domingo, 25 de mayo de 2014

Lagartos




Llevo unos días intentando fotografiar a un rabilargo en su nido. El mínimo ruido o la presencia más cercana hacen que vuele rápido y desprecie la instantánea. Tengo la paciencia a flor de piel. Ayer, mientras apuraba un cigarro y la cámara estaba en la mesa del porche, se posó junto a mis pies, miró descaradamente y volvió a retomar su vuelo.

Esta mañana vigilé a dos lagartos que tomaban el sol junto a las piedras grises. Permanecía inmóvil junto a ellos. Las hormigas y los pájaros hicieron que, con su paso majestuoso, se marcharan.

Los lagartos son como los amigos infieles. Tal vez deba precisar: los falsos amigos. Esos que adulan y sonríen a todo por el mero interés de la impaciencia. Después desaparecen con ese paso majestuoso a la búsqueda de nuevos objetivos.

Odio la persistencia, en cambio alabo la transparencia y la naturalidad. Ser preciso es ser natural. Los lagartos se esconden artificialmente donde habita el olvido.

Cada día tengo más claro que la poesía debe ser escrita con naturalidad, creo que es lo más complicado de la creación.