domingo, 31 de julio de 2011

Urbanidad para equinos



Nuestro mundo da vueltas cada día, y lo hace a una velocidad de vértigo que no podemos entender. Las personas se han puesto en la órbita del globo para su oficio y propio beneficio. Conoces a un ladrón que roba diariamente todas tus cartas y las de los vecinos. Lo ves, lo pillas. Agacha la cabeza como un burro pero no reconoce los hechos. Comunicas los actos y propósitos. Son ahora los vecinos los que hacen de equinos.

El paso de las horas en nuestro mundo se resume en aceptar, asumir y agachar la cabeza. Ocurre en todos los ambientes. En la poesía, por ejemplo, decir que algo está mal debe ser pecado. El silencio no es lícito. Hay que manifestar abiertamente todas las circunstancias, siempre que ellas han sido constatadas. La verdad suele ser agradecida.

Pero los hombres andan en grupos, hablan en grupos, se defienden unos a otros engañándose. El error de la esencia. No desean estar solos, que los tachen de algo. Las marcas no las usan.

Hay que ser ciertos. Aunque la soledad sea tu acuerdo. El mejor de todos los acuerdos. ¿De qué sirve morir siendo bueno? Acaba los días con la cabeza alta. Muy alta. Deja que los caballos sigan corriendo por la pradera, algún día estarán agotados.

sábado, 30 de julio de 2011

8 (Ocho)



Un grillo salta junto a mis pies. Está desequilibrado. Hay personas faltas de sensatez y de cordura que, como los grillos, confunden la esencia con la paciencia. A esos seres se les suele denominar no personas. Están ausentes, viven en un mundo fabricado a medida para ellos. Todo lo que se aparte y se convenga, manifiesta los errores.

Tres amigos se juntan en la barra de un bar de Triana para hablar de poesía. Los tres tienen barbas. Los tres aman el arte. Los tres confunden a los viandantes. En un momento de la conversación el más sabio, de mayor edad, improvisa unos versos de Carilda Oliver Labra (Matanzas, Cuba, 1924):


Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.

Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.

Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa de veneno;

y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.


Prosiguen las cervezas, las anécdotas, aparecen inquilinos que se suman por momentos a las palabras. Un famoso doctor, amante de las anchoas de dos dedos de gordas, apura sus segundos anteriores a una intervención quirúrgica. No hay grillos en la costa. Hay viandas, vino y versos de poetas.

Una sombra aparece de pronto. Es el cierre del establecimiento que ha echado su mitad para evitar manifestaciones. Calidad y un ritmo equilibrado. Si pedías a las dos, te servían a las tres, pero lo hacían, con gracia, arte y salero. No hay en Londres lugares como este. Faltaban aceitunas. El fruto de la vida. Lo demás llegó tarde pero justo.

Tres amigos que tocan unos libros con la mano. No quiero pisar al grillo aunque lo está poniendo muy difícil. Ni un libro se mancha, ni siquiera una hoja. Se mojaba el pan en el aceite y acariciaban los versos con los ojos. Es el amor a la virtud.

Es extraño que en estos días tan felices y ciertos aparezcan los grillos. Ha sido volver a casa y se han puesto a saltar delante de mi cuerpo. He corrido hacia dentro y he tomado a Catulo. Vuelvo a los grillos:


Invítame a tu casa por la siesta
y hazme este otro favor, si es que me invitas:
que nadie eche el cerrojo de la puerta
y ten tú la bondad de no salir.

viernes, 29 de julio de 2011

7 (Siete)



Los poetas me dañan la cabeza. Mi araña es ya mi araña. Puede entenderme, me habla, y cuando le pregunto, responde. ¡Qué más puedo pedir! Una taza de café en el porche, y un silencio de sombras que apasionan.

Todos aquellos que han visto alguna vez el hambre y la miseria suelen tener educación. Los prepotentes no conocen la verdad. Puede decirse lo mismo de la poesía. Quienes se quedan en Gamoneda y Valente acabarán henchidos. Los que cambian a esos no sinceros por Rilke o por Novalis, verán la luz.

Me alegro mucho ser como soy y no ser JLGM o AT. También reconozco abiertamente que no me gusta la poesía de LGM, prefiero a Colinas. Es más poeta, más hombre, más verdad.

Cuando duermo desaparezco. Viajo por lugares donde anduvimos juntos y a veces, cuando quiero llorar, el silencio se convierte en agonía. El verso es la estancia. Esta vida que ocurre, me avergüenza. El mediodía a esta hora del año produce un calor insoportable, pero necesario.

En aquel camino había una mujer sonriendo. Era morena. Hoy se me ha acercado una chica de unos veinte años. Me ha dado un beso y me ha llamado Vicente. No era yo, pero estaba. La he mirado con rostro de pacifista. Me ha pedido mi teléfono y le he dado uno incierto.

Incierto, por no decir falso. La verdad siempre es una mentira tan grande como una araña. Tumbado en la hierba te miro. El reflejo del sol sobre tu rostro conjuga declinaciones en latín. No sé de dónde has salido y estás aquí conmigo como una corriente de mar sin olas.

Me alegro mucho de ser como soy. Sin ser aquel o este. Personas que no saben de la vida más que su pobre epitafio. Los días amanecen grises, grandes, imposibles.

Quiero querer a alguien que me quiera. Quiero hablar con la misma propiedad con la que hablan los árboles. Y bajito, en el idioma de las arañas.

Congratulations!

jueves, 28 de julio de 2011

6 (Seis)



Definitivamente los poetas se han vuelto locos. Ni Julio Mariscal es comparable a Juan Ramón Jiménez ni la ausencia geográfica de lecturas puede provocar nada bueno. ¿Y Rilke? ¿Y Novalis? ¿Y Borges? ¿Y Platón? No, si ya lo decía Descartes, si permaneces mucho tiempo en torno a un grupo, opúsculo o minucia, acabarás como ellos, estreñido. ¿Fue Descartes realmente?

Hoy ha amanecido un día gris en Kensington Park. Apenas se divisan las nubes y la temperatura ha bajado lo necesario. Un matiz se ha escapado volando hasta el tronco del acebuche. Se ha escondido en el hueco. Corro hacia allí, perder un matiz a estas alturas es el mayor desvío de todos los posibles.

El sueño es la dulzura del alma. Pero el alma, tan eterna e inmensa, necesita liberarse. Por eso cada noche sale de nuestros cuerpos en busca de presentes. En el hueco del acebuche meto la mano para atrapar el matiz. Aparece una culebra con cara de diablo. Junto a ella los restos de unos huevos de pájaros. Se ha comido al futuro. El presente lo ha dejado en el árbol y en sus ramas.

Alargo la mano sin miedo. He cogido la pérdida con todos sus avíos. La provisión o apresto de futuros poemas.

Hay varios cuerpos humanos. Nuestro cuerpo no es uno. Existe el temporal, que es carnal y enfermizo; el poético o espiritual, y también el viajero. Este último parte, sin avisar a nadie, por todos los lugares que recuerdas pero que nunca has visto.

Mientras el alma descansa en estancias recónditas, para hacer ejercicio, el cuerpo se traslada sin que nadie transporte su eficacia. Así fue posible observar a personas que no estaban allí, y eran diferentes. Un mismo cuerpo, permanencia, y un alma prestada, esencia.

Esencia y permanencia. Definitivamente los poetas se han vuelto locos. Liberarse es librarse de signos y de máscaras. El poema que no sirve se rompe, no se guarda. El poema que no gusta o se duda, se quema, no se huele. Los poetas apestan a colonias baratas de imitación, de mercadillo. Me gusta oler a esencia, a matiz, a acebuche. Es una mezcla de los versos de Rilke, de don Nicanor y de JRJ, con un toque de Borges, otro de Claudio, y un poquito de Novalis. Y todo esto aderezado con Platón, sin duda Platón.

miércoles, 27 de julio de 2011

Algo más sobre "Una aproximación al desconcierto"



Paloma Corrales habla aquí del libro.
Muchas gracias Paloma.

"Una aproximación al desconcierto" según Pablo Pámpano





Mil gracias Pablo.

5 (Cinco)



La vida es más sencilla de lo que crees. Un sol que nos alumbra y alimenta, unas nubes que hablan, el agua que se escapa de las manos y una tierra marrón que siempre está húmeda. Dar vueltas al instante es complicarse. Nada es lo que parece. He dejado el fuego en el cielo, lo han cogido los ángeles. Tengo frío en el infierno, las rodillas molestan y llevo calcetines.

Cuando ha amanecido he tomado las fotos en el porche. Las mujeres que aparecen en ellas son Isabelita García Lorca y Zenobia. La figura masculina en Federico. Posábamos en el Generalife.

Queremos complicarnos, nacemos enredados, confundidos. La vida nos enseña que el paso debe darse despacio. Suai, que diría Luis Rosales. Si cierras los ojos y escuchas los ruidos no te asustas. Es la naturaleza. El castigo de ser por un momento eternos y quedarse dormidos.

Me siento a contemplar. Oigo mi corazón y sus latidos, unas ranas que cantan y el murmullo del viento azotando los brazos de las tristes palmeras. Ahora el verde es negro, oscuro. Imagino mi cielo sin ángeles. Isabelita, Zenobia, Federico, Juan Ramón. Olvidos de Granada. Este reloj inglés de la tienda del indio en Piccadilly Circus se ha parado. Funciona cuando quiere, el tiempo lo controla a su manera. Es la dificultad, el menosprecio.

No puedo estarme quieto. Aprendo de los libros y los hombres, de los poetas poco. Sus costumbres, los hábitos, son defectos de forma. Siempre esconden lo bueno, lo sabio, y debes encontrarlo. Encerrado en el bosque aparece la esencia.

Nunca fui de los primeros. Suspendí disciplina y urbanidad, dos conceptos pasados. Huyo de los no sinceros, de los no poetas y de las no personas. Los de siempre. Los que comen desvíos y los digieren en privado. Me gusta el verde, la luz, los ruidos del aire y el agua.

Este tiempo que corre no es el mío. Recomiendo mudanzas. El alma la embalan con cuidado, y sin afán de permanencia. La vida es el matiz, el desconcierto.

martes, 26 de julio de 2011

4 (Cuatro)



He aprendido a observar aquello que no se puede ver. Lo oculto y peligroso. Hay un ángel rondando recuerdos. En las fotos aparecen los extraños destellos, como esa inmensidad. Ha venido a la memoria aquella foto de Pepe Cala a principios de los años noventa. El reloj rojo y verde parecía un raro objeto. La singularidad es el precipicio de lo efímero.

No dejo de tocar las fotos, como tocaba los cuadernos de poemas hace años, cuando disponíamos de tiempo para pasar las tardes en las cafeterías. Rodeados de conocidos hablábamos y hablábamos. Ahora todo es distinto y diferente. Los emails, el teléfono, los libros dedicados. Antes había poesía, ahora hay fotos de muertos. Hablar hasta cansarse de ser y de vivir, escuchar, opinar, oír, mirar, ver. ¡Qué poco se fomenta la verdad frente el vicio!

Paso mi mano sobre la figura que aparece en la foto. Soy yo. Cuando busco otro mundo acabo siempre igual, en casa con el libro de Novalis. El de Rilke lo dejo para luego. Tal vez en una foto que no reconocería nunca. En México las luces parecen demonios del instante. Los que hablan bajito y reprochan el defecto moral de las acciones.

Vuelvo a casa. No duermo en el avión. Agarro el sobre marrón y lo aprieto en el pecho. Los que están conmigo, ¿quiénes son? Dos mujeres y un hombre. No se aprecian los rostros con mucha nitidez.

La buganvilla roja y el jazmín han crecido con un poco de agua. El sol ha hecho el resto. La ausencia de morir se contamina.

Necesito hablar y solo está la araña que baja la cortina derrapando. Le acerco el cigarrillo y sube para arriba, hasta el riel. Hoy muevo la cabeza más que nunca. Busco la retilencia en los matices.

Oscuro, dudoso, turbado, temeroso, revuelto, desconcertado. Confuso al fin y al cabo.

lunes, 25 de julio de 2011

3 (Tres)



Entro en una rotonda cerca del Palacio de Lecumberri, junto al eje de Hilanderos. Hago el ceda el paso. Todos los vehículos hacen lo mismo. De pronto la rotonda se convierte en un círculo cerrado de expresión. Un atasco de coches, de personas, de sombras. Nadie disminuye, ni ofrece resistencia. Busco un agrupamiento, un policía auxiliar, una triste aproximación a este desconcierto de cláxones y de luces.

Es la compensación de estar presente. He quedado en un café cercano al jardín de Oaxaca. Vienen a darme pistas. Incluso alguien por teléfono ha dicho que tiene fotografías. ¿Imágenes o proyecciones? He salido corriendo hacia la cita. Han faltado los versos que soy incapaz de escribir esta mañana.

La crítica en España me abruma. ¿Se hace de verdad o de risa? He leído a TRR y su opinión sobre los que se hacen llamar sabios (¿no serán animales hábiles?), esos que permanecen en la universidad y en las alturas. Y no han leído nada, poco, lo justo para acabar su doctorado en torno al tema de un eje central, como esa rotonda atascada. Por favor, señores críticos, profesores, estudiosos del arte, lean, comiencen a leer su ausencia de límites. En vuestras vidas todo son desvíos.

Después tendrán que presentar publicaciones. ¿Publicaciones? En la universidad no existe el arte. Todo funciona en torno a una acreditación que llega fácil. Es una justificación, un desencanto. Una vez, un poeta muy justo que iba a recibir un honoris causa, respondió al nombramiento con una carta de antijustificación.

Fuentepiña se muere, la rotonda es una arteria múltiple de engendros, los profesores universitarios no han leído al premio Nobel. Y aquí espero las fotos. Una señal que alumbre la búsqueda de años.

Pido un café asqueroso que sabe a margarina. El segundo un poco mejor con unas gotas de leche. El hombre siempre es ángel, pero también es diablo. Un lago como centro del bosque y una tierra que ahora está seca por estas estaciones. Deliro por culpa de esta bebida repugnante. Entra un joven con sombrero. Lleva paraguas rojo. Es la señal. El símbolo del ángel.

Como si Satanás cantara, ha empezado a contarme todas sus experiencias. Me ha pedido el regalo, la dotación por los hechos. Tengo que ver las fotos. Serio y seguro le exijo las imágenes. Abre un sobre marrón. Saca tres instantáneas.

Salgo de la rotonda cerca del Palacio de Lecumberri. Esta vez muy fluido. No he hecho el ceda el paso. De reojo miro el sobre marrón sobre asiento contiguo. El ángel me aprisiona, el diablo me habla. Debo llegar a casa, antes compraré un álbum; no serán las primera, ni siquiera las últimas. Una vida mediocre como la esos profesores del arte.

domingo, 24 de julio de 2011

2 (Dos)



Solo la luz carece de mentiras. Han llamado de México. Dicen que estoy allí. Tomo el primer avión para buscar a ese otro yo que no vive conmigo. Comentan que es idéntico, pero las comparaciones se parecen a la inversa del acto. El físico es la esencia que no vive con uno. Siempre viaja despacio, lo hace mientras duermes.

No sé cómo podré observarlo. Debo estar dormido. Una vez, en el mar de Mármara, un turco dijo haberme visto en Bolu, yo dormía en Estambul. Resultó muy confuso. Viajé por toda esa provincia pero nunca vi nada.

Antes de buscar la sombra que me sigue, comencé investigando a seres conocidos. Fue algo provechoso. Si no es la esencia parecida, la ajena sí es posible. Muertos, abanderados, espectros en el frío. Todos tienen derecho a una manifestación idéntica.

El poema tiene unos matices peculiares, presentes y nada circunstanciales. El cuerpo del ser humano, fuera del centro del parque, debe manifestarse. Y lo hace en silencio, mientras el alma duerme. Un olvido no aprecia los sentidos del hombre. Somos lo que queremos y escondemos la práctica del tiempo.

Ayer siempre es mañana. Hoy es noche, el día ha pasado. Sin querer no quise. Confuso laberinto de mentes y de acciones. Disponemos de medios para dejar de ser, en cambio para ser hay que tomarse en serio el resto de la vida. Seremos animales, pájaros, gusanos, insectos. Las plantas son la disposición de sentirse muy verde, húmedos y álgidos.

Mi amigo no es mi amigo. Mi amor ya no es mi amor. Se han presentado a veces y no son ellos. Los miro, los toco, los escucho. Iguales. No son ellos. Hay algo evidente en el fondo. Una araña en mi casa me sigue a todas partes, hasta duerme conmigo. Hay días que me respeta, en cambio en otros ilusiona. Es una nada efímera, como un reproductor de música continua.

Hemos decidido lo que será la nada, la vida, los matices, las sombras y las líneas. Si miras a otro lado no te acostumbrarás. Vivo en mis resultados y las posibilidades, como la luz, carecen de mentiras.

sábado, 23 de julio de 2011

Lakmé (Léo Delibes)






(Amy Winehouse in memoriam: London brings and takes away the life).

Diez mil



He tardado cien horas en llegar al destino. Una sombra delante guiaba. Todas las intenciones han resultado escasas. Las palabras, los dientes rechinaban de rabia por la vida. No puedo querer si realmente no quiero, ni deseo hacerlo, sin querer no quise.

La falsedad del lírico me abruma. Postura e impostura. Movimiento de manos, de cuello, de cintura. La sonrisa tan leve como esa triste luz que carece de relato, y tanto los querido de sus cartas como los amigo son impostura. Hay muchos delitos de ausencias de verdad, simulación, conformidad del yo-mí-me-conmigo.

Un poeta sin ego es un hombre corriente que se queda conmigo a vivir en la casa. La Zambrano o Virginia me acompañan de noche. No olvides a Platón. El reloj dice que ahora debemos esforzarnos. Es tarde. El destino es origen y la duda es un soplo de viento equilibrado, distante y mal intencionado. Como tu postura de falso y de ambulante.

Sin querer no quise. No puedo más, es cierto. Mirarte me causa somnolencia. Tantos cariños, amores, ciénagas de asfalto, versos de medianoche. Yo vivo el mediodía, la luz la oculto con la sábana blanca.

Todo lo que escribo, lo que leo, lo que digo, lo hago en Siltolá. Mi casa es mi destierro. ¿Un krausista? Un honor la comparación esa que han hecho, con el amor del mundo, gracias. Se ha quedado conmigo una sombra escondida tras la puerta del porche. Dice que se llama Francisco y no es violento.

Sin querer no quise. Hay que entenderlo. No comprendo la postura y la impostura. Hay que salvar Fuentepiña. Platero lo merece. JRJ también. Todos los menosprecios deben acudir a la manifestación que hacemos los domingos. En Hyde Park, con los bocazas.

Quiero morirme solo, entre libros y versos. Con una luz que entra por el cristal de la chimenea. Lo dejo todo a un lado. Hasta las intenciones. Vivo una vida ciega, pero lo quiero claro, nítido, transparente, veloz y simple. La postura la odio. La impostura es absurda. ¡Os odio poetas!

jueves, 21 de julio de 2011

Cincuenta y dos



Hay dos formas de mundos diferentes: el sublime y el divino. Son mundos del agrado de todos: los que saben leer y los que juzgan.

Lo sublime es divino. O mejor, lo divino nunca será sublime. El arte siempre afirma. Esta tarde un caracol que estaba en una enredadera, y que tiene opinión para asegurar, ha buscado otro mundo. Se formó en opiniones diversas mientras crecía en el jazmín. Ahora que se alimenta de buganvillas rojas, agacha la cabeza si me acerco.

Nada quiere saber de los poemas, ni siquiera de ese que hablaba de una eternidad sin rumbo. El caracol, que es sabio, se esconde tras la hoja esmeralda.

Los dos mundos que existen forman parte del tono del poeta. San Juan, el misticismo, lo excelso y elevado. Grandeza y sencillez, es la fórmula mágica del acierto. La instrucción o la regla que nos proporciona, nos va haciendo nosotros. Ser nosotros es ser pequeños, miedosos, asustarse de hablar, de leer, de escuchar.

Siempre intento elevarme por encima de los cuerpos terrestres, mirarles la cabeza desde arriba, observar sus pisadas. Una nube me llama. Quiere decirme algo de su vida, de su forma de amar con el vapor acuoso. He mojado mi alma. Somos los lapidarios, más que una gracia, escribir un poema, es una gran putada, un estigma que está impuesto con los libros que lees.

Hay dos formas de mundos semejantes: el que sabe vivir y el que reniega. Ninguno es del agrado del poeta.

miércoles, 20 de julio de 2011

Setenta y uno



Es cierto que la luz carece de relato. Un sapo parlanchín ha entrado por la puerta. He salido corriendo buscando su escondite. Esta noche de viernes deseo dormir tranquilo, sin prisas, sin luz, sin relatos, sin musicalidad.

La pureza se encuentra mientras tú no apareces. Lo perfecto es sinónimo de clásico, ahora todos somos San Juan. Mi araña soporta un mundo con sus patas. Y esta luz es la vida.

martes, 19 de julio de 2011

Quinientos



Con motivo de las últimas pruebas de Faltan palabras en el diccionario he tenido la ocasión de revisar en profundidad los poemas. Mientras las hormigas pasean por mis pies y una araña sonriente me saluda, he dedicado muchas horas del día a releer los versos. Tengo miedo. El pasado es presente y el futuro desvela.

El círculo cerrado se consolida, no salgo de ahí. Se han repetido versos, imágenes, los matices parece que vienen a nosotros sin esconder la nada. Apenas hay tres saltos verticales y una horizontalidad que asusta.

Lucho con opiniones. Las hay de todo tipo. Mientras TRR sostiene que La muerte oculta destaca por encima de todos los poemarios, otros amigos hablan de ese violín que siempre está mojado.

Si tengo que elegir me quedo con Motivos. ¡Todo era tan claro y limpio! Ocurría que entonces las ideas no sabían expresarse de la misma manera. Los desvíos superaban las contraindicaciones. Y en la silla, sentado, la vida se veía de forma diferente.

Solo hay buena poesía si existen los matices. Cuando quieres dar cuenta de tus versos aparece ese ángel, negro siempre, que destruye y abruma aquellos pensamientos. Por tirar he tirado la mitad de mi vida, de poemas ni hablamos. En cambio, salvo aquellos poemarios que vendí, para poder fumar, en librerías de viejos, conservo buena parte de todas las ediciones dedicadas. Y he leído bastante.

Sin la lectura sería incapaz de escribir un verso. Sin la lectura sería incapaz de mirar a la cara a un solo poeta. Sin la lectura sería una araña, o una hormiga, o tal vez un gusano que arrastra su cuerpo por la tierra. Y en el fondo, suerte tiene el gusano de poder tocar tierra en vida.

Estoy en la azotea. Hace ya treinta años que estuve en la azotea. Diego Ropero, Juan Cobos Wilkins, las estrellas, el cielo, las luces de la calle y las sombras que pasan. La azotea fue un mito, como el ángel, el bosque o el gusano que arrastra toda su indumentaria por el suelo.

Ese día hacía frío. Hace ya treinta años. Versos, palabras, risas y un mosquito alcahueta que no paraba entonces de rondar las orejas. Una azotea perdida donde escribía poemas o mejor se imaginan. Treinta años de versos.




Faltan palabras en el diccionario (Poemas escogidos 1983-2011), Libros del Aire, Madrid, 2011.

Pedidos: fsaenz@librosdelaire.com

lunes, 18 de julio de 2011

Sesenta y siete



Los desvíos son provocados por los instintos humanos que engañan a los versos. El poeta debe apartar de su poesía todos los instintos, así desaparecerán los desvíos.

He tomado como papelera un cesto de mimbre que las mujeres utilizan de bolso y puedo arrojar en él todos los desechos de la vida. Sigo mirando las estrellas en diciembre. Duermo con frío, miro la nieve, esta vida me acojona.

Ruego me digan la verdad, no me sirven los actos ni las incógnitas. No deseo las ideologías. En Londres la nieve siempre es fría. La noche es como antes de ser nosotros: hombres sin tiempo y sin amor.

Los poetas son clientes de la nada, y deben pagar el precio de la esperanza.

Me tientan los desvíos e intento evitarlos, me quedo con los matices. Me siento a contemplar la naturaleza: los pájaros, los árboles, el agua, las nubes… Todo acompaña. Hasta las sombras aportan su grano de belleza. En la naturaleza tenemos la fuerza y el color del mediodía. La vida es naturaleza.

El poeta pasa toda la vida luchando con los desvíos e intentando encontrar sus propios matices que promulgan el tono, su tono.

Mi madre sigue llorando, no puedo querer a nadie que me quiera porque yo no me quiero.

domingo, 17 de julio de 2011

Sesenta y tres



Durante mis años de retiro no promulgué ningún edicto. Los dejé para luego, para más tarde. Son los últimos momentos de nuestra vida. He bajado a la playa y he subido al instante. Era una ordinariez: las personas, los tristes, los niños, las mujeres. Todo era arena, sin vida ni pasión.

Durante mis años de retiro eludí toda conversación ajena a los principios de los actos. La poesía permanecía guardada en los cajones, las reacciones, los versos. Hoy me han llamado de lejos, me piden un poema que va a ser traducido. He dudado si enviarle a Tintín o a Mafalda. Busco otro mundo mejor que este pero para eso debo dejar este que tanto me aprisiona.

Durante mis años de retiro nunca tenté a Satanás, hoy en cambio he recibido una carta suya. Una carta larguísima. Me ha faltado tu beso para poder leerla. He dejado el sobre en el mueble de la entrada. Ha sido sin querer. Quiero dejarlo todo a un lado y centrarme en mi histeriagrafía. Pero sigo varado en la orilla que es mi vida.

No debo decir nada más. He invitado a la nada a compartir conmigo unos días. No quiero seguir viviendo de esta forma, con estos señores de asedio y acoso. Me marcho. Volveré algún día. Mi corazón se apaga.

Durante mis años de retiro fui feliz y armónico. El tono me seguía por las calles. Ahora en cambio todo es nada, y la nada es suficiente.

sábado, 16 de julio de 2011

Setenta y cuatro



Perdónenme, no entiendo lo que ahora leéis. Tampoco comprendo vuestros hechos, actuaciones, formas de amar. Unos amigos me hablan de otro con tono de desconcierto. Dicen que su actitud ha cambiado en los últimos encuentros. ¿Y no será que él, verdadero poeta, se ha dado cuenta que la soledad es la esencia y la unión es la vergüenza? ¿No podrá ser que le aburren los encuentros de la sonrisa, ya que la gracia es miseria y la prepotencia es falsedad?

Que se queden tranquilos los mirlos. Una hembra muy gruesa se ha posado junto a mí. Me ha recordado a Caballero Bonald. Hay que dejar todo a un lado, pero al lado más escondido de todos los lados. Como los barcos en la orilla nadie deja nada claro. Morir al fin y al cabo es lo único cierto de nuestras vidas.

Tengo por compañero de casa a la nada. Apenas es de mi agrado la compañía. No puedo estar tranquilo. He caído al final de este túnel. Del desconcierto a la libre tormenta sin pasar por vosotros.

Ya no respondo a los correos absurdos. Aquellos que buscan el provecho de las insinuaciones. No puedo seguir si falta ese poco de ti que siempre viene conmigo. La nada es el respeto.

Busquemos otro mundo. Perdónenme, lo siento. La canción la he enviado por email.

¡Quién fuera hombre y a la vez miseria!

viernes, 15 de julio de 2011

Setenta y ocho



Cuando el cincuenta descansó, la poesía española entró en el más absoluto barbecho. Lleva en barbecho muchos años. Ha tenido tiempo para mojarse, soportar experimentos, a valientes de espíritu pero pobres en forma y en fondo, a suicidas del verso.

Las agrupaciones posteriores al cincuenta (salvo casos aislados todos los poetas se han agrupado) han resultado lamentables. Los grupos condicionan, no favorecen.

Un poco de soledad, silencio y trabajo, gran cuerpo de lecturas y evitar lo contemporáneo. Esa dosis ordenada y asumida dará resultados.

jueves, 14 de julio de 2011

Cincuenta y ocho



¡Quién pudiera morir y estar vivo otra vez para contarlo!
Y convertirse, entonces, en su histeriagrafía.

miércoles, 13 de julio de 2011

Cuarenta y siete



En el centro del bosque llorarán hoy los niños por falta de alimento.

Setenta y nueve



Los pájaros me acercan a la infancia. Los restos de sus cuerpos en el césped se observan desde lejos. Hay dos tórtolas turcas jugando con sus alas. Recojo hoy las partes que quedan de ese todo y acaricio las plumas con los dedos, de manera suave. Al cerrar los ojos retrocedo unos años.

Tantos matices, tantos desvíos. Una forma de ser sin ser yo mismo. Ahora veo a mi abuela, mi padre está con ella riñendo como siempre. La vida es un portal donde todos los seres disponen de sus dobles, son seres semejantes, idénticos en forma. Un mismo rostro apenas parecido, una expresión exactamente igual, un físico correspondiente. En la lejana sombra hay hombres que se cruzan.

Me ha ocurrido tres veces. La primera montado en autobús donde vi a mi tía. Ella había fallecido unos diez años antes. Me acerqué para hablar y era el tono de voz que apenas recordaba. Pensé que iba a decir, que tenía que decir, que me enseñaba, pero fueron palabras muy discretas, ella no era mi tía aunque fuera la misma.

Desde entonces busqué por todas partes el yo que me faltaba, la persona que siendo igual que uno fuera tan diferente. He recibido pistas de países, de amigos, a veces son las sombras las que hacen compañía.

He viajado, he llegado a encontrar algunos restos, pero nunca conseguí ver al ser semejante.

La segunda persona que confundió la esencia fue una joven mujer que conocí hace años. Sabía por los amigos que vivía muy lejos. Y allá donde España choca con África la encontré de asistente en una conferencia. Movía igual sus labios, tenía el tono de voz como lo recordaba. Confuso laberinto de seres y personas que ahogan mi cabeza.

Al final de mi triste exposición de motivos se acercó para hablarme. Conversé unos minutos con ella. Con alguien que hace años intenté conjugar algunos verbos. Los gerundios eran siempre pretérito pluscuamperfecto. Descubrí de esas tristes palabras que nada tenían ver con mi recuerdo. Era una sombra digna, idéntica pero imperfecta.

La tercera impresión ocurrió en casa. No es que fuera confuso laberinto pero lo parecía. Mi padre se acercó una noche de enero a conversar conmigo. Al amanecer preparó un desayuno abundante. Falleció hace años. Pude tocarle, hablarle, sentirle, hasta le recité tres poemas. Unos días más tarde lo monté en el barco y le di un paseo por la ría de Isla Cristina. Regresé a puerto solo. Con las luces de estribor y de babor haciendo señales.

He puesto un anuncio en la prensa del mundo, se alimenta de una foto. Busco el doble, la otra persona idéntica y semejante. Paseo a estas horas por el campo. Rafael A. T. está nervioso, debe andar. Eloy S. R. corrige unas palabras. Todo queda perfecto, es nuestra imperfección. Confuso laberinto de verdad sobre el río. Tantos matices y tantos desvíos nos alejan, libre de la tormenta.

martes, 12 de julio de 2011

Ochenta y cuatro



Mientras estoy encerrado, desnudamente, el calor y la luz de la ventana agotan todos los pensamientos. Entre los matices y los desvíos acabo viendo doble: libre de la tormenta y confuso laberinto.

Menudos idiotas los de la incertidumbre. Esos son los de siempre. Cuando un poeta habla de política pierde su valor literario. Al igual que lo pierde quien utiliza un elemento literario para cachondearse de su esencia. ¡Qué pena! Tengo mucho frío, se habrá cortado el cuerpo del calor. En diciembre se agota la mansedumbre.

Cántala ahora que me cansan los de siempre, los que figuran en esos libros de adquisición hermética. La vela se apaga de un golpe de viento. Vuelvo a encenderla ante la atenta y justa mirada de un verso de Novalis. Una araña observadora se fija en el mechero, un elemento útil pero discreto. En Londres las tardes son más cortas, se cena mucho antes y los versos aparecen solo a mediodía, en el centro del parque. Siempre doy vueltas al recuerdo.

Acabo de colgar el teléfono a dios. Prosigue su viaje por el mundo de los necios, los de la incertidumbre, los indignados por nada. Los hacedores de cera de oído.

Tengo miedo y sueño. Mañana no amanece, volverá el sol sin desayuno en la llama de la vela. Acerco la mano al fuego y siento un calor esperanzado, es un calor de gloria. Me preguntan por ti y respondo que estás sola, has dejado a tu grupo, cantas de madrugada y los correos los respondes los domingos.

Tengo hambre. Quiero volver a la tierra. Saco la colcha del armario para pasar la noche y una sombra feroz se agita en la almohada. Platón me desespera. Dice que está encerrado, que le molesta la luz de la ventana. Si vienes te quedas que te preparo algo, si te marchas debes irte, ahora. Tu presencia es calor y ya tengo bastante.

Sobre la mesa del salón he encendido cien velas. He apagado las luces y un resplandor inmenso me acompaña. Es la ciencia de verte. Todo lo que aparece son sombras en el techo blanco.

Me tumbo en la alfombra para jugar a ser quien nunca he sido. Imagino figuras en las sombras y solo te veo a ti. Nunca pasa lo mismo, quiero decirte tantas cosas pero debo esperar a los domingos, y el domingo es el día en el que nazco y no tengo recuerdos. En solo siete días paso de ser aire a parecer una nube sin gracia. Pobres de aquellos que buscan estrofas a cada historia.

lunes, 11 de julio de 2011

Sesenta y dos



Escribir poesía para la incertidumbre es como desnudarse una noche de enero en Ávila: hacer el gilipollas, sin poesía y sin incertidumbre.

Ochenta y nueve



Las mujeres se visten tanto, tanto, tanto, que tan tontamente no parecen mujeres, más bien son una mentira. Se disfrazan de altramuces, lo enseñan todo.

Zahara hoy es la leche. El calor se confunde con el fuego del infierno. Siempre acabo corriendo. Intento escapar del mundo y lo consigo.

Este mar es fuego y la verdad su cielo. Fumando a la luz de una vela con León Felipe y con Borges. Las velas siempre son para ver. Las del comedor azules, las del dormitorio rojas.

Las poesías completas de León Felipe en papel biblia, las de Borges son la biblia, lo de menos el papel. Y se ve bien con ellas. Velas incandescentes.

Se acerca una mujer muy bella y vestida de altramuz. Corro. En Zahara adelgazo por mis carreras. He cogido con la mano una vela amarilla.

domingo, 10 de julio de 2011

Cincuenta y nueve



Los números que encierran los secretos guardan su propio misterio. Es la sombra de mi vida. No da igual ser un dígito u otro. Cada matiz se descifra en el tesoro. Los números comienzan su andadura.

El mar es la pureza del ser. Adentrarse en el mar nos reconforta, nos alegra. La arena de la playa es un error, es impura, no posee esencia y su formación y tacto son falsos. Acudir a este mar es saltar por encima de la arena. Dentro recuerdo la tierra, la verdadera tierra de este centro del bosque. Una tierra que mancha y nos agrada.

El color de este mar es una luz que siempre está encendida. Puedes observar tus manos, tu cuerpo, los matices. El color de este mar es la virginidad. El olor de mujer que nunca está presente.

El mar es fuego y la verdad su cielo.

sábado, 9 de julio de 2011

Sesenta y cuatro



La verdad es incierta. Un girasol sombreado por un rayo de sol me ha dicho que me quiere. Mi admirado amigo, si naciera otra vez, me casaría contigo, pura naturaleza. Si me acompañas ahora por esta triste causa sembraríamos pasiones por los campos, evitaríamos desvíos, hablaría de matices con tus pétalos, juntaría dos ríos para ti.

No se apaga diciembre. En Villa Barbaria todo es azul, hasta las plantas. Un amor de hace tiempo me ha escrito una canción. La ha cantado en la radio para mí. Le he dicho al girasol que me acompañe.

En Correos hago un envío de desvíos. Certificado, urgente y con acuse de recibo. El pájaro ha puesto el sello.

Cántamela de nuevo. No me enterado del estribillo. Desafina el bajo. Escribo un verso que se convierte en poema sobre tu lunar en la espalda. En alguna ocasión he sido Galileo. Deja. Canta la de pasión. Cántamela de nuevo.

Recibo carta de Chile. Don Nicanor no me odia, a pesar de pesares. Mis matices se entienden aunque no los comprenda. En las noches de diciembre sigo estando solo, aunque ese girasol me quiera.

Sí, sé que soy muy pesado, repetido y a veces hasta cursi. Pero por favor, nunca escribiré antipoemas. Son suyos. Si me acompaña al centro del bosque prometo defraudarle. Escarbaré la tierra con mis manos, dejaré para usted las mejores sombras, los fantasmas me odian.

El pájaro que ha puesto el sello me pasa la factura. En Londres hace frío, debo taparme. Sigo sin entender tu estribillo. ¿Seguro que soy yo? La mujer, como el aire, llena al hombre de humo.

viernes, 8 de julio de 2011

Setenta y dos



La religión, como el amor, llena al hombre de humo.

Ochenta y seis



Los girasoles están secos e inclinados. La luz los desbarata y pierden un color que amarillea. El calor de este tiempo de diciembre muere otra vez. Siempre es diciembre en nuestras vidas.

Los matices son las improntas que definen el tono del poeta. Los clásicos sabían de los matices y en ellos se descubren muy rápido. Sin matices los versos no apasionan. La poesía será hermética, vacía, incluso en la experiencia se ausentan los matices a menudo. Escribir bien y bello es fácil, vivir con los matices en tus versos es lo más complicado de diciembre.

Hoy un matiz visita mi cuaderno. Nunca se fue de él, mis matices son siempre los mismos. Se marchan por el campo a descansar y vuelven cuando quieren. Tienen la puerta abierta.

Los girasoles hablan mientras camino entre ellos. Dicen que no respetan la ansiedad. Su inclinación me envuelve. Siempre es diciembre.

jueves, 7 de julio de 2011

Noventa y cuatro



Tengo que apartar todos los desvíos que se acercan a mis matices. Uno a uno los separo y los arrojo a un fuego que hemos preparado esta tarde. Las llamas vuelan muy alto y se observan desde la más sincera pasión.

Amanece en la hoguera una brasa encendida. La noche ha sido incierta, dos o tres funerales, mil citas por sus vidas y un suave cansancio que nos lleva en volandas. No acaba de apagarse. Lo intento con el agua y el viento lo comprende y lo complica. No tengo ayuda de nadie.

Esta mañana muy temprano he acudido a los restos del fuego. Los desvíos se consumen como una losa azul, descolorida. Intentan liberarse, las llamas los agarran por sus restos.

Sin desvíos la vida se ve de otra manera. Una pureza siembra un olor a diciembre. Leeré a Claudio, a Luis, a don Nicanor, a Antonio. Pero también a Rilke, a Eliot, a Novalis. Intento no llegar al mediodía. Debe apagarse todo mucho antes.

Toda una vida sin verte y soy incapaz de padecer lo que merezco. El hombre, si es poeta, se inclina, sus preferencias se deshacen en los ríos. El sermón se vuelve abatimiento. He desordenado el ánimo.

Los matices están muy puros. Se van todos los desvíos. Puedo tumbarme en la hierba. El miedo a que llegue el mediodía se convierte en pánico. Volver a observarte no lo soportaré ni un segundo más. Mejor es no pensar, imaginar y recordar se superponen y confunden.

Cuando se logran liberar las desviaciones buscas el encuentro, la otra realidad. Esa que has descubierto y no deseas que ocurra. Nunca. Es el confuso laberinto que decía Calderón de la Barca. Encontrar fuera del verso a los seres iguales en distintos espacios. Muertos, vivos, apariciones. Se han juntado dos seres idénticos en formas pero diferentes en espíritus. Y es tan real como libre de la tormenta, como la teoría de las inclinaciones. Es el confuso laberinto.

Apago con mis manos manchadas de tierra y de versos los restos de las llamas. Cubro de arena la lumbre que muere. El humo viaja de aquí para allá intentando encontrar un espacio, un hueco. Los pájaros agitan sus alas para que no permanezca en ninguna parte, sin lugar a una abertura real o imaginaria, nada, el humo no tiene nada. Sin extensión el humo se disipa. Se respira diciembre.

Me adentro en un confuso laberinto, un complejo que intenta confundirme. He apartado todos los desvíos de mis matices.

miércoles, 6 de julio de 2011

A beneficio de los damnificados de Lorca




Cincuenta y uno



He visto hoy una foto de buitres amarillos sobre una mesa blanca. No era un documental, era la vida misma. Sin gusto, sin presencia, carroñeros del alma despojaban sus plumas con lamentables versos.

Quien esconde su rostro, tras un burdo laurel, dejará de seguir impresionándonos. Como un vaso vacío encima de un estante.

Complejos y mentiras, aplausos y derrotas. El cansancio es un estado civil como la soltería, el matrimonio o la viudez.

Desde Villa Barbaria veo África. La han llamado así, de ese modo. Unos picos rocosos con brumas y con niebla. Es el atlas del sur, la majestuosidad. Desde Villa Barbaria el sol me desespera y el azul de este cielo me lo quiero comer. Dos pájaros de fondo jugando con sus picos y una ola que muere en la casa de Juanjo.

Sentado en una mesa, con un café caliente, un cuaderno y tres libros, respiro la conciencia y ese olor a colonias. Se incrementa el calor a medida que pasan estas horas.

Uno de los buitres ha mirado hacia atrás. Está desconcertado. Por momentos se pierde, se confunde, nos llora. Vuelve a mirar atrás. Digo adiós con mi mano. El ave vuela ya junto a sus compañeros.

¿Es daño o es amor? Es desconocimiento. No saber de la vida más que una palabra, no recordando fórmulas, matices, suerte. Quiere entrar en el bosque pero ha visto el letrero.

Buscas la compañía. Crees que es necesaria, completa, deportiva. Es un error tan grande como llamarse buitre y quedarse a las puertas. La unión no hace la fuerza, la destruye en pasado, en presente, en futuro. La unión nos equivoca. Silencio y soledad, da igual que seas un buitre, un verso o una esquina. Silencio y soledad: es vivir por encima de nuestro propio cuerpo.

martes, 5 de julio de 2011

Ochenta y uno



Tendré que patentar los paseos por el bosque. Todo el mundo ha pasado del jardín o del parque hasta el centro del bosque. Ahora está lleno de personas con ganas de aprender, de leer, de escuchar el silencio. Es una sensación fantástica. Me alegro.

Se puede hablar con muy pocas personas. Con unas descubro la verdad, con otras converso, con algunos me entretengo, y con otros ni respondo a los intentos que ejercitan sin más, por eso mismo.

Esta tarde, mientras acudía a beber un poco de agua, he tropezado con alguien que escarbaba la tierra en el centro del bosque. Era un visitante, pero iba adelantado.

Hoy los versos los muerdo, uno a uno, y arrojo todos ellos en esta papelera que no estorba en el suelo. La papelera es para el poeta el depósito del alma sobrante. Quien recoge basuras de intereses e intentos de dormir.

Tengo un golpe tremendo en la cabeza. El agua me sabe a un aroma de velas derretidas. Quizá sea el hielo quien asombre el olor de los matices.

Sobre la mesa el vicio que miro y acaricio. No caigo en sus desdenes. Apago el cigarrillo, lleno el vaso de agua y rompo los poemas en trozos muy pequeños. La papelera rebosa una luz hermosísima. El disco de Falla suena en volumen veinte. Se mueven las cortinas. Los mosquitos de noche que vienen a la luz, se quedan en la puerta.

Hace unos días estaba con Paco Bejarano en su Jerez. Elegante, el cabello hacia atrás, esos ojos tan verdes, la piel morena pago y el cigarro y la copa aguardan en la mesa. Aprendes del viaje, de las palabras sabias de un poeta dignísimo, de cuantos rodeaban a Paco en La Moderna, incluso el encargado que recitó un poema (lo hizo entre sus labios).

La vida a los sesenta tiene muchas rutinas, necesidades, causas. Me duele la cabeza. El visitante sigue escarbando la tierra en el centro del bosque. He colgado un letrero a la entrada. No cabe nadie más. Los poetas puros, todos los poetas sabios, aquellos que hoy intentan aprender y saber, han visitado el bosque, están dentro del bosque, en el centro del bosque. Se ha divorciado el verso. La papelera llena.

lunes, 4 de julio de 2011

Sesenta y ocho



El poeta nunca pela los versos, se los come a bocados si no los ve claros.

Ochenta y cinco



Las chumberas tienen muchas telarañas. Es cosa del tiempo. Una lluvia fina y certera vendría bien ahora. Es cosa de tiempo. Tumbado en la hierba observo una araña paseando hacia su casa. Dicen que trae suerte mirarlas. Una hormiga rapidísima ha subido a mi cuerpo en un instante. Salgo tras ella pero queda atrapada en la telaraña. Ha sido pasto de su prisa.

Hace mucho tiempo, en 1993, decidí esconderme. Los motivos sobrados. Me aparté poco a poco del ruido del mundo. Estremecido por el inicio del desconcierto y el desconocimiento de otros tantos. Era cosa de tiempo.

Ahora soy mucho más fuerte. Soporto el calor con rigor y dicha. Vivo con los insectos y hasta les recito poemas. Descubro, no obstante, dos aspectos que persisten: el desencanto y la alegría.

Desencanto porque están los mismos, más viejos y más gordos, con las mismas pamplinas, idénticos poemas y menos diez de inteligencia. Y alegría porque lo supero. Si antes me afectaba todo, ahora les ocurre a ellos.

Río dos veces antes de llamar. Si tengo que escribir un mail respiro con los ojos cerrados. Y las citas en persona las realizo después de una ducha fría.

Antes tenía hambre, miedo. Los poetas me daban sueño. Ahora tomo mucho zumo de limón, calabacines y remolacha. Si entonces era cortés, ahora soy valiente. Me encantan las recomendaciones. Los que vienen de parte de tal con un abrazo los meto en la ducha conmigo.

Dejo la imperfección en la piscina, y odio el mal gusto: en el hablar, en el vestir, en el comer, en el ser. Huelo a las arañas de casa por si están bien aseadas. Cuando hay un conflicto con algún poeta que deseo publicar llamo a su editor primero, y le pido permiso. Caballero de insectos. Ninguna cucaracha me ha llamado nunca, y si lo ha hecho seguro que dispone de número desconocido, y a esos no respondo.

Un poeta enviaba el otro día un email masivo para recuperar los teléfonos de su agenda. Había perdido el móvil. Como mosquitos en verano uno tras otro fueron respondiendo otorgándoles sus números. ¡Qué suerte tendría en no hablar con nadie! Desde luego se centraría más en su poesía, en su vida, en sus lecturas. Pero, es cosa de tiempo.

Creía que Pepe Cala era el último bohemio, pero hay otro, más interesante, Manuel Lucas. Era cosa de tiempo. Lo perdido aparece, con telarañas, roto y cansado.

Perdí la vida una noche de diciembre. Escuchaba a Delibes. La flor que hacía de tenor se olvidó de la música y recitó un poema de Claudio. Cuando finalizó el último verso se paró el disco. Sobre las manos tenía el teléfono pero no llamó nadie. Se apagó la flor en la tela de araña. Siempre nos queda Claudio.

domingo, 3 de julio de 2011

Noventa y siete



Si me miras los ojos, me comprendes. Si agachas la cabeza, me emocionas. No mirar a la cara no es engaño. Es pensar lo que digo y asimilar la vida. La verdad es que me quieres, y me escuchas aunque no me veas.

Esta pasada noche las ranas y los sapos han interpretado el concierto de su vida. Pasaban las horas, los minutos, los segundos y el silencio era un símbolo ausente. Una triste imaginación. La tortuga hacía de director de orquesta sobre la piedra de rocalla. Eso es valor, fuerza, amor musical. En un momento estuve a punto de levantarme y decirles: “Anda, cantad la de pasión, que la estuve bailando ayer”.

Se ha cruzado el último libro de Patricio con un pájaro valiente mientras almorzaba. Leía la defensa de Borges y la crítica a Sábato, y el pobre pajarillo daba saltos hacia el pan en la mesa del porche. He tomado un trozo muy pequeño y lo he arrojado hacia el otro extremo. Lo ha cogido con el pico. Ha permanecido en la mesa. He tomado otras pequeñas bolitas de pan y ha hecho lo mismo.

Estaba más pendiente del ave que del libro. De fondo el lagarto amarillo cantándome hasta el mediodía. Cuando he tomado un trozo mayor han venido otros tres gorriones. Sobre la mesa parecían una orquesta de cámara.

La manía que tenemos los hombres de criticar la osadía, la fuerza, la valentía. La verdad en definitiva. No se perdona la grandeza, la belleza. Nos conformamos con poco. Se hace crítica literaria por peloteo, y se defienden libros indefendibles no vaya a ser que piensen que somos pajaritos.

Y si en juego está una publicación próxima escudriñamos fragmentos musicales hasta convertirnos en ranas o sapos. El editor es la tortuga. Sin derecho a tanteo.

Se ha levantado esta tarde una brisa suave. Los gorriones han llenado la barriga. Las ranas descansan. Han colgado un cartel en el porche. Esta noche interpretan a Wagner. Debo dormir algo de siesta que después descansaré poco.

El color de mi cielo me apasiona. Es un celeste amor sin camuflajes. Voy a pedir cena para dos. Hoy como con el pájaro.

sábado, 2 de julio de 2011

Cincuenta y seis



El color de mi cielo me apasiona. Es un celeste amor sin camuflajes.

Noventa y seis



Una nube me ha parecido esta tarde una palmera. Era una nube blanca. Ocultó el sol un instante mientras la contemplaba. He sentido el sueño.

Al cerrar los ojos solo veía la nube. Su esbelta forma y sus ramas caídas. Era una nube blanca, no era una palmera.

Los poetas que se esconden en un universo personal e incierto, aquellos que inventan un mundo propio ajeno a sus versos, esos vivirán de limosnas. Los complejos de versos denotan inseguridad. Los complejos de hombres viajan a la impureza. Todos los complejos se consumen como el cigarro en el cenicero.

Personalidades múltiples con un único fin: la maldad. El poeta cierto, en vez de pensar en el daño, contempla las nubes. En vez de decir sí siempre, no responde. En vez de manipular, eyacula. En vez de ir rodeado de gatos, mata hormigas y arañas.

La mezquindad es una forma de dar la enhorabuena fingiendo. A boca llena con los ojos en el suelo. Nunca mira la verdad. Un verso es una vida moviéndose por la marea.

Una ola muy grande ha llegado hasta casa. Tenía la puerta abierta y ha traído pescado para la cena. Con algo de verduras a la plancha y un poco de fruta. Pero no tengo hambre. Salgo a buscar la nube y todo está oscuro como tu conciencia. Miro hacia el oeste y veo una gran luz. Un inmenso reflejo. Es un verso que viene encima de una nube.

viernes, 1 de julio de 2011

Sesenta y uno



Hay un verso que viene encima de una nube.

Noventa y dos



Escribir poesía es un juego de alto riesgo, un juego peligroso. Observar las nubes, los pájaros, los árboles, tocar la tierra con las manos, arañar las piedras y besar la hierba. Sentarse en el centro del bosque y escuchar esas voces que cantan de madrugada. Leer un libro con lágrimas en el alma, repetir un ritmo en la cabeza y el tono que acompaña tus pasos y los estornudos. Acariciar la nieve, chupar el agua de lluvia, sudar de rabia. Correr de las mujeres a las tres de la mañana, tomar cinco cafés en una hora, fumar medio paquete con un verso. Saltar en paracaídas de la encina, del olmo o del castaño. Del acebuche tirarte de cabeza a la piscina. Escuchar al sabio con los ojos cerrados. Cantar. Bailar. Vivir el mediodía.

Se aleja el pago con su tierra blanca. Mi padre me habla desde el cielo. Intento responderle en silencio. Está muerto. La poesía es un juego al que no debo jugar pero que no puedo dejar.