viernes, 31 de diciembre de 2010

The Feelings (4) (Segunda Inclinación)



Me resulta tremendamente difícil atender la llamada de la segunda inclinación cuando en realidad las tres están unidas por un mismo padre. Intentar fundir la primera con la segunda para concluir con la tercera es tan evidente, como que los calabacines del huerto crecen hasta en invierno. Será la tierra. Será la edad.

Con esa edad, uno se atreve a despachar porciones de intelectualidad. Fragmentos de ocio y negocio a la aventura. Decía el otro día un escritor reconocido que el autor que a los sesenta años no haya hecho nada, lo tiene difícil, por no decir imposible. En ese caso lo mejor es solicitar una plaza en una residencia de ancianos volubles. Y tenía razón.

Convierto en esperanza los recuerdos, pero no los difundo. Los manifiesto. Hay una gran diferencia de criterio. Esa maldita bombilla se fundió cuando leía a Joyce. ¿Será por algo? Y al tomar la escalera para cambiar la lámpara, resbalé. Mi caída fue cierta. Pero terrible para mi maltrecha cadera. Desde entonces un bastón acompaña mis miserias. Un apoyo de sentido común.

Siento tantas cosas como mujeres pasan por la acera. Las hay de todo tipo y de diferentes colores. Las amarillas me encantan. Puedo seguir diciendo, pero me quedan las sobras. Este silencio no deja de callar. Las fotos en cambio dicen mucho de ti. Tu luz.

¿Cómo se puede definir la histeria en la poesía con preposiciones deshonestas? Un famoso editor publicó el libro de un poeta por concierto (acordado) pero no distribuyó ni un solo ejemplar. Para su gusto y satisfacción. Para su orgullo, halo o aureola.

Y ya estamos de nuevo con el puñetero prurito. Tenía todo y no queda nada. Nada. Lo siento. Se funden las inclinaciones intentando dar salida a tu regalo. Pero no me des nada por favor. No hace falta. Me conformo con poco. Y me peino diariamente.


jueves, 30 de diciembre de 2010

The Feelings (3) (Segunda Inclinación)



Con el amor suele pasar lo mismo que con las berenjenas. Si las dejas mucho tiempo en la mata se acaban arrugando. Y terminan siendo pasto de los bichos.

También se ponen amarillas y se hinchan. Es síntoma de la maduración. Por eso hay tanto poeta gordo.

Con la literatura pasa igual. El resentimiento suele ocupar un importante espacio en los escritores. Pero no se trata de un resentimiento sentido. Más bien se produce por compromiso mutuo. Veamos. Un autor analiza una obra ajena. Y la disfruta considerablemente. Pero ese autor tiene un nombre, unos apellidos, una reputación. Y a todo ese halo hay que añadir un círculo de amigos a los que está agradecido y ante los que tiene que justificarse.

Así, lo que en un principio era un deleite acaba convirtiéndose en pasto de los bichos. Berenjenas para no ir muy lejos.

La relación que mantiene un hombre y una mujer acaba siendo dubitativa, o deudable. Si ese escritor, en un momento concreto de su vida, hubiera optado por la sinceridad y la fidelidad a su propia obra (y a la ajena) nunca tendría resentimiento.

Todo es por culpa de la maldita aureola. Cuando voy por la calle me fijo. Ese tan estirado. Aquella tan elegante. Y el pobre cojo con el bastón y la gorrilla de pueblo mirando a uno y a otro.

Uno es de pueblo. Y a mucha honra. Pero si leo algo que me gusta (como cuando veo a una bella mujer) le quito la aureola y le digo:

- “¿Te apetecen unas berenjenas rebozadas?”.


The Feelings (2) (Segunda Inclinación)



Según se indica en la teoría de las inclinaciones, la segunda inclinación es el amor como complemento del absurdo. La literatura siempre supera al propio amor. Y eso se pretende, se intenta, se trabaja. No siempre se consigue, pero merece la pena luchar por unos ideales para nada compartidos.

En este sentido la segunda inclinación se manifiesta en los recuerdos de aquellas mujeres que fueron capaces de hacer dudar. En algunos casos la duda fue mayor que en otros. Y a veces nunca llegó el amor.

Comenzamos con Susana. Años ochenta. Principios. Una historia en Turquía y una descripción de la palabra.

Entonces el corazón siempre estaba entre los dedos.


ES DOMINGO, el periódico dice que un grupo de australianos pretende realizar una expedición al Himalaya. ¿No recuerdas, Susana, aquella expedición?

Habíamos previsto todo el viaje, era un viaje sin límites: en Valencia un carguero de bandera turca nos llevaría directo hacia su patria. Ya sabéis amigos que la patria de un turco está siempre repleta de bandidos, y la patria de un santo es la patria de todos, de todos los que he visto sin patria y nunca han visto al santo, ¿no es cierto?

No sólo hay miserables en Turquía, también los hay en casa, en una esquina, en esos ascensores de grandes edificios, y al mirarlos, el empresario siente una composición inmaculada, como una aparición.

Quedamos en Turquía y el Tíbet lo inventamos, lo imaginamos. Tanta miseria estaba pidiendo algún consuelo y tú eras un consuelo, una ilusión que a veces pretendía ser australiana, y andabas de puntillas, y eras un canguro de puntillas.

¿Dime si no son ciertas mis verdades? ¿Dime si ese viaje no hizo más que separarnos? Y eso que los viajes son los virajes de una vida, pero siempre es verdad que un viaje mal previsto acaba como el nuestro: en la separación anticipada.

EN Turquía había un negro de grandes labios que se enamoró de ti, y no dejaba de acosarte por las calles pues te decía piropos turcos que son inteligibles.

Yo me reía, tú te reías y él se reía con lágrimas cuando pasabas por su lado y no le hacías ni caso. El pobre negro miraba tu cuerpo con tanto desconsuelo que por los poros de su piel saltaban chispas. Y no eran chispas negras, porque el amor que un hombre siente lo mismo da que sea de explosión o de remordimiento, lo que importa es que ama.

SUSANA se acostaba vestida doblemente para evitar que el negro se tentara, porque un negro es un hombre y el nuestro había acordado enseñarnos la ciudad con tal de estar más cerca de la moza. Y aceptamos, no sé porque aceptamos pero fuimos, éramos para el negro dos bandidos de lujo en otra patria, dos bandidos distintos, porque siempre robábamos los trajes y siempre los pagábamos. Hasta que se acabó el dinero, hasta que los bolsillos dijeron “c’est fini”, hasta que nuestros padres bien amados por carta escrita a pluma acordaron cortar el suministro económico, como si se cortara la energía una noche de huelgas y todos los huelguistas tuvieran que llevar una pancarta y una vela en las manos.

EL negro no era malo, si miraba a Susana y la veía con hambre corría al supermercado para comprar detalles, detalles alimentarios, que aunque fueran detalles nos calmaban, porque un detalle puesto con acierto es capaz de cambiar hasta un destino, y nos cambiaban, como un gobierno busca el cambio en las declaraciones: el negro era el gobierno, nosotros, electores con hambre, (siempre ocurre lo mismo todos los electores tienen hambre y acaban votando, cuando la realidad mejor sería que fuese de otro modo, que acabasen comiéndose al gobierno).

Nosotros más de una vez pensamos en comernos al negro, no por hambre, ya entienden, sino por repugnancia, porque uno en esta vida acaba por comerse hasta lo que más odia, acaba por comerse su esperanza.

UNA tarde en las calles de la capital nos sorprendió una revolución. Las mujeres corrían de un sitio a otro, como queriendo dejar constancia de su fuerza, y los hombres lloraban, todos menos el negro que con fuerza y arrogancia nos indico un pequeño hueco entre los muros, un hueco de salvación.

Fue la primera vez que el negro se acerco a Susana, le decía cosas al oído, cosas de amor, no eran intuiciones, ni deseos, más bien tenia obligación de revoluciones, pues estaba excitado.

Susana que no es tonta, en un descuido súbito y sonriendo le dijo en voz alta:

“Hablas de amor muchacho y te sudan las manos,
¿No será que los negros tienen el corazón entre los dedos?”

Y el negro optó por irse, un turco que era negro y nos quería, pero era obligación, su obligación, dejarnos en Turquía mientras llorábamos, mientras soñábamos.

EL mar en Estambul es una caja de zapatos, le llaman mar de Mármara y siempre lleva el agua en tarjetas de visitas, porque viaja muchísimo, entra por un estrecho y muere en otro.

El mar en Estambul está llorando, y gusta ver sus lágrimas absurdas, ya que un mar es un mar y por mucho que corra, muera o se aprisione tiene fuerza suficiente para evitar tristezas, porque el mar nos alegra, el mar nos adelanta los días de ola en ola, y cuando una ola muere hay otra que pervive.


lunes, 27 de diciembre de 2010

Was clean



Era una hija de puta, cretina e indiscreta.
No quería a los hombres, pero sí utilizaba.
Si amaba a una mujer, después de acariciarla,
de besarla, desnudar los sentidos hasta morir
llorando, bajito y al oído decía:
¿Has lavado tus manos, sucia?

Más felicidades





sábado, 25 de diciembre de 2010

Life lie



¿En qué momento exacto se distingue
esa simple palabra, la justa?
Y, con una sonrisa en los labios,
respondió: “Debes marcharte,
mi marido está a punto de llegar”.


miércoles, 22 de diciembre de 2010

Presentación del "Libro de los Niños"





¡Cádiz!





III Premio de Poesía Fundación Ecoem



Ver Europa Press (pinche aquí).

The Feelings (1) (Segunda Inclinación)




AMAR siempre se escribe con hache intercalada.
Debe ponerla en medio, entre la i y la o.
No es bueno complicarse.
Total si son tres días y hemos gastado cinco,
para qué desatar lo imprevisible.

Recuerde, amar, al igual que estipendio,
debe escribirse así, con hache.
Y debe dar igual que usted sea peluquera,
cajera o cocinera. Amarse por minutos
no concibe de fraudes, ni siquiera de oficios vespertinos.

De día nos pela el alma y de noche la tibia.
Segunda inclinación, o misión, o concierto.

Tengo las cartas malas. Esta partida sobra.
No dio nunca lo mismo ser letra o alfabeto.
No me conviene hablar, hablar no me conviene.

Aunque debo decir, si es usted quien me escucha,
que amar se escribe siempre con hache intercalada.


martes, 21 de diciembre de 2010

The Face (y 90) (Tercera Inclinación)



Me gusta la belleza, lo bueno y lo rico. Odio la falta de clase de algunos. Pero no soy rencoroso. Si la envidia es pasajera, el silencio es un primor. Un sentido recuerdo que pretende no olvidarse. Debo dar las gracias también a Sharleen y a Gwen. A Paul. A Thomas. Los ojos de Sharleen no nos olvidaré fácilmente. Siempre queda una cosa. Las cenas en Fifteen. Gracias Jamie. El romanticismo es lo último que pretendo olvidar. Aunque la luz se apague. Restos perdidos de personas faltas de agradecimiento.

Hago dos listas. Los buenos y los malos. Todo debe ser así. No puedo cambiar el mundo aunque él me cambie de vez en cuando. Natalia comienza de nuevo a cantar. Paseando por Barcelona recuerdo a Vázquez Montalbán. No puedo, ni quiero. La cabeza parte de cero. No te pido que me regales el cielo. No hace falta. Hay otra manera más sincera de llorar.

Necesito tenerte como las flores necesitan el agua. Sinceramente debes intentar cambiar todo. No pretendo hacerlo. Ni lo he imaginado. Hablo de la trascendencia. La poesía es así. Alguna. Tú, por más que intentes quedarás relegado al más oscuro de todos los abismos. Inténtalo. Verás. Esa foto de 1983. La teoría de las inclinaciones. Y Susana en Estambul buscando el consuelo de un negro que era turco.

Leía “Mariposas negras” de Ropero. Y lo hacía lentamente. Como el leve aleteo de la dicha. Alguien dice te amo como si fuera un anuncio de colonias. Y las cuerdas de la Custom dejan de sonar. No creo, ni confío en nadie. Voy sin dirección. Ese amor que no comparte nadie suena. Solo, y feliz, por querer quererte. Esta soledad me va haciendo más hombre. Y desde luego más cursi, poético y anticuado.

Por intentar tenerte he dejado media vida. Y no escucho tu voz. No hay solicitud de inserción. Cada día las manías se hacen más personales, puras e irónicas. Gracias a todos. A todos los que merecen las gracias. Al resto, nada.

Un saludo, adiós, y es para siempre.


Un regalo de José del Río Mons





viernes, 17 de diciembre de 2010

El libro "de los Niños"







Poesía para niños de 4 a 120 años
(Antología de autores contemporáneos).


Edición de Jesús Cotta, José Mª Jurado y Javier Sánchez Menéndez.

23x15,5 cm
Rústica con solapas
256 págs.
ISBN: 978-84-15039-38-9
PVP. 22 euros (iva incluido)

La Isla de Siltolá
Colección Agua. (Poesía para Chicos y Grandes)


Esta obra incluye poemas éditos e inéditos de: Pablo García Baena, José Jiménez Lozano, Aquilino Duque, María Victoria Atencia, Antonio Carvajal, Antonio Colinas, Miguel d'Ors, Fernando Ortiz, Eloy Sánchez Rosillo, Ángel Guache, Luis Alberto de Cuenca, Javier Salvago, Julio Martínez Mesanza, Ana Rossetti, Rafael Adolfo Téllez, Víctor Jiménez, Manuel Gahete, Juan Cobos Wilkins, José Julio Cabanillas, Elías Moro, Pedro Sevilla, Juan Ramón Barat, Felipe Benítez Reyes, Jesús Aguado, Ramón Simón, Amalia Bautista, José Mateos, Pilar Pardo, Mercedes Escolano, Javier Sánchez Menéndez, Abel Feu, Juan Bonilla, Juan Antonio González Romano, Jesús Cotta Lobato, José Luis Piquero, Olga Bernad, Ángel Mendoza, Enrique García-Máiquez, José María Cumbreño, José María Jurado, Miguel Agudo, Diego Vaya y Tomás Rodríguez Reyes.

Ilustración de la cubierta: Pablo Pámpano Vaca.

Fotografías interiores: Antonio del Junco (Toi).



Ya está disponible.


Información y pedidos: pinche aquí.




En Diario de Sevilla.



En Europa Press.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Y este jueves, 16 de diciembre, J.A. González Romano presenta en Coria del Río "Alguien me responde"




Este jueves, 16 de diciembre, en el Ayuntamiento de Coria del Río (Sevilla), presentación de Alguien me responde de Juan Antonio González Romano (Álogos).




martes, 14 de diciembre de 2010

Jesús Tejada presenta "Emergencias" en la Casa del LIbro de Sevilla (Miércoles 15 de diciembre)






Este miércoles, 15 de diciembre, en la Casa del Libro de Sevilla, presentación de Emergencias de Jesús Tejada (Siltolá-Poesía).





The Face (ochenta y nueve) (Tercera Inclinación)



Ha muerto Manolín. El sábado a las siete le hacen un homenaje. No sé si estaré en Sevilla. Tiene mi edad. ¡Tenía, joder! Fue compañero y amigo. Era el hijo del de los muertos. Cuando su padre aparecía por las calles, las madres gritaban "¡Los muertos!”. Todo el mundo sabía que teníamos que preparar el dinero de Santa Lucía.

Qué causalidad. Los muertos te acompañan toda la vida y los muertos se marchan contigo de la mano. Su tez morena, sus gafas. Le estoy viendo, lo toco, me recreo. Se ha ido. ¡Larga vida a Manolín! Allá donde esté.

El lunes en Cádiz homenajearemos a Ory. Con cariño, respeto y gritos. Y el 23 en Cáceres Pámpano inaugura una obra de arte de la ilustración. Y ahora la poesía responde a su color, a su trazo.

Manolín, Ory y Pámpano Vaca. Vida por encima del propio arte. El silencio nunca me asemeja a ti. Para nada. No quiero saberlo. Ha llegado el número 3 de la revista. Me gusta ese color rojo a lo Emergencias de Tejada. Por cierto el miércoles Tejada. Me acompaña José Manuel. Un nuevo habitante de la Isla que acudirá a las presentaciones. No me dejan fumar, no acudo a las presentaciones.

Y mañana a Jerez. De la Frontera. A este lado de la vida no hay nada. Vuelvo a tener querencia. Pero no te echo de menos. Para nada. Me tomo una copa a la salud de vosotros. Y me fumo un paquete completo de tabaco. ¡Va por ustedes! Lo siento, de nuevo.

Todo es pasado. Siempre hay presente. Nada es futuro. Debo agradecer a Natalia, a María, a Elisa, a Vega, a Susana, a Ana, a Manu, a Jorge y su Maldita, a Nacho. A todos vosotros, gracias. Y los que olvido. La tercera inclinación nunca hubiera sido posible. Tal vez plausible, pero poco probable. Lo siento.

Nunca la música y la literatura han estado tan unidas. Han vivido juntas. Una serie de años. Desde que Nacho realizó la foto de las teorías en Italia y una luz, como por arte de insomnio, apareció un instante. Un simple y regular momento. Siempre tengo tu luz. Aunque tienes fundida la bombilla y no llego a tu casa. Siempre me quedo para cerrar los bares.

Hoy Fernando me ha regalado un disco de su grupo en Córdoba. Le he reconocido en las fotos. Dice que necesitan un bajo, pero tengo una edad. Una triste edad. La edad del desconcierto. Y el desencanto es lo último que quiero olvidar. Me quedan las letras.

González Romano presenta en Coria el jueves su libro de Álogos. Y estaremos sin letras. La pena y el aire se marchan. Y lo hacen para siempre. Mi madre me ha dado un taper con un guiso de bacalao que sufro el calor de la degustación. Me queda tu nombre. Tu sombra es un resto perdido.

Pero ese pedazo de ti, el que me diste, me queda. Tu sonrisa. Tus labios. Tu boca. Y esa juventud y ordinariez es lo último que deseo olvidar. Las luces del árbol se encienden y se apagan sin ningún ritmo. Sin tono. ¡Puñetero tono!

No quiero terminar. No puedo. Mi rebeldía es muy rebelde. Y no descubro nada nuevo. Los Cuentos de Bowles me entretienen, pero la tercera inclinación es mi vida. Vuelvo a tocar el cielo. No me dan habitación. Tengo que bajar. Siempre queda la Custom.


lunes, 13 de diciembre de 2010

Pámpano Vaca y la Poesía





The Face (ochenta y ocho) (Tercera Inclinación)



Es tarde, y debo comenzar a preparar los agradecimientos de la tercera inclinación. Son numerosos. Antes, un comentario. En un diario local de ayer M.J.L. respondía a las preguntas de un periodista. Siempre es igual. Siempre es lo mismo. Debe existir una justificación al premio literario. Una justificación que solo otorgan los gana premios. Ellos deben hablar, ellos lo hacen, ellos se defienden, y ellos justifican. Personalmente debo decir que un premio literario me la trae floja. Flojísima.

Que ganan muchos premios, magnífico. Nada que objetar. Que es la única forma que tienen para publicar sus libros. Magnífico. Nada que objetar. Se admite. Se entiende. Y hasta se comprende. Pero por favor, señores gana premios, dejad ya de tocar las pelotas, y de hacer los mismos comentarios siempre. Los mismos. Ya está, se admite y se respeta, pero ¡basta! Aquí comienza y acaba la historia de vuestra literatura.

Y digo yo, ¿no será que los señores gana premios no pueden publicar en las editoriales que mencionan siempre porque la calidad de su obra es menor? Tal vez sea así, y debido a esto tengan que justificar lo injustificable.

Si después de conseguir un buen puñado de premios (y hasta varios puñados) todo sigue igual, ¿no ha pensado usted que su obra tiene menos peso que la lámpara de Aladino? Respeto profundamente su labor, aunque no la comparto, y gracias a la teoría de las inclinaciones, aclaro, que morirán sin haber conseguido absolutamente nada. Pero dejémoslos, tranquilamente. Ustedes a vuestra bola. Siempre. Pero sin molestar. Se precisan argumentos como se requiere integridad y calidad. Y la calidad no la pone un puñado de bárbaros, lo hace la historia. La verdadera historia.

Alguien en tu vida ha cambiado la forma de mirar. Te robé el corazón sin querer. Un misterioso alguien. Te despiertas y preparas un café. No estoy. Pones la taza, la cucharilla y hasta el azúcar. La rebeldía deja de ser rebelde. Y tu boca no la encuentro. Antes de mí soñabas con ese guitarrista flamenco, de mejillas rojas. El mismo. Pero al verte llegar descubrí que el cielo nunca he querido tocar.

Huelen mis manos a cebolla. He preparado una ensalada para las arañas y para un servidor. Una cebolla. Dos tomates. Un poco de lechuga. Es tarde. Dejaré los agradecimientos para otro momento. Tengo que apagar la luz del pasillo y leer a Ory. Recordar por un instante ese lo siento, que tanto cuesta decir. Mi nombre se ha borrado de las sombras. La semana promete. Salgo muy temprano para Córdoba. Me espera Fernando. Y Pablo. Y Manolo. Son lo último que deseo olvidar. Lo siento.

En Tokio grabas un nuevo videoclip. Te deseo mucha suerte. Chance. Es la alegría que se lleva el miedo. Sigo contando estrellas antes de dormir para volverme loco.


domingo, 12 de diciembre de 2010

Homenaje a ORY en Cádiz (20/12/2010)





Esta semana, presentaciones de Jesús Tejada y J.A. González Romano

The Face (ochenta y siete) (Tercera Inclinación)



Estoy lejos de casa. No comparto en absoluto el tratamiento otorgado en la entrega de los Nobel. Para nada. La política sobra. Todo es política. Por si acaso no recuerdas ese abrazo, yo te entrego el Nobel del amor. El de poesía se lo doy a Luis Rosales, simplemente. Mi canción no llega, pero pervive. Y tengo bastante. No echo de menos nada, ni a nadie. Y este maldito invierno acaba llevándose todo.

Tomo un paraguas en la playa y hago círculos en la arena. Círculos cerrados. Dentro escribo unos versos, o unas estrofas para poder tocar, o cantar. Círculos cerrados que se repiten en la orilla. La ola deja entrever el rostro, tu cara. Tus ojos se cierran.

He tenido que almorzar acompañado, y sobre los vaqueros he colocado la chaqueta nueva. ¡Qué frío! Tengo miedo. La vida es triste mientras dejemos de ser nosotros mismos. Hay personas que nunca entenderán. No son personas. ¡Qué triste! Hay personas que no se acaban nunca.

Y por si acaso, si recuerdas el último abrazo, te digo que me marcho. Me voy. Repito los versos de Parra, de Rosales, de Grande, de Lope. ¿Dónde está el Nobel nuevo? Este maldito invierno me arrastra hasta el suelo. Doy vueltas en la arena. La nueva chaqueta está completamente manchada. Leo a García Martín y a T.R.R. Deseo leerlos. Es lo único que llena y acudo a ellos por momentos. Siempre. Lo demás es efímero. Tengo que cambiar los enlaces del cuaderno. Sobran abrazos, como sobran las princesas que nunca querré.

En el almuerzo me han hablado de política. Y he estado prudente. He cerrado la boca. Las cosas que pasan acaban con un café solo, y sin azúcar. A punto de perder más puntos descanso en un lugar mojado. Suena la radio, a tope. Abro la ventana cuando fumo. Dicen que el dos de enero todo será distinto. No pienso pisar un bar, un restaurante, un lugar que prohíba fumar. Las condiciones las aporto, no las imponen. Seré feliz, no veré más caras, más imbéciles condicionantes. Y si alguien quiere que acuda a alguna presentación fumaré. Lo haré sin parar. Hasta que me echen. ¡Qué alegría! Tengo querencia.

El silencio nunca calla, y las fotos no dejan de hablar. Me duele la cabeza. Y lo siento. Pero es la verdad. En una ocasión Rosales me dijo que tuviera cuidado con las sonrisas. Para él era más rico una admiración que una afirmación. La sinceridad se manifiesta en los rostros. Corro por El Baúl. Entre antigüedades. Antes hago una parada en el Paseo de la Farola.

Busqué a Claudio y lo encontré en un bar. Era genial. Solo quería decirle lo siento. Nada más. Pero ese día no pude. Ni siquiera un abrazo. La pena y el aire actuaron como figurantes de una obra de Tirso. Vuelvo y lloro. Sí, lloro. No pasa nada.


sábado, 11 de diciembre de 2010

The Face (ochenta y seis) (Tercera Inclinación)



A la segunda va la vencida. Tres tonos y una respuesta. La misma voz, el mismo espíritu, una atmósfera que incluso traspasa la línea telefónica. He hablado con José Cala, con Pepe. El último bohemio. Un par de minutos para retroceder al pasado y emplazarnos la semana que viene. Un lujo. Nuestra conversación será secreta. Así se ha acordado. Tan guardada como un ofrecimiento. He sentido alegría, pero al rato, había miedo.

Envío un mensaje a Jorge y le felicito. Están de enhorabuena. Recibo algunas llamadas que no logro responder. No llego a tiempo al teléfono. Las que dejan mensaje pueden ser contestadas. El número vacío se pierde. Y entre ellos el tuyo. Después me envías un email para justificarte.

Me han dicho que has llamado pero lo supe tarde. Al leer tu correo. Hija, entre el olvido y el amor hay una distancia inmensa. La misma que existe desde el pasillo hasta mi despacho. Siempre llego en el momento equivocado. Es un sino. O un vuelo. ¿Me recuerdas? ¿Y mis abrazos llegaron lejos? Todo suena a olvidar.

No me importan las minucias, ni los secretos. La puñetera conversación ajena me resbala. A estas alturas he conseguido pasar de todo el mundo. He ganado algo. Bastante. Me quedé sin Venecia. Lo siento. Pero Pablo estará, debe estar.

He perdido un libro. He buscado por todas partes. Al final creo que quedó en Londres. Nicanor Parra debe calentar Hyde Park. Está muy frío. Por si acaso no recuerdas mis abrazos te envío un beso de madrugada. Las cosas que pasan se acaban como la mirada. Ahora no llego, no puedo.

Solicitaba la comida en un garito de Marylebone. A veces la arrojaba a la tristeza. ¡Qué ruido! Esto ya no se lleva. Los rostros pálidos son lamentables. Las personas de ojos tristes, aunque sonrían. Los caraduras. Los impresentables. Me rodean. Pero a ninguno de ellos otorgué un abrazo nunca. Mejor olvido ese pasado tan efímero. Personas que no son personas. Me tomo un café para olvidar.

No me atrevo a responder a tu correo y te llamo. Vuelve a llamar Manu. ¡Es acojonante! Me hablas llorando. Siempre llego en el momento equivocado. Necesitas un abrazo y estoy a miles de kilómetros de esa necesidad. Los obstáculos del alma se antojan en un mapa. Recuerdo la gabardina de Pepe Cala. Sus gafas. Su rostro. Principios de los noventa. Gli ostacoli del cuore.


viernes, 10 de diciembre de 2010

The Face (ochenta y cinco) (Tercera Inclinación)



Los restos perdidos vuelven y no sabes mi nombre. Desnúdame, ya no me queda nada. La pena se marcha. Ha tomado la maleta marrón y ha cargado sus males entre las manos que quedaron señaladas en los cristales. Señales de vida liberada. No me toca ni siquiera esa luz, tu luz.

Unos se empeñan en seguir. Seguir haciendo cosas. Razones que dar. Es tarde. Se ha encendido un piloto del coche y he parado. Suena el móvil. Es Manu. Desea saber si estoy bien. Y grito de nuevo. Dudo entre sonreír o enviarle una lágrima por correo telefónico.

En medio del campo los ruidos son regresos. La caricia es un desierto de sombras. Pienso en tu boca y una hoja me asusta. Ni pena ni aire. La noche está vacía. Blanca. Mi penitencia sigue siendo vivir. Un bosque confuso y sin árboles. Mi sangre se pudre muy lentamente.

Hoy me han dado el teléfono de Pepe Cala. Abel, a través de Alfredo. Le he llamado y, claro, no responde. ¡Qué difícil! Seguiré intentando.

Entre Luis Cernuda y la Epístola Moral a Fabio, siempre quedará Pablo. La serenidad me azota. Arranco el coche y acelero. Sudan mis manos y oigo trompetas. El viento tranquiliza un ambiente cansado.

Todo llega a su fin. La música ha cambiado mi deseo. Si me das tu vida yo me dejo, me dejo, me dejo...

Ya no quiero más. Ni la sombra. Rompo el pedazo de ti que me has regalado. La felicidad siempre tiene un olor, un extraño olor a campo húmedo. Y hoy no llueve.

Llego a casa. El sapo me espera en la puerta. Hay bellotas por el suelo. Las hojas caídas de las encinas son muy difíciles de recoger. Se enganchan para evitar ser amontonadas. Me sigo enganchando a la vida. A mi tiempo: con guirnaldas, flores azules y cantantes chinas.


jueves, 9 de diciembre de 2010

Modesta variación sobre un gran poema de P.G.B.



ERA una flor y se llamaba Herminia.
Mujer feliz, armónica, de extremada constancia,
la voluntad rondaba sus pezones. Era de Chipiona.
Siempre acudía desnuda con aliento y sin sombras
mientras toda la ropa acechaba la luna.
Decía que me quería y cuando preguntaba
si el amor corresponde sin llegar a la muerte,
cerraba bien los ojos y lejos de la historia,
recitaba los versos con aceites paganos.
Y una tarde, le dije, con mi lengua en su sexo,
“En la confirmación, debes cambiar tu nombre”.


The Face (ochenta y cuatro) (Tercera Inclinación)



A veces la vida nos depara sorpresas que nunca esperamos. Y vienen de golpe, sin avisar. Suelen acontecer a mediodía. Cuando el sol más calienta. Das un paseo, coges un libro, tomas una cerveza y, de pronto, sientes en la garganta un fuerte saber a ron. Un nudo. Tragas saliva para comprobar que el espejismo es solo eso. Pero mantienes el roble americano entre los dientes.

No me van las sorpresas. Ni las películas de amor. Te dejo una canción junto a la almohada y me despido con un beso manuscrito. El viaje es largo. Antes de nada tomo café. Solo y sin azúcar. La maldita cabeza está a punto de estallar. Recojo los libros poco a poco mientras te observo. Duermes. He llegado en el momento equivocado. Y no sé volver.

Pretendo olvidar todo aquello que suena a triste. No me fijo en el nuevo peinado, ni siquiera en esos pantalones que has comprado con mucho cariño. No soy nada. Soy nadie. Bajo las escaleras pero, de pronto, dejo la maleta de colores y la Custom en los peldaños. Abro la puerta en silencio y tomo los folios con la canción de la cama. Me faltaba un acento. Ahora no encuentro un bolígrafo. Con la cucharilla del café y los posos pongo la tilde en siempre.

Todo suena a olvidar en este instante. Desde el taxi vuelvo la vista a la ventana. Heathrow está lejos. Por miedo a equivocarme he destrozado mi vida. Todos somos diferentes. El futuro nunca es claro. Trago saliva. El taxista habla solo. Asiento y determino, nada más. Agarro entre las manos la guitarra y el libro de Nicanor.

No dejo de mirar atrás. Las ganas de dar la vuelta son inmensas pero no son reales. Nunca han sido sentidas. He comenzado el libro con respeto. Mucho respeto. Apenas se han escrito cuatro folios. Los necesarios. Son suficientes.

He dormido un buen rato. Llego a casa. Aquí no para nunca de llover. He llegado. Pronto volveré para terminar lo que aún no he comenzado.





miércoles, 8 de diciembre de 2010

The Face (ochenta y tres) (Tercera Inclinación)



Eras tan milimétrica, y a la vez tan absurda. Exacta y rigurosa. Como los arquitectos que odiaba Gaudí. Como esos poetas de ahora que miden los versos y los convierten en endecasílabos perfectos. ¡Si la poesía tuviera forma! Tiene tono, y el tono está por encima de su propio defecto.

Los kilómetros los recorro con el pañuelo en el bolsillo y aburrido de los últimos libros de poesía que recibo. Es tan vanidosa la lírica como lo es la crítica. Habla bien hoy de mí, que mañana te reportaré beneficios. Ese libro es tan cojonudo porque magnífico será el que escribas. ¡Qué vergüenza! ¡Qué asco! Y abres el poemario, y no existe el tono ni en los primeros versos. Acudes al final, por si hay error, y más de lo mismo. Miserias líricas.

Pero sigue escribiendo. Escribe. No dejes de hacerlo que no te faltarán los halagos. El afecto, el deleite y la adulación suelo guardarlos en el bolsillo derecho. En el izquierdo está el pañuelo. Presente siempre en todas las estaciones.

Y el mercado de espejismos (disculpe usted, Felipe) se contará por reseñas, prólogos, introducciones o, tal vez, presentaciones aduladoras. ¿De qué? De mierda. Es la poesía contemporánea impura, como lo es la imaginería de Josep Maria Subirachs en la Sagrada Familia. Las formas rectas e impersonales, lineales, cuando todo es movimiento, la realidad siempre es curva y personal.

Un sapo grande, muy hermoso, me despedía en la puerta de casa. Un sapo feo como los versos venenosos del poeta hacedor. Intenté asustarlo con la pierna y no se inmutaba. Permanecía mirando y soportando el viento de la tarde. Tomé un papel y lo empujé hacia el abismo. El sapo saltó de pronto hacia un bolsillo.

Lo siento pero desde que el otoño agoniza la noche se hace muy pronto. Y he perdido de vista al sapo. Los versos malos los olvido pronto. Y espero seguir recibiendo poemarios dedicados. Tienen más valor. Se cotizan mejor. Lo siento. Y por favor, deja de contar. Al menos, debes hacerlo bien. Ni siquiera tus amigos (amigos de un simple instante y de favores) te van a creer. Me queda la pena.


sábado, 4 de diciembre de 2010

Nanny



ES posible que ya no me recuerdes.
La última vez que nos amamos
volvía el mar cansado, a ráfagas
de viento, nadaba en esperanzas.

La solución del sueño me asusta,
como también lo hace la vida,
y entre tanto, juventud,
qué deseas ahora de la noche.

Mi recuerdo era una sombra, la boca,
tu lengua, pero todo es igual
y ya lo sabes. Una luz aparece
en los años de maldita experiencia.

Son las diez y el mundo
me sabe a calentura, no volveré
a sentir, a ser un joven y a la vez
olvido. He perdido el camino
por seguirte y ahora, precisamente
ahora, no recuerdas que eras la criada.
La puta necia, la chacha.


viernes, 3 de diciembre de 2010

Un buen regalo para estas Navidades

The Face (ochenta y dos) (Tercera Inclinación)



Tengo que llamar a un taxi rápidamente. Me he levantado tarde y me esperan a las nueve. Es la primera sesión de grabación en el 3 de Abbey Road. No puedo faltar. Se pondrá muy nerviosa. Atraco a un taxi en King’s Road, a unos metros de casa. Vamos volando. El tiempo se eterniza pero llegamos. Suspiro antes de subir las escaleras. Llevo la Custom y el bajo Rochester, por lo que pueda pasar. Saludo a Paul. Ella está haciendo pruebas de voz. No la veo. Paul me da un fuerte abrazo. De pronto observo la batería en el estudio principal. Recuerdo mis primeros conciertos de adolescente. Tomo la batería e imito a José Luis, o a Antonio. ¡Eran mejores tiempos!

Ella aparece. Me da un beso. Me pide que quede dentro, y me niego. Salgo fuera. Acaricio mi Custom como al muslo de la mujer que amo. Hay que repetir. Me queda la pena. Se vuelve a repetir. El primer día es normal. Tarareo una canción de María y se cabrea. Se hace tarde.

Estoy muy nervioso. Me marcho. Quedo con ella para almorzar. Me dice que vaya a Orrery, en el 55 Marylebone High St. He comido allí varias veces y la verdad, me resulta muy frío. Prefiero saludar a mi admirado Jamie Oliver en Fifteen. Es más poético, más romántico, más circunstancial. Nos citamos en Orrery a la una.

Llego tarde de nuevo. He dejado la Custom y el Rochester en el estudio. No ha aparecido todavía. Tomo un Martini y me siento en la mesa. Ella llega con muchas bolsas. Muchísimas. No son de Oxford Street precisamente.

Apostolizo la actitud como diría Luis Rosales. Y adopto un tono ruiseñor y dejativo. Pero siempre queda tu luz. Te pido un momento y ruego disculpas por el comportamiento compartido. Me queda tu nombre. La vida está rota. Tengo que escribir. Me exige un poema y le digo que los poemas los escribo cuando me sale de los mismos. Lo siento. No me puedo forzar. La vida me eterniza.

Almorzamos en plácido silencio. Vuelve al estudio y marcho a casa. En vez de un poema no dejo de recordar a Rosales. Repito verso a verso Oigo el silencio universal del miedo. Lo siento.

Suena el móvil. ¡Esta maldita BlackBerry que me han regalado por mi cumpleaños no logro acompasarla! Me pides diez minutos. Diez minutos es una eternidad. Si vinieras ahora te sorprendería. Detendría el tiempo, y los lamentos los siento como míos. Le pido disculpas. Cenamos en Fifteen. No está Jamie. Nos piden una foto y me escondo. Soy un ruiseñor dejativo, no lo olvides.


jueves, 2 de diciembre de 2010

The Face (ochenta y uno) (Tercera Inclinación)



No entiendo cómo se puede ser tan imperfecto. Deshacer la rutina o lo evidente y dudar hasta de su propia sombra. Mis deseos nunca serán descubiertos. Con vergüenza o sin vergüenza, no dejaré que nadie acuda a ellos simplemente. Toco el cielo entre las cinco y las seis, mientras tu boca no se calla nunca.

Debes abstenerte de cometer injusticias, no aceptas la realidad. Mis deseos no podrán ser descubiertos. Omites la maravilla y vivo en ese lugar azul y despiadado. A las siete despierto. Y volvemos al infierno de los roces. Si realmente supiera descifrar la maravilla no bajaría nunca. No habría comparación. Pero basta que digas que dudas, que no aceptas esta evidencia, para reconocerlo.

Tus labios no están en tu boca. Nunca han estado. Reprochas la cubierta de Calíope e introduces un código de barras humano y sin suerte. Mueren mis palabras. ¡Qué injusticia! Soy valiente pero no sirve de nada. De nada.

Si todo fuera tan fácil de usar la vida reconocería el lamento. La almohada está empapada de sudor. Le doy la vuelta. Salto de la cama y, de rodillas, pido una indulgencia, plenaria a ser posible. Recibo caricias de aire frío.

Mientras te marchas no dejo de contemplar tu cadera (¡qué envidia!), tus piernas, los tobillos. La vida de espaldas es un mapa sin tesoro. Tu manera de andar me ha desnudado. Rápidamente he arrojado a este lado de la vida toda la ropa. Observo lo idiota que soy, y me conformo con una mentira. Una simple mentira. El silencio de fijar la vista en mi propio cuerpo. Una decepción. Tengo que hacer un donativo efímero, como todos los donativos.

Grabo tus iniciales en mi piel con un rotulador fluorescente. Nada. Sigo de rodillas junto a la cama. Siento frío. Una araña me mira sin ojos. Levanto los brazos, y en cruz clamo a la araña. Grito. Corre por la pared y pierdo la calma. Sin incógnitas.

La próxima vez que te observe mira debajo de la camisa. En el brazo izquierdo están tus iniciales: FACE.


miércoles, 1 de diciembre de 2010

Readings designs (2)



Una niña intentaba contarle a un adulto sus deseos y fantasías. Todo era eterno, todo fluía. La niña miraba de vez en cuando la cara del adulto para observar su reacción.

El adulto escuchaba sin prestar mucha atención. La niña indignada, pues no percibía ningún tipo de energía, exclamó:

- ¡A veces los mayores son como las arañas, nunca salen de su tela!

The Face (ochenta) (Tercera Inclinación)



Doy mil vueltas sobre la almohada. El mundo no es humano. Recibo consejos inútiles y palabrería hueca y manipulada. No quiero cambiar. Mejor mañana. Tal vez. O no.

No puedo quedarme quieto. Sueño y pierdo la cabeza de vez en cuando. La luz me la cepillo con patatas. Y creo que todo cambiará. Pero la realidad es que ni felicidad ni intento. Debo decir a los demás que no acudiré el día once. No estaré cerca.

Cuento estrellas, y la decepción es mayor. Soy idiota. Creo en las personas y aportan poco. Realmente nada. Mi hija me llama. Quiere que vea un dibujo y unos colores. También dice que ha comenzado a leer. Ha llegado a la “eme”. Mi cuerpo se estremece. Y me hiero, dulcemente. Sigo enganchado.

La vida rota se asemeja a ti. A ese lado del sentido donde no hay nada. Intento llevarte a conocer las tierras y sigues llorando. Mira que soy rebelde. O quise decir cobarde. O idiota. Tu mentira me ha cansado. Y no me asemejo a ti en nada.

El silencio es tu mentira. Hablo. ¿No te has fijado? No dejo de conversar, sin notas. No volveré jamás. Me queda la pena. Me queda el aire. Tu puerta se ha cerrado. He echado la llave. Acaricio la Custom. El silencio nunca sonríe. Y no me queda nada.

Dices que siempre quedará la luz. Tu luz. Y lo siento. No te merezco. Apareces de pronto, con una suave llamada. Me queda la pena. Son las diez y se hace tarde. Estoy solo en la calle. La luz no aparece.

Estoy lejos y no percibo las sombras. Brotan las lágrimas. Estoy solo. Pero me queda una cosa. Siempre queda el silencio. Cada vez que regreso a ti. No te merezco. El principio de ironía es un cubo de secretos. He cerrado la puerta –no lo olvides-.

La verdad ha dejado paso al viaje. La vida desgastada está repleta de pereza y de tristeza. Sonrío. Preparo la maleta. La maleta que regalaste. La de colores.