domingo, 16 de junio de 2013

Mi dios en el amor acaba como el verso: sonriendo




Libre de la tormenta comienza en el capítulo 19, que es el 1. Y prosigue en el 11, que es el 2. A partir de ese momento debe buscarse el orden de los números naturales. Siempre del 1 al 9. En once series completas. Después permanecen intactos cuatro capítulos que no figuran en las once series. Esos cuatro textos viajan de manera individual y con el sentido propio de la armonía plena.

La conjunción del caos provoca el orden preciso. Los indolentes numeraron cada uno de los textos, y les pusieron su orden. El orden primigenio.

¡Cómo sonríen los indolentes cada vez que menciono la palabra siniestro! Es la ley de la arbitrariedad. La reciprocidad más oportuna.

Pobrecillos. Los siniestros conjugarán sus verbos sin entender a Rilke, a Novalis, a Hölderlin, a Dante, a Parra, a Leopardi, a Juan Ramón.  Solo entienden de Chesterton o de Gómez Dávila.

Dios nunca estuvo en la humanidad, nunca fue nadie. Fue Jesús, Jesús nos acompaña, pero Jesús ahora sería el líder de los indignados, de las plataformas en defensa de la dación en pago. La iglesia de los hombres no es la iglesia de Jesús.

Los indolentes son los dioses ocultos, los primeros, los únicos. Son la energía que reporta la única vida posible.

La vida es elección y yo elegí el misterio, solo la lectura de los clásicos.

Los siniestros se agrupan y se leen a sí mismos. Ellos se la machacan y ellos se fortalecen con la simple mentira de sus actos.

Y lo bueno de todo ¿saben qué es? Que ellos conocen que todo es mentira, pero ni lo soportan ni lo asumen.

Los siniestros morirán como el mirto, sin flor y sin capullo, secos, muy arrugados.