viernes, 14 de noviembre de 2014

La azotea de Moguer




No acierto a recordar las palabras que mencionó José Antonio en la azotea de Moguer. A veces el tiempo es cuantitativo y la memoria se convierte en inercia.

Tocaba las nueve piedras con los dedos en el bolsillo del pantalón. Aguardaba la luz que nunca aparecía a esas altas horas de la madrugada. En los ojos de Diego habitaba la pureza. En el rostro de Juan la imagen de Afrodita.

España es un circo donde el noble se hace payaso y los servidores confidentes.

Los vecinos curioseaban desde el Puerto Rico. Miraban para la azotea desde las cristaleras del bar y solo veían a cuatro alumnos que buscaban la luz en la noche.

A la mañana siguiente recorrí Moguer de punta a punta. Fumé, silbé y no dejé de tocar las piedras con el anillo. El roce fabricaba el misterio. Un pájaro rondaba la plaza del Marqués. Hacía calor.

Comencé a anotar en cuadernos marrones todo aquello que reportaba experiencia. Después en el banco de san Clemente los renglones de los cuadernos se convertían en tachones.

España es un circo donde la revelación es tercera persona.