sábado, 9 de marzo de 2013

En defensa de la lectura




NIEBLA, solo hay niebla. La defensa del lector, en estos tiempos tristes, debe realizarse sin lugar a la duda ni al sacrificio. Leer para aprender y nunca para acumular títulos. Leer asimilando, viviendo la lectura como ese alrededor que nos sostiene.

Andan revueltos los poetas, ellos provocan el triste tiempo de la melancolía, es el tránsito hacia la desesperación.

Había un escritor que comenzó citando a Cervantes, después pasó a Galdós y acabó con Juan Ramón Jiménez. No aprendió nada. Leyó sin asimilar y acumuló los libros en una biblioteca de la que se siente orgulloso. Ahora sigue escribiendo pero anda perdido. Equivocando el camino de la verdad y la dicha con el pasaje de la inutilidad que manifiesta.

La poesía es el misterio de la conjura de Anito, la esencia esotérica de la magia ambulante. La poesía es bajar y mantenerse abajo, sin subir, observando y contemplando con la antorcha la única verdad que nunca estará arriba. La poesía es el diente de leche que sale al niño a los pocos meses de su nacimiento, el dolor engañoso y la mano que se lleva a la boca para suavizar la perseverancia. La poesía es ese libro que vives y no lees con ojos de gacela, sino con colmillos de elefante.

La poesía es el encuentro del hombre con la naturaleza y su filosofía. Y nunca será hombre, ni poeta. Todo es uno y único, es el ars vivendi de la concienciación.

La poesía es Platón, y Dante y Petrarca, y Leopardi y Rilke y Hölderlin, y Pound y Juan Ramón, y Novalis y Eliot. Leer para vivir y ser dejando de ser para poder seguir siendo. Como Cervantes y la lucidez, y ese enemigo poeta que ahora anda revuelto y ni comprende ni entiende. Pero ni falta que hace. ¡Es la purificación!

Aquí escarbando la tierra húmeda con las manos para intentar bajar, pero me cuesta. Y lo digo, lo reconozco. Mis manos andan cansadas y mi cabeza se encuentra en otras órbitas mucho más mundanas y vulgares.

Ni se puede dialogar, ni se puede vivir rodeado de aprendices de seres. ¡Qué putada! Mi tiempo siempre ha sido el de las guirnaldas, el de las flores azules y el de las cantantes chinas. Otro siglo desde luego.

Este tiempo que corre no es el mío.