jueves, 6 de junio de 2013

Los años venideros




Leo a Platón porque amo la justicia literaria y el placer de saber que todo es mentira, hasta tu propio rostro, aquello que ocultas en los acantilados cuando baja la marea de la verdad y tú lo sabes.

En villa Barbaria recibo numerosas visitas. Jorge, Diego, Natalia, Manu, Ana, Sharleen, Chino, Nacho. Hasta Sultán mueve el rabo cuando alguien le acaricia con el placer de siempre. Hoy Antonio me ha regalado un libro inédito. No he podido pasar del primer poema. Eso no es poesía, aunque lo recomiende Antonio, Jordi o el indolente número 13, el único que entiende de poesía.

El concepto de veracidad es aplicable a cualquier poema. Tras su lectura defines los conceptos, los pronombres, los actos irreconocibles, la propia esencia, la ética y la estética.

Aguardo en la terraza la puesta de sol y compruebo que se ha encendido la luz del faro. Es la rutina. Natalia se ha enamorado de la casa y desea alquilarla este verano. Hago las gestiones oportunas para que no la consideren una turista mexicana.

La visita a Utopía resultó incómoda. Miguel fue peculiar y justo, pero abandona lo que no debe olvidarse: el desvelo y la melancolía.

Doy de comer a Sultán y le hablo al oído. Intenta ladrar pero no puede. Mientras Susana corre tras el turco, María monta en la bicicleta blanca por la orilla. Con todos los años venideros, pasados y presentes, no ha cambiado nada. Ni los nombres, ni los versos, ni el oficio de hacer por un momento de roca en el acantilado.

El indolente número 23 me preguntó qué entendía por poesía. Le respondí en su idioma: Aquello que es capaz de levantarme del asiento, todo lo demás sobra