domingo, 30 de junio de 2013

Cadena Ser (30 de junio de 2013)


Se puede escuchar AQUÍ.

El indolente número 88




Confundo al indolente número 999 con el 666, ambos son parecidos, guardan las mismas distancias y presumen de su cordialidad y paciencia.

Los primeros signos de violencia, antes de que tuviera lugar el acontecimiento o incidente, fue provocado por el indolente número 88. A las puertas del faro Camarinal un día ocurrió una disputa inexplicable. Aguardaban en la puerta los indolentes 13, 666 y 999. Por la escalera de rocas, junto al faro, apareció el indolente número 88. La expresión de su rostro estaba desencajada. Miró fijamente a sus compañeros y corrió sobre ellos de forma violenta.

Se defendieron, no hizo falta acudir a las manos. El indolente número 88 se tapó los oídos y cayó al suelo de forma fulminante. No pude entender nada. Ni la actuación desconcertante del número 88, ni la energía que transmitían los otros indolentes hacia el que hasta ahora era su compañero.

Lo dejaron inerte a las puertas del faro. Volvieron a entrar en su recinto. Permanecí mirándolo unos segundos pero el cuerpo desapareció. Dejó de estar mientras dejaba de ser. Taché esa noche el número 88 de mi cuaderno. Suponía que vendrían otros que le sustituiría, pero no fue así.

Poco a poco los indolentes iban dejando de estar. Todos los días tachaba algún número del registro que mantenía abierto.

Soñaba con el acontecimiento, con un incidente desconocido que no tardaría en llegar. Hablaba a los libros de Platón y de Parra, intentaba descubrir pero nunca encontraba explicación.

Me acerqué a la puerta del porche y allí seguía el indolente número 999.



viernes, 28 de junio de 2013

Solo doy pistas




Mis amigos me llaman. ¡Solo ven a un pobre y humilde pajarillo! ¡Un pájaro en la acera con cara de indolente pero con visión de ocurrencia! ¿Es cierto? No hay pájaro alguno, existe un indolente, el 999, sin pelo y con desgana, con el rostro cansado pero habitando en la perseverancia.

El trato con los indolentes y sus mensajes me llevan a la duda. Dudar al fin y cabo es tan humano como el hecho de proceder. La conjunción armónica que busca el espacio de revelación, la ética y la estética.

Paso la tarde con Juanjo. Del vulgar supermercado donde acopiar viandas a la terraza del café donde pregunta y consulta las últimas informaciones. No hay nada nuevo. El faro Camarinal se ha encendido hoy a su hora y los turistas pasean por el camino asfaltado donde apenas se descubre el desvelo.

Desea saber por el acontecimiento. Debo reconocer que la primera vez que escuché a un indolente mentalmente, el acontecimiento se transformo en incidente. De ahí que lo desee pero que le tema. La misma sensación que el día que Sultán murió entre mis brazos.

La calle es la disputa, la impresión del acto, la premeditación. Sin duda no existe la verdad, y la duda es el caos. Cantante china, deseo ser una cantante china, con hecho y maleficio. Envejecemos sin vida. Somos los mismos y también somos diferentes.

El indolente número 999 es un ser extraño. Permanece en la acera, lo observa todo, cuando salgo hacia el faro me persigue, pero no dice nada.

Juanjo sigue consultando y le respondo entre líneas. No debemos comunicar la realidad en la primera conversación. Hay que esperar a que llegue la armonía y todo lo sustente. Hay que tener paciencia. Doy pistas, solo doy pistas.

Espero el acontecimiento como quien espera un incidente.

 

El indolente número 666




martes, 25 de junio de 2013

La Ley de Weber-Fechner




Del indolente número 999 aprendí la Ley de Weber-Fechner, aquella que establece una relación entre el poema y la magnitud de su condición de poema.

Todo poema condiciona y establece un estímulo, ya sea cualitativo o cuantitativo. Los siniestros son incapaces de escribir un verso con  sensación.

La Ley establece una diferencia entre el poema y el no poema, entre el poeta auténtico y el no poeta.

Y es que el indolente se dedicó, durante el tiempo que permaneció en la acera, a guardar en un saco los poemas de la experiencia, de la diferencia y de la nueva sentimentalidad. Incapaz de distinguir aquel que sacaba de la bolsa, ni se conseguía la sensación, ni el estímulo, y mucho menos la convicción.

En una ocasión, el indolente número 999, introdujo un poema de Claudio Rodríguez. Fue suficiente para descubrir que las nubes viajan y que los árboles sostienen a los pájaros. Claudio era el umbral, la proporción, en sus versos pervivían la existencia y la magia.

sábado, 22 de junio de 2013

El acontecimiento




El nueve nueve nueve (999) permanece sentado en la acera. Hoy le he llevado un  poco de agua y algo de comer. Con su expresión de amor ha indicado: Mi alimento es la responsabilidad hacia la literatura.

Las huecas palabras resuenan en la cabeza mientras vuelvo a la cocina con el agua y los melocotones.

Leo a Propercio y escucho en audio libros el Manual de vida de Epicteto.

Estoy intranquilo. Sultán murió hace años y las arañas se esconden en todos los rincones de casa. De pronto salgo por la puerta con premura y acudo al indolente. Le pregunto qué hace ahí, cuánto tiempo va a permanecer en la acera.

El 999 sonríe. No deja de hacerlo. Su mirada transmite una extraña paz, como un desasosiego. Respiro y observo su calva y sus manos pacíficas.

Me molesta el silencio de los indolentes. Hacía tiempo que no lo soportaba y comienzo a arrancarme algunos pelos de la barba.

Vuelvo a preguntarle sus motivos, él sigue con la sonrisa y la tranquilidad.

De pronto, cuando volvía por el porche, sentí un pinchazo abrumador en la cabeza. Las manos acudieron a ella para sujetarla y di media vuelta. El indolente me hablaba en su idioma mental.

Respiro. Lo hago muy lentamente. Sentado en el sofá del salón fumo un cigarro lentamente. Saboreo el sentido común y la disciplina del tabaco.

El 999 aguarda el acontecimiento. Permanecerá allí hasta esperar que ocurra. Dice que no tiene prisas.

The Show must go on




Shandi




viernes, 21 de junio de 2013

El indolente número 999




Los pocos vecinos que habitan las parcelas colindantes son conocidos. Un saludo, una conversación a destiempo, mucha amabilidad.

Cuando salí de casa me esperaba un ser extraño. Hizo una reverencia con el brazo e intentó parar el coche. Subí la ventanilla y aguardé que la puerta del garaje se cerrara a su ritmo. Permanecía inmóvil con una sonrisa. Miraba mi rostro.

Salí disparado hacia Sevilla. La hora de viaje se hizo corta y de la cabeza no desaparecía el ser sorprendente.

Aparqué en el garaje y, en vez de subir a la oficina, fui a la cafetería por un café cargado y corto. Allí estaba el ser que esperaba en la puerta de casa. Volvía a sonreír. Fui a la terraza del establecimiento para encender un cigarro.

Venía con el café. Se sentó a mi lado y acercándose al oído comenzó a hablar con un tono bajo y mecánico. Se presentó como el indolente número 999. Venía para otorgar unas lecciones. Después de muchos años volvía a tener un encuentro con un indolente, pero con uno que hablaba. Su voz artificial emitía sonidos que podían entenderse.

Dejé de tener miedo. Me acerqué a sus palabras. Escuché, miré, viví.

Esta noche, al llegar a Siltolá, me esperaba sentado en la calle. Abrí el portón con el mando pero dudé si darle paso o silenciarlo. Sentado miraba como entraba en el porche. No hacía nada.

Cerré la puerta con llave desde dentro. Desde la ventana del salón observaba su sombra en la calle. Allí permaneció muchas noches y muchos días. Dejó de hablar. Ya lo había dicho todo.

Cuando salgo por la mañana bajo la ventanilla con unos ¡Buenos días! Hace una reverencia con la mano como mostrando la responsabilidad de la literatura.

Sigue tu camino, no mires atrás ni te dejes caer en las insinuaciones. Sé fiel a tus principios aunque los principios no sean fieles contigo. El amor hacia el arte te llenará de vida y de muerte.

El indolente número 999 (que siempre ha sido el 9) con las manos apartaba el humo, con sus ojos expulsaba a las sombras. Con su rostro se rodeaba de pájaros.