lunes, 3 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XVI)



Siempre aparece la ley de la causa y el efecto. No desea, ni puede, dejarnos en paz, limita nuestras acciones y no nos convence. Cuando me canso de tanta poesía leo a Platón, y a Nicanor. Parra escribe antipoemas.

Dice Tomás Rodríguez Reyes que vislumbré un libro donde no lo había. Lo ha dicho a Europa Press. Y no puedo estar de acuerdo. El libro existía, era evidente. ¡Y tan evidente! El poeta cierra los ojos y confunde erudición con cultura. Causa con efecto.

El erudito cansa (¿o causa problemas?). Resulta desagradable a la vista, al tacto, al gusto y, a veces, hasta al olfato. Se cree que ha descubierto el mundo, que su capacidad intelectual radica en hemiciclos funcionales y líricos.

Ser culto es una ventaja. Platón era culto, Parra también. Y Rodríguez Reyes nos lo demuestra en su poesía. Necesaria y vigente. ¡Dejemos el mundo y sus simplezas! Entremos más adentro en la espesura, como decía Zambrano.

A veces ocurre que la espesura está repleta de maleza y el poeta no puede ver más allá. Pero para eso están los versos, la causa y el efecto. Lo que podría haber sido siempre resulta, siempre es.

A dios le gustan mucho los videoclips musicales. Cuando se aburre pone una cadena de música y no deja de verlos. Son breves, constantes, atractivos.

La música y la literatura se diferencian como la causa y el efecto. Como la erudición y la cultura. Cotta y Rodríguez Reyes son poetas cultos. Y eso se observa. Pero tengamos en cuenta el futuro. Cuando la cultura se desarrolla el resultado es sorprendente. Pocos pueden llegar, y ellos ya lo han hecho.