domingo, 4 de noviembre de 2012

Humo negro



CUANDO llegas al centro comienza todo de nuevo. No has encontrado nada. Debes adentrarte en el laberinto, aquello que impide el paso y te ejercita. Solo una persona se encuentra en el centro del laberinto. Se llama Platón. Nadie más lo ha conseguido. Muchos lo han intentado. No han tenido suerte.

Hay que ver el daño que le han hecho a la literatura española los críticos afamados, los que se lo creen y los que escriben. Han levantado catedrales sin cimientos y han profanado su propio nombre en vano. ¡Serán imbéciles los ignorantes! Uno muy carajote comenzó hace años a remover la esencia de la poesía española, y creó su propio manifiesto, un cúmulo de hacedores de versos que no sabían escribir poesía. España se llenó de mierda entonces.

El laberinto es bellísimo. Romero, lavanda, mirto, menta. Plantas aromáticas que forman figuras geométricas. A una altura considerable, unos dos metros. No divisas nada. La voz de Platón se escucha a lo lejos.

El suelo del laberinto siempre está seco. Las hormigas, las cochinitas, los escarabajos, habitan en él. Hay gusanos que se arrastran como esos críticos de poesía. Son naranjas, viajan despacio debido a su enorme vanidad.

El laberinto es la búsqueda, la esencia. Como el llanto de un niño que no puede dormir en la madrugada. El laberinto es la línea de la analogía. La superposición.

Enciendo un cigarro, aspiro. Expulso el humo frente a las plantas del laberinto. Fumo para descubrir que en España no existe la crítica literaria, lo que hay es humo, humo negro y bisiesto.