sábado, 17 de agosto de 2013

Con su cara de pena




Sobre la mesa marrón del porche dejé la copia del contrato que estaba en la carpeta azul de gomillas. La copia auténtica, la verdadera.

¡Cómo anhelo a las coristas! A los bailes, a la música de mediodía. Si supieras lo que sé de ti acomplejarías el alma sin el arte y la esencia, sin la espontaneidad.

Tomo el MM, enciendo el cigarro y cojo el contrato como si de un crucigrama se tratase.

En la verdad radican los principios y en la virtud los actos complejos. El reloj de Londres ha comenzado su marcha y se ha parado a las siete menos nueve minutos. El año de 1846 es una imitación, como una apoplejía de las pilas y la energía del más allá.

Levanto la mirada y solo veo libros, libros viejos y nuevos, palomas, a la gran dama, a una bicicleta blanca.

Amo para seguir perdiendo la inocencia, amo a las coristas, a todo aquello que figura en el contrato y dice, exactamente, que la muerte se acerca con su cara de pena.