jueves, 27 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXX)



Cuando el acento golpea fuertemente en el cielo se estremece hasta el aire. Hoy he colgado casitas para pájaros en las encinas. El rabilargo es el de la cola azul que tanto me gusta. Le dejo comida y acude, me mira y se escapa.

El rabilargo ha anidado en un acebuche. Hasta seis veo simultáneamente. Son preciosos. Sobre el pozo he dejado algún manjar y sobre él se posan para comer. Nerviosos miran a todas partes.

Ya hace calor. Los últimos libros los tengo en el porche. En algunos han defecado las salamanquesas. Omito los nombres, de momento.

No apetece nada, ni siquiera conducir. He cogido un calabacín de dos kilos. Pesa igual que algunos libros malos, ocurre que la poesía no se puede poner en la plancha con un poco de aceite y sal.

Ayer camino de Granada leí dos libros de poemas. Pésimos. Lamentables. Últimamente lo que llega parece un safari.

El acento sigue golpeando la frente. No sé si es el calor o la angustia.

Cuando el acento golpea, los rabilargos se marchan. Tardan un tiempo en llegar. No hay ruido de aves. Nada se escucha.

Tengo que limpiar los libros del porche. La mayor cagada ha caído en el de Gamoneda. En algunos corro a por un papel para evitar el deterioro, para intentar que no se vaya el brillo del plastificado.

Hay que retractilar los libros. Entre la humedad y el acento, todo es presumible.

Volvamos a la lengua, y a sus limitaciones.