domingo, 4 de noviembre de 2012

Los otros mucho menos



ESCUCHO a Mozart, en vinillo. Hay ruidos de fuerza que nos hace inocentes, no hace nosotros. A lo lejos sigo oyendo la voz de Platón en la distancia. Estoy en el laberinto, dentro, pero no puedo llegar a su centro. Es imposible.

La imitación nunca será conocimiento, ni siquiera poesía. La imitación es la vulgaridad, la teoría de la reminiscencia. En Zambrano, Colinas, incluso en Juan Ramón existe ese grado de imitación que nos aleja. En Rilke, en Leopardi, en ellos se observa esa imitación a Platón que nos ha confundido durante toda la eternidad.

Platón sigue hablando en el centro del laberinto. Oigo sus palabras secas y extenuadas. Son repetitivas pero correctas. No es sabiduría es naturaleza. La misma conexión que mantienen los críticos de poesía con los gusanos naranja de la infelicidad.

Doy un salto muy grande. Puede más la curiosidad que el desconcierto. Vuelvo a saltar. Se pretende estar presente con las publicaciones y éstas son el componente del error. Silencio y soledad, ajeno al mundo, ajeno al mundo literario, me repito mientras sigo saltando, quiero ver a Platón.

En un arrebato de rabia cruzo entre el romero. He pasado a la zona de la lavanda. Huelo a mirto. Platón se oye más cerca. Vuelvo a dar un salto pero nada. Araño mis piernas y los brazos cuando cruzo entre la lavanda. Estoy cerca del centro del laberinto, muy cerca. El mirto es más voluminoso, hace más daño a la piel. Mucho más daño. Me arriesgo.

En el centro del laberinto no estaba Platón. Era una imitación. Un vinilo con su voz da vueltas y vueltas. Ahora escucho a Mozart. No está Platón. Todo es mentira. Todo es mentira. Todo es mentira. Nada es lo que parece ser. Ni siquiera Platón. Los otros mucho menos.