lunes, 24 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXVII)



Nada vuelve a sus orígenes ya que nada existe. Ni siquiera nosotros. Hemos inventado nuestra vida a base de deseos, exclusivamente sentimientos irrealizables.

Existe el poeta poeta. He conocido a pocos a lo largo de la vida, a muy pocos. El hombre poeta o ser humano poeta es un impresentable. Un ser humano. Un falso, un egoísta y un envidioso.

Hombre o mujer. Táchese lo que no proceda. O al menos, déjelo crecer como a un árbol. ¡Algo bueno tendrá!

Y no existe nada bueno, ni siquiera la infancia. Un elemento acorde con el tiempo y engañado por nuestras propias miserias, por nuestros propios deseos.

Decir que queremos algo se puede hacer de muchas maneras, formas infinitas. Pero ninguna es real. Ya que nada existe.

El poeta poeta es el ser capaz de definir y comprender, de escuchar y oír, de reír y llorar, de no molestar si es molestado. En cambio el aprendiz de árbol o nube es un experimento de vida, para seguir siendo acoso.

El poeta poeta existe y ha existido siempre sin necesidad del ser humano. No necesita nada para vivir, nada. Y a nadie. La soledad es silencio y el silencio determina, engrandece la pasión, define, escucha, llora.

Hace muchos años un poeta poeta escribió un libro, y hoy los seres humanos se cansan de los libros y los hacen memoria aleatoria.

Un recuerdo es un lujo, pero un sentimiento una desesperación. Dejemos la verdad para otro tiempo, el poema inconcluso y aún no escrito, figura ya en la mejor de las antologías.