HE ENVIADO en tres ocasiones algunos bocetos de poemas a terceros. Y dieron su opinión. Nunca lo que otro determine afectará al resultado final. Me duele la cabeza. Sevilla se comporta como un niño con faldas. Huele a humedad y las naranjas comienzan a caer de los árboles. Está sucia.
Sevilla es presumida, elegante pero egoísta, cortés pero envidiosa, amable pero cateta. Hay muchos pájaros que sobrevuelan la ciudad sin quedarse. La miran desde el cielo y buscan un entorno más disperso y saludable. Todo lo cubre el humo.
En Moguer había un joven muy correcto que se enamoró de mí. No paraba de acosarme por las calles. Decía piropos en turco –suelen resultar ininteligibles-.
Un día, mientras recorría la calle de la Carretería a toda prisa, tropecé con el joven. Le miré y le dije: ¿No será que los hombres tienen el corazón entre los dedos?
Se marchó de Moguer. Dicen que ahora vive en Cartaya. Ha formado una familia y escribe poemas. Me envió hace unos meses un sobre con algunos de ellos. No le he respondido. Tengo el sobre en el mueble de la entrada junto a otros tantos. Nunca lo que otro determine afectará al resultado final.