martes, 26 de marzo de 2013

A la luz de la luna




AMABA a Víctor Hugo en las semanas de invierno. Cuando el sol acariciaba sus muslos acudía a Walter Benjamin para conocer a personas de la alta sociedad. Estaba solo y permanecía en silencio.

La naturaleza por encima del ritmo, del tono, de la propia esencia. Una araña, una hormiga, un insecto cualquiera. Te desnudabas a la luz de la luna dejando que el apetito se convirtiera en arte. Pero Rilke lo observaba todo.

Acudo a la música para aprender de la música la propia música. Es naturaleza viva. Pinto las tormentas para hacerlas libres, se conforman con la vela que arde en el salón y el reflejo de la chimenea.

Esta mañana he limpiado la bicicleta blanca con un paño húmedo. He comprado un cartón de tabaco rubio y he comenzado a seleccionar los libros. Llevaré a Platón, sí, a Platón.

Para evitar tener que pedir leña, he arrojado al fuego la poesía contemporánea, todos los álogos, las novelas y la carta de Chandos a Bacon. He reservado una eternidad de noches en el paraíso de la pensión de siempre, junto a la calle del Prado.

He comenzado a despedirme de los conocidos. Aquellos a quienes aún respeto y guardo un poco de cariño. Lo hago por correo postal. Les dedico el último libro con un abrazo fuerte y una lágrima.

Suena Lakmé. Llama el ángel negro a la puerta con los nudillos ensangrentados. Me pongo los anillos, los dos, y doy cuerda al reloj. Dice dios que deje la manguera junto a su árbol. Es la humedad relativa.

Pido por mis hijos y por los demás que nunca me acojonan como lo hace la poesía. Cierro los ojos un instante para recordar sus rostros.

El ángel negro llama desesperadamente.