jueves, 9 de junio de 2011

Veintitrés



Decía un poeta muy respetable y honesto que nunca había escrito el mismo libro de versos. Y ha dado que pensar mucho. También comentaba que el poeta nace y se va haciendo, igual que el futbolista que aparece con el don de la pelota y debe ejercitar y administrar sus recursos en la época productiva. Una última indicación apuntó a la espontaneidad de algunos de sus poemas. Una magia que no tiene explicación lógica, pero que es tan real como el resultado final.

Desde hace más de veinte años (salvo una excepción muy concreta y contrastada) la espontaneidad no me visita. Las lecturas y más lecturas, acompañadas de lecturas de guarnición, complementan eficazmente la formación lírica. Y desde luego siempre he escrito el mismo libro, los mismos poemas e idénticos versos. Es el tono común, un único universo y una atmósfera exclusiva.

¿Diferencias? Son evidentes. Y es lícito. Me gusta la poesía, me enamoro de la poesía todos los días, pero para juzgar hay que leer. Sí, es cierto que tras el conocimiento afloran las preferencias (lo contrario sería engañarnos), pero la honestidad y la autenticidad no se pueden esconder.

Otro mal de este país. Juzgar y condenar lo desconocido. Otro error de nuestra lírica. Tachar y prejuzgar lo ignorado.

Ellos se lo pierden, pues no saben lo que dejan en la bodega los que viajan siempre en primera. Nada es nunca distinto.