sábado, 2 de marzo de 2013

Fábula




PRIMERO fue la infancia, acercarnos a ella y no apartarnos nunca de su único origen. Después llegó el bosque, el parque y su centro, respirar la naturaleza y abandonar la falsa esencia de la verosimilitud. Era La vida alrededor, ni por delante ni en pasado –sigue sin existir-.

Llegaron los desvíos y, en la lucha, aparecieron los matices. Ocurrió a mediodía, tan solo a mediodía, en noches de diciembre.

Las inclinaciones se fueron configurando sobre la palabra, la indudable ficción que Platón enseñaba.

De la observación de la naturaleza y de sus habitantes nos visitaron el silencio y la soledad, los únicos argumentos para dejar de ser. Dejar de ser para poder ser.

En el camino nos acompañaron libre de la tormenta, confuso laberinto, de cuna y sepultura y don Nicanor. Una foto de Roma en 1984 y otra en México de 1991.

Pero ahora, en este justo instante, hay que dar otro paso, como una decisión irreverente, confirmar la visita del ángel negro y de sus sombras. Volver al laberinto y mirar el espejo, aquel que lo refleja y tiene el marco verde. Y allí, en su centro, desasirse de todo aquello que acompaña a tu vida. No depender de nada ni de nadie. Todas las actuaciones se realizan exclusivamente por la reclamación poética de fábula.

Tu único alimento será tu compañía. Nadie más determina lo que podría haber sido y lo que ha sido. Cultiva tus palabras y riega el alma sin esa vanidad del yomimeconmigo. Vivirás en la gloria, en la esencia, en la tela de araña, en la encina, junto al mirto. Darás de comer al rabilargo de tus propias manos.

No necesitas nada ni nadie a tu alrededor. No depender precisa intelijencia.

La vida es una putada que se respira mejor con música y sin compañía.