lunes, 22 de marzo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia I)



He dejado esta mañana a dios en casa intentando poner la lavadora. Creo que lo conseguirá, no es tan complicado. Además he anotado en una cuartilla las cuatro indicaciones facilitadas por la tienda de electrodomésticos el día que la compré.

Ha sido una noche dura. Creía que no se iba a cansar nunca. Yo intentando conseguir información y al final él sacó todo lo que le interesaba. Me considero una persona normal y transparente. Cansada de la vida pero repleto de ingenuidad.

He acudido temprano al dentista. Una simple revisión. Sentado en el martirio de su consulta me dice que un político popular le ha prometido una plaza en el colegio de turno para su hijo. Le he dicho que no crea nada, nada de nada. Los políticos son una raza distinta, diferente, como los pastores alemanes o los caniches.

¡Qué poco me equivocaba! Ha sido terminar la faena dental y recibir una llamada del impresentable que le indicaba no haber podido hacer nada.

Antes de ir al despacho he llamado a casa para ver si dios está bien. Dice que sale jabón de la lavadora. No es preocupante –le he dicho-, el suelo también necesita un buen fregado.

Conocí a dios este verano. Una noche de insomnio. Ahora somos amigos, y al final optó por venir a vivir a casa. Tantos metros para mí solo no son a veces de recibo. Así la compañía es una mezcla de irreverencia y nostalgia.

Un día le pedí que me hiciera unas tostadas. Recordé a mi amigo Juan Carlos. A él la muerte dejó preparado el desayuno en una ocasión. Pero dios no entendía ni de tostadora ni de mantequilla.