Del indolente número 999
aprendí la Ley de Weber-Fechner, aquella que establece una relación entre el
poema y la magnitud de su condición de poema.
Todo poema condiciona y
establece un estímulo, ya sea cualitativo o cuantitativo. Los siniestros son
incapaces de escribir un verso con
sensación.
La Ley establece una
diferencia entre el poema y el no poema, entre el poeta auténtico y el no poeta.
Y es que el indolente se
dedicó, durante el tiempo que permaneció en la acera, a guardar en un saco los
poemas de la experiencia, de la diferencia y de la nueva sentimentalidad.
Incapaz de distinguir aquel que sacaba de la bolsa, ni se conseguía la
sensación, ni el estímulo, y mucho menos la convicción.
En una ocasión, el indolente
número 999, introdujo un poema de Claudio Rodríguez. Fue suficiente para
descubrir que las nubes viajan y que los árboles sostienen a los pájaros.
Claudio era el umbral, la proporción, en sus versos pervivían la existencia y
la magia.