jueves, 20 de noviembre de 2014

El ayer es ayer




El día que enterraron a Loreto el instituto puso a disposición de los alumnos y profesores un par de autobuses. Otros tantos compañeros se marcharon en tren.

Hacía frío aunque no asomaban nubes en el cielo.

La jornada transcurrió entre paseos por el pueblo, comentarios de jóvenes y llantos de amigas.

Los hambrientos acaban cansándose de los ebrios, y unos y otros de dios.

Ya en el cementerio una multitud se agolpaba a las puertas. El contraste de la edad marcaba el equilibrio entre el blanco radiante de las paredes. Un cementerio es siempre blanco y verde para configurar la armonía entre la vida y la muerte.

El día que enterraron a Loreto me puse los dos anillos. Los limpié concienzudamente antes de alojarlos en los dedos corazones.

Siete minutos tardamos en llegar a la calle siete. El nicho también poseía un siete, esta vez era el 34. El 88 aún no había sido asesinado por mandato del indolente número 1.