, cuando he vuelto a Sevilla, al calor. Pero marcho, ya me he ido, no soporto el sofocante calor en la distancia.

Gracias también a los 116 emails de agradecimiento por las cosas recibidas, de todo tipo y de todo interés. Palabras verdaderas y palabras de cumplido. ¡Qué más da! Gracias. A todos. ¿Os gustan cabrones? ¡Disfrutadlo! Sólo se vive una vez, y esto es una aproximación a la desesperanza.

Por cierto, las barbies, como que no acabo de cogerle el gusanillo, a veces forzado, a veces sincero. Si lo sincero es forzado deja de ser sincero para convertirse en forzado. Y lo de “cuadernos de poesía”, como que no, como que no.

Suerte Rocío Arana, chance, tienes un buen prologuista, un buen presentador, un buen todo, pero mejor, dejemos la verdad para otro tiempo, ahora toca vivir, amiga mía. Chance. Al taste.

Me marcho, en Zahara ponen unos MM que no vean como están, fresquitos, aunque no corre un ápice de aire. Esto es el infierno. El más puro infierno. Esto es “Una aproximación al MM”.


miércoles, 4 de agosto de 2010

The Face (seis) (Tercera Inclinación)



Las hormigas avanzan de forma majestuosa. Corren más de la cuenta. En agosto y con calor vuelan para aprovechar el tiempo. Su velocidad es agobiante, y su movimiento lineal. Una ruptura de la fila supone el desconcierto, pero vuelve el origen, su capacidad de regeneración es infinita.

Las hormigas que vuelan y el calor que entristece. Los días duran menos. Desnudos en la playa, el verano es una ordinariez. Las conchas soportando ser pisadas y un movimiento oscilante de las olas.

Las mujeres desnudas, los hombres desnudos, los niños desnudos. Pocas prendas y mucha insinuación. Falta de urbanidad, grosería. Todo es un camelo. Hasta los bañadores disponen de postizo. Nadie es quien dice ser, ni siquiera desnudo.

La música apasiona, y el amor entristece. Tercera inclinación. Quiero estar solo, deseo estar ocupado. Leo a Pilar y a Máiquez. Son gentiles, correctos. Ha vuelto Simón: unas fotos magníficas y presencia de dioses.

Debo poner título a un libro de poemas. Hay que entregarlo a primeros de septiembre y dudo. Dudo mucho. ¡Tantos años! ¡Tantos versos!

Tengo varios candidatos, “Las limitaciones del lenguaje”, “Al taste” o “Ropa interior negra”. Varios que son pocos. Y me lio, me interrogo. Si usted dispone de alguna simple opinión al respecto le agradezco el origen.

Murió dios, he muerto yo. Estamos en las sombras, y ahora nadie me escucha. No puedo hablar con nadie. Ni nadie me entretiene.

Mañana temprano vuelvo a Siltolá. He enviado a Abel las terceras correcciones de “La vida alrededor”, y espero que me entienda. ¡Una coma es un misterio! ¡Y dos una virtud!

Todo el mundo agradece. El agradecimiento se ve como un sentido, una correspondencia que debe conservarse, debe ser mejorada.

Buscamos presentaciones al libro de Juan Carlos. ¡Tantos libros! ¿Tantos libros?

Las hormigas no existen en la noche. Las sombras ocultan su propio sentido, y la ropa interior negra ni siquiera se distingue.


martes, 3 de agosto de 2010

The Face (cinco) (Tercera Inclinación)



Estoy en Madrid. Vine hace unos días a la inauguración de la exposición de óleos de una conocida y me he quedado. Madrid está desconocido. Hay silencio, y en los rostros se observa ese entendimiento a veces vespertino, y a ratos intransigente. Hay sombras en Madrid, pero esta vez, son sombras descaradas. Mucho negro, mucho sudaca y pocos murciélagos.

Paseo por Gran Vía y me asalta otro conocido. Comienza a hablar y a hablar. Hasta le sudan las manos. Le digo: “Miarma, vamos a sentarnos en un bar”. A lo que responde airado: “¡No soy tu alma!”.

Me repongo y le indico que nunca será mi alma porque no lo pretendo, pero que se trata de una expresión cariñosa. Sigue hablando. Le repito: “Shosho, vamos a sentarnos, que hace mucho calor”. Acepta no sin antes seguir con su discurso al que no presto el más mínimo caso.

Ya acomodados en una cafetería con el aire acondicionado a pleno rendimiento (da fe mi garganta), comenzamos una descafeinada tertulia entre dos.

Todo lo que asentía y discurría en su lenguaje era una crítica hacia mi comportamiento. Repetía una y otra vez que yo era una persona “políticamente incorrecta” y así no llegaría a ninguna parte.

Por un momento dudé si enfrente tenía un murciélago o una berenjena. Pero era un poeta oficial, de los que acuden a los actos de la Zarzuela. De los que Aznar conocía su obra. Sí, de esos que recitan y les pagan quinientos euros más desplazamiento.

El tomate seguía hablando. Por su rostro coloradito entendí que era un tomate, un tomate monárquico. En un momento de la conversación le dije: “¡Qué pena que los capullos no sean verduras, ni se cultiven!”. No entendía nada, no quería hacerlo.

Me convencía para que fuera más positivo, más cursi, más poético y más anticuado. Recordé un pasodoble de los “juancojones” que decía:

Mil duros he visto en el suelo tiraos,
y detrás mía viene un jorobao,
el gachó lo ha trincao, ni se ha esforzao,
el joío ni se ha agachao,
¡qué suerte tienen los jorobaos!
”.

Madrid está lleno de jorobados, pero faltan murciélagos.


lunes, 2 de agosto de 2010

The Face (cuatro) (Tercera Inclinación)



Hoy me han perseguido las sombras. Sabía que estaban detrás, y de vez en cuando, giraba la cabeza para atraparlas, pero desaparecían. Andaba por una calle muy larga y ha sido un martirio.

Deben estar realizando un trabajo en Colombia sobre el bien particular, hasta siete personas en línea consultando una entrada antigua, vieja y manida. Todas de ese país. Las personas en línea son como las sombras, pero a éstas no les temo. Se acaban marchando.

Que pequeños son los habitantes de Salamanca, me recuerdan a los murciélagos. Son proporcionados, pero de escaso rendimiento físico.

Hoy Pérez-Reverte se ha pasado un poco. Ha publicado un artículo en el dominical de ABC. Lleva un par de semanas dirigiéndose a un joven escritor. Le invita a unas lecturas, le aconseja, al estilo denomina “funesto”, y demás gilipolleces. No dudo de tu cultura Arturo (te llamas igual que mi padre fallecido), pero tus novelas son lamentables, llamas funesto al estilo, porque te falta amigo, o conocido, o joven escritor, te falta. Sé que has leído mucho, muchísimo, ¿pero te ha servido de algo?

De vuelta por la calle de las sombras me han perseguido los murciélagos. Ha sido terrible. Hasta he corrido. Como los jóvenes sin vacaciones en pleno de mes agosto que se acostumbran a correr por los parques. Dignamente, pero una cosa, correr es de cobardes.

Corrijo las pruebas de “La vida alrededor”, después de casi quince años sin publicar un libro es una extremaunción. Me santiguo. Y “Cadión” saldrá después, me lo acaba de confirmar un joven editor onubense muy deportista.

Un murciélago se ha posado en mi camiseta, ¡qué horror! Aunque después lo he entendido. La prenda llevaba una leyenda “No todo el mundo puede ser de Cádiz. Jódete.


domingo, 1 de agosto de 2010

La emoción



Dicen las malas lenguas que la emoción se desprende como lo hacen las hojas, pero no me lo creo. Emoción, la emoción como la concebimos, como la mamamos, debe permanecer. Si bien no eternamente, una buena parte. ¿Qué será de nuestra vida sin emoción? ¿Qué podemos hacer sin conmoción, sin interés?

Aburrirnos como ostras en la bandeja de un restaurante, esperando que se acerque el señorito con la copa de cava y desee degustar y enriquecer sus papilas. Todo se acaba sin emoción.

Una vez un poeta dijo que había perdido la emoción por escribir, y mucho más por leer. Le tomé por el brazo y le encerré eternamente en la biblioteca de mi casa. Por debajo de la puerta le lanzaba, de vez en cuando, tranchetes, que era su único alimento. Por la ventana (con rejas) le pasaba el agua. Me tapé los oídos y nunca escuchaba los improperios.

Un día se cansó. Se cansó de gritar. Y descubrió una emoción, la de estar encerrado entre libros.

Al cabo de los años abrí la puerta, pero era un cadáver.