Leo a Platón porque amo la
justicia literaria y el placer de saber que todo es mentira, hasta tu propio
rostro, aquello que ocultas en los acantilados cuando baja la marea de la
verdad y tú lo sabes.
En villa Barbaria recibo
numerosas visitas. Jorge, Diego, Natalia, Manu, Ana, Sharleen, Chino, Nacho.
Hasta Sultán mueve el rabo cuando alguien le acaricia con el placer de siempre.
Hoy Antonio me ha regalado un libro inédito. No he podido pasar del primer
poema. Eso no es poesía, aunque lo recomiende Antonio, Jordi o el indolente
número 13, el único que entiende de poesía.
El concepto de veracidad es
aplicable a cualquier poema. Tras su lectura defines los conceptos, los
pronombres, los actos irreconocibles, la propia esencia, la ética y la
estética.
Aguardo en la terraza la puesta
de sol y compruebo que se ha encendido la luz del faro. Es la rutina. Natalia
se ha enamorado de la casa y desea alquilarla este verano. Hago las gestiones
oportunas para que no la consideren una turista mexicana.
La visita a Utopía resultó
incómoda. Miguel fue peculiar y justo, pero abandona lo que no debe olvidarse:
el desvelo y la melancolía.
Doy de comer a Sultán y le
hablo al oído. Intenta ladrar pero no puede. Mientras Susana corre tras el
turco, María monta en la bicicleta blanca por la orilla. Con todos los años
venideros, pasados y presentes, no ha cambiado nada. Ni los nombres, ni los
versos, ni el oficio de hacer por un momento de roca en el acantilado.
El indolente número 23 me
preguntó qué entendía por poesía. Le respondí en su idioma: Aquello que es capaz de levantarme del
asiento, todo lo demás sobra.