jueves, 31 de octubre de 2013

Plutarco




Volé como Plutarco. Mis brazos eran alas y la piel plumaje. Marcho lejos. Hoy no tengo ganas de ver a nadie. Los números son signos y las palabras manifestaciones de la razón, aquella que engloba la poesía.

Un día decidieron elevar a Cernuda y condenar a Bécquer. ¡Estaban tan equivocados! Esta miserable Sevilla entiende solo aquello que le conviene. Es tonta. Es mediocre. Es Sevilla.

Sé que no tengo la razón, ni acaso poseo la veracidad pero ¿alguien la tiene? Sobre la rama de la encina las palabras sucumben, la nostalgia no ha oído las dudas. Fumo para perder el miedo al tabaco.

Vengo a decir que lo siento. ¿Lo siento? La pasividad se tumba en el sofá para manifestar su intención, la actividad es un castigo. Mientras vivas te espero, aguardaré la razón de la palabra auténtica cuando vuelen los pájaros. El número 46 dirá que nada importa, que nada es lo que parece ser.

Jorge confunde la suerte con la dicha, la poesía con la mediocridad. Vives, pides, dices.

El número 9 sigue cantando. Descubre todo cuanto aparece ante tus ojos, ellos no lo harán por ti. El trovador es un imbécil.



miércoles, 30 de octubre de 2013

Un día azul de primavera




El indolente número 46 se empeñó en enseñarme a volar. Permanecía tranquilo y en silencio sobre la rama de encina y acudió una tarde con mensajes y símbolos. Quería que volara, no cesó en su interés. Utilizó todas las artes, las mañas de la experiencia y las virtudes de la existencia.

En la medida que aprendía a volar, la constancia es un acto que comienza en domingo, descubrí que el indolente 46 era en realidad Saúl, el número 1. Como un idiota aguardé el mediodía, maquillé las mejillas y lavé las alas con el agua de rocío que había quedado en las extrañas hojas de la encina.

Salté a las doce y un minuto. Intrépido y valiente volaba dando tumbos. Recordé el verso de Parra: el corazón del hombre imaginario.

Fue la primera vez. Ahora utilizo la propiedad como manía. Una generación es un invento humano, la poesía no se hace general, ni particular. La poesía es la discusión de las leyes de la naturaleza. Todas las cosas que aprendí del indolente número 46 las guardé en el cajón, con la nostalgia.

Como dice don Nicanor:

Hoy es un día azul de primavera,
creo que moriré de poesía.


martes, 29 de octubre de 2013

La casita blanca




La presencia de la luz resultó abrumadora. Desde entonces permanezco en la rama de la vieja encina. Habito el mediodía, solo el mediodía. Solicito a los pájaros que suban a la rama algunas piedras, y que manchen sus patitas con la tierra húmeda.

La mañana está antes que la tarde, pero no por el concepto temporal, ni por el lingüístico. La mañana es el número 3 y la tarde el número 7. Así el equilibrio y la armonía que producen la mañana y la tarde, es el número 1, la pureza. Tan solo a mediodía. Allá donde se cruza el sol con su caída, con su algidez, con su belleza primera.

Ya no estaba mi cuerpo ni la imagen visible de la mediocridad. Un espíritu extraño se sentaba en un tronco de madera rugosa, nunca salió de allí, siempre estuvo en él.

No hemos habitado nunca, nuestros cuerpos son símbolos que permanecen intactos en el confuso laberinto. Solo quedan el espíritu y la razón de la palabra poética.

Toco las patas de los pájaros y lleno mis manos de tierra. La huelo. No puedo contemplar las manos. Mis propias manos. Tan solo hay luz, una señal que desprende el cuadro de Pérez Galdós, como la palabra de Sócrates a las puertas de Atenas, como la sombra de la torre de Hölderlin.

Hoy ha entrado un matiz por la abertura de la casita blanca. He corrido a atraparlo. Las alas no permiten su captura.


lunes, 28 de octubre de 2013

Como un idiota




Finalizan para siempre, son oscuros, están repletos de humo. Los compromisos se acaban. No vivirán para sí y dejarán de ser. Se podrá alcanzar la dicha y la nostalgia, la armonía y la templanza. El único equilibrio.

Podemos tocar la virtud, posee un lenguaje propio que invita a descifrar las señales y los símbolos de la tierra húmeda. Suena una melodía, como un canto que repite el poema de Parménides, los versos de Catulo o la delicadeza de Simonetta.

Sigo buscando el destino en otra parte, recojo guirnaldas, flores azules, cansancio, mucha melancolía. A las nubes las llamo por su nombre: alejandrinas, silva, madrigal, verso libre… Y hoy, cansado de esperar, he mordido las ganas y he intentado eliminar los huecos que Luzbel dejó en la cama. Mientras golpeaba el colchón con fuerza Sultán comenzó a ladrar. Una luz. Una luz infinita. El fuego de la indolencia venía con humo, con una niebla gris que cubría las estancias.

Les he dado las cuatro piedras. El origen del acto y de la razón de la palabra auténtica. Han pasado a otras manos. Ellas fabrican las líneas de las manos.

Me han sentado en la rama de la encina. Consiste mi misión en contar estrellas. Una a una las diviso. No se aparta la luz. Tengo frío. Espero, he aprendido a aguardar. Decenas de gorriones, cientos, acuden a la rama. Un sonido ensordecedor me acompaña. Miro la tierra y observo el centro. La luz se ha llevado las piedras, tan solo cuatro de ellas, conservo en el bolsillo del pantalón las cinco restantes.

Llamo a Sultán pero no acude. Nombro en alto a Loreto pero nadie se refleja en el espejo. Solo hay pájaros.

Se marcha el humo con el amanecer, y con él los compromisos, las mentiras y la mediocridad.

Guardaré en un cajón los restos del fracaso. Debo maquillar el rostro y las estrofas. Las cosas por su nombre, las cartas por jugar. Fumaré hasta que decidan los pulmones.


domingo, 27 de octubre de 2013

Los compromisos




Poco a poco voy dejando a un lado los compromisos y me centro en la rama, en la dura madera que soporta la esencia, la única esencia y la verdad. Un compromiso es como una palabra de honor que los siniestros nunca olvidan. Por eso hay que ser fiel a los principios y editar esos libros que se acaban fundiendo con la tierra. Tan solo con la tierra seca.

Mi cuerpo precisa de un drenaje mágico. Las manos del indolente número 33, el 6, pueden con la soberbia. Actúa y lo agradezco. Repito el nombre de los autores y sus obras y el indolente hunde los dedos en mi cuello, en la espalda. El dolor solo es cierto si lo expulsas, por eso voy dejando a un lado los compromisos éticos, nunca estéticos, del mundo de las sombras.

Ha crecido el laurel. El madroño no ha dejado de dar frutos. Las abejas vuelan y hacen ruido. La poesía es el amor a la naturaleza, la bendita impresión de la verdad. El adiós de los hombres que nunca saben ubicarse no será poesía, es compromiso.

Fumo para saborear el sabor del tabaco. Muerdo las ganas de descifrar pero sigo creciendo. Me río de la soberbia, de la equidad y de los compromisos.