miércoles, 24 de marzo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia III)



Conocí a Sharleen en Londres. Llovía. Realmente siempre ha existido esa sensación de acercamiento entre los dos, por tanto, el día que nos presentaron no hubo convencimiento. Su música gustaba, desataba pasiones extremas.

Sus ojos eran verdes y grandes. Simples, pero definidos así transmiten encuentros y virtudes.

Esta pasada noche, mientras veíamos la película Love Actually, he preguntado a dios muchas cosas. Sobre su tremenda soledad me aconsejó que mejor solo que mal acompañado (me dije “¡Hurra, qué cojones tiene!”). Sobre si es una inmensa palabra que utiliza el ser humano para su conveniencia, calló. Y cuando afirmé, más que definir, mi enfado acerca del abandono de los necesitados, respondió rápidamente “¡Me han abandonado ellos!”.

Pienso que dios debe tener a alguien a su alrededor. Tanto tiempo en soledad y desencuentro debe ser triste.

Charline, al igual que Gwen, también estaba sola. Ambas se dedicaban profesionalmente a la música. Cantantes de grupos de cierto renombre siempre iban acompañadas por una corte de fanáticos terrícolas.

Pero la realidad era otra. Como la cara de Alan Rickman cuando Emma Thompson le dice “¡Vamos a casa!”. El desencuentro. La irrealidad.

Esta noche dios se ha reído de mis tonterías. Intentaba que estuviera contento y no pensara en sus cosas. Una pizza nos ha salvado.