MIENTRAS leía a Platón una sombra ha cruzado por detrás del sofá. Un ruido violento y rápido. Una imaginación. Hoy he estado con Juan Ramón, me ha hablado de Marga Gil Roësset. Sus dibujos y pinturas me apasionan, sus esculturas son genialidad.
Hablaba con Marga, Mantecón resucitaba. El daño que ha hecho Jorge Urrutia o Francisco Garfias a la verdad. Es la poca profundidad. El compromiso inacabado, el complacimiento, la irrealidad.
Para saber hay que vivir y sobre todo ver. He llegado a mi casa con amigos. No había nadie, no buscaba compañía. El acierto es un acto que termina en domingo.
Busco a la sombra. No aparece la imaginación. He aparcado mi coche a la entrada del pueblo. Tuve que andar. Molesta la cadera. Me ha acompañado el perro, el mismo que pretendía entrar en casa un día. Llueve. Abril no es cruel, es violento.
¡Menudos ignorantes! Platón está en Juan Ramón. Todos son Juan Ramón. Juan Ramón es Juan Ramón. Pienso que hay autores que viven ya de las zurrapas, de los restos. Un correo de Piedad levanta mi propio ánimo. Escuchaba sus clases con dieciocho años, era un niño.
Y sigo siendo un niño, un joven con ilusión que ama los domingos, el mediodía, las tardes de abril y las noches de diciembre. Me tumbo en la arena, las piedras acompañan. El blanco de Moguer sigue siendo el acoso, la rutina.
Me han regalado una botella verde. Es un color que está fuera de su estado natural. El ímpetu y la fuerza.