miércoles, 27 de marzo de 2013

Como al acecho




UNA hormiga y una araña se han plantado a la entrada del laberinto. Han instalado un campamento de ramas y de hojas. Pretenden guardar la entrada ante la presencia de seres despreciables.

Mientras la hormiga recoge provisiones y ramas, la araña frota sus patas observando a todo aquel que se acerca.

He tomado un poco de agua en un recipiente plano y se lo he acercado. Han sonreído.

Ya están preparadas, disponen de todo cuanto necesitan. Descansan pero se muestran vigilantes, como al acecho. Mueven la cabeza con un ritmo pausado y constante, en un tono feliz.

Cuando llega el primer poeta, que en realidad es no poeta, le hacen una pregunta. Si acierta podrá permanecer un mes en el centro del laberinto, mamando lo indudable que es certero. El interesado falla. Se marcha cabizbajo por la cancela del porche donde aparco.

La araña y la hormiga discuten sobre la dificultad de la pregunta. Han previsto que la van a hacer más asequible ante próximas visitas.

Acude un segundo valiente. Trae bajo el brazo sus libros publicados y una carpeta donde archiva todas las críticas que han hecho de su obra. Se somete a la cuestión, esta vez mucho más fácil. Pero el no poeta duda, duda mucho. Incluso gesticula e intenta justificar la cuestión y la posible respuesta con una sabiduría rancia y repleta de experiencia. La duda no es acierto, es mentira, como una media verdad.

Se empeña en entrar pero la hormiga, que se muestra violenta y despiadada, le impide el paso y lo expulsa. El lírico se marcha entre voceríos y movimiento de brazos. De pronto vuelve corriendo. Se ha dejado los libros y el archivador que recoge con premura. Ya marcha a lo lejos.

La hormiga y la araña llevan una eternidad a las puertas del laberinto. Dos seres insignificantes capaces de enseñar y con necesidad de aprender. La hormiga es la emoción, la chispa. La araña es el tono.