jueves, 20 de mayo de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXVI)



Odio al ser humano. Al hombre, a la mujer. Son falsos, egoístas y envidiosos. Por eso vivo con dios. Y amo las nubes y los árboles. No son falsos, ni egoístas, ni envidiosos.

En la historia de la poesía se ha cantado mucho al ser humano para menosprecio de la propia poesía. En cambio, el canto a la naturaleza (aunque también presente) ha sido en menor escala.

¡Qué bella es una nube! ¡Qué ardiente es un árbol!

Dice dios que estoy como una cabra. Prefiero estar como un acebuche, como una encina o como un olivo. Estar como un cúmulo tampoco estaría mal.

La naturaleza, así como la infancia, son de difícil llegada. De complicada expresión. Por eso odio al ser humano, por sus limitaciones.

¿Cuándo se descubre la verdad? ¿Tal vez en un poema? Los sentimientos dejan de existir en la verdad.

Los sentimientos son falsos, egoístas y envidiosos.

La nube sigue pasando sobre nuestras cabezas.