ES domingo, el periódico dice que un grupo de australianos pretende realizar una expedición al Himalaya. ¿No recuerdas, Susana, aquella expedición?
Habíamos previsto todo el viaje, era un viaje sin límites: en Valencia un carguero de bandera turca nos llevaría directo hacia su patria. Ya sabéis amigos que la patria de un turco está siempre repleta de bandidos, y la patria de un santo es la patria de todos, de todos los que he visto sin patria y nunca han visto al santo, ¿no es cierto?
No sólo hay miserables en Turquía, también los hay en casa, en una esquina, en esos ascensores de grandes edificios, y al mirarlos, el empresario siente una composición inmaculada, como una aparición.
Quedamos en Turquía y el Tíbet lo inventamos, lo imaginamos. Tanta miseria estaba pidiendo algún consuelo y tú eras un consuelo, una ilusión que a veces pretendía ser australiana, y andabas de puntillas, y eras un canguro de puntillas.
¿Dime si no son ciertas mis verdades? ¿Dime si ese viaje no hizo más que separarnos? Y eso que los viajes son los virajes de una vida, pero siempre es verdad que un viaje mal previsto acaba como el nuestro: en la separación anticipada.
EN Turquía había un negro de grandes labios que se enamoró de ti, y no dejaba de acosarte por las calles pues te decía piropos turcos que son inteligibles.
Yo me reía, tú te reías y él se reía con lágrimas cuando pasabas por su lado y no le hacías ni caso. El pobre negro miraba tu cuerpo con tanto desconsuelo que por los poros de su piel saltaban chispas. Y no eran chispas negras, porque el amor que un hombre siente lo mismo da que sea de explosión o de remordimiento, lo que importa es que ama.
SUSANA se acostaba vestida doblemente para evitar que el negro se tentara, porque un negro es un hombre y el nuestro había acordado enseñarnos la ciudad con tal de estar más cerca de la moza. Y aceptamos, no sé porque aceptamos pero fuimos, éramos para el negro dos bandidos de lujo en otra patria, dos bandidos distintos, porque siempre robábamos los trajes y siempre los pagábamos. Hasta que se acabó el dinero, hasta que los bolsillos dijeron “c’est fini”, hasta que nuestros padres bien amados por carta escrita a pluma acordaron cortar el suministro económico, como si se cortara la energía una noche de huelgas y todos los huelguistas tuvieran que llevar una pancarta y una vela en las manos.
EL negro no era malo, si miraba a Susana y la veía con hambre corría al supermercado para comprar detalles, detalles alimentarios, que aunque fueran detalles nos calmaban, porque un detalle puesto con acierto es capaz de cambiar hasta un destino, y nos cambiaban, como un gobierno busca el cambio en las declaraciones: el negro era el gobierno, nosotros, electores con hambre, (siempre ocurre lo mismo todos los electores tienen hambre y acaban votando, cuando la realidad mejor sería que fuese de otro modo, que acabasen comiéndose al gobierno).
Nosotros más de una vez pensamos en comernos al negro, no por hambre, ya entienden, sino por repugnancia, porque uno en esta vida acaba por comerse hasta lo que más odia, acaba por comerse su esperanza.
UNA tarde en las calles de la capital nos sorprendió una revolución. Las mujeres corrían de un sitio a otro, como queriendo dejar constancia de su fuerza, y los hombres lloraban, todos menos el negro que con fuerza y arrogancia nos indico un pequeño hueco entre los muros, un hueco de salvación.
Fue la primera vez que el negro se acerco a Susana, le decía cosas al oído, cosas de amor, no eran intuiciones, ni deseos, más bien tenia obligación de revoluciones, pues estaba excitado.
Susana que no es tonta, en un descuido súbito y sonriendo le dijo en voz alta:
“Hablas de amor muchacho y te sudan las manos,
¿No será que los negros tienen el corazón entre los dedos?”
Y el negro optó por irse, un turco que era negro y nos quería, pero era obligación, su obligación, dejarnos en Turquía mientras llorábamos, mientras soñábamos.
EL mar en Estambul es una caja de zapatos, le llaman mar de Mármara y siempre lleva el agua en tarjetas de visitas, porque viaja muchísimo, entra por un estrecho y muere en otro.
El mar en Estambul está llorando, y gusta ver sus lágrimas absurdas, ya que un mar es un mar y por mucho que corra, muera o se aprisione tiene fuerza suficiente para evitar tristezas, porque el mar nos alegra, el mar nos adelanta los días de ola en ola, y cuando una ola muere hay otra que pervive.
Habíamos previsto todo el viaje, era un viaje sin límites: en Valencia un carguero de bandera turca nos llevaría directo hacia su patria. Ya sabéis amigos que la patria de un turco está siempre repleta de bandidos, y la patria de un santo es la patria de todos, de todos los que he visto sin patria y nunca han visto al santo, ¿no es cierto?
No sólo hay miserables en Turquía, también los hay en casa, en una esquina, en esos ascensores de grandes edificios, y al mirarlos, el empresario siente una composición inmaculada, como una aparición.
Quedamos en Turquía y el Tíbet lo inventamos, lo imaginamos. Tanta miseria estaba pidiendo algún consuelo y tú eras un consuelo, una ilusión que a veces pretendía ser australiana, y andabas de puntillas, y eras un canguro de puntillas.
¿Dime si no son ciertas mis verdades? ¿Dime si ese viaje no hizo más que separarnos? Y eso que los viajes son los virajes de una vida, pero siempre es verdad que un viaje mal previsto acaba como el nuestro: en la separación anticipada.
EN Turquía había un negro de grandes labios que se enamoró de ti, y no dejaba de acosarte por las calles pues te decía piropos turcos que son inteligibles.
Yo me reía, tú te reías y él se reía con lágrimas cuando pasabas por su lado y no le hacías ni caso. El pobre negro miraba tu cuerpo con tanto desconsuelo que por los poros de su piel saltaban chispas. Y no eran chispas negras, porque el amor que un hombre siente lo mismo da que sea de explosión o de remordimiento, lo que importa es que ama.
SUSANA se acostaba vestida doblemente para evitar que el negro se tentara, porque un negro es un hombre y el nuestro había acordado enseñarnos la ciudad con tal de estar más cerca de la moza. Y aceptamos, no sé porque aceptamos pero fuimos, éramos para el negro dos bandidos de lujo en otra patria, dos bandidos distintos, porque siempre robábamos los trajes y siempre los pagábamos. Hasta que se acabó el dinero, hasta que los bolsillos dijeron “c’est fini”, hasta que nuestros padres bien amados por carta escrita a pluma acordaron cortar el suministro económico, como si se cortara la energía una noche de huelgas y todos los huelguistas tuvieran que llevar una pancarta y una vela en las manos.
EL negro no era malo, si miraba a Susana y la veía con hambre corría al supermercado para comprar detalles, detalles alimentarios, que aunque fueran detalles nos calmaban, porque un detalle puesto con acierto es capaz de cambiar hasta un destino, y nos cambiaban, como un gobierno busca el cambio en las declaraciones: el negro era el gobierno, nosotros, electores con hambre, (siempre ocurre lo mismo todos los electores tienen hambre y acaban votando, cuando la realidad mejor sería que fuese de otro modo, que acabasen comiéndose al gobierno).
Nosotros más de una vez pensamos en comernos al negro, no por hambre, ya entienden, sino por repugnancia, porque uno en esta vida acaba por comerse hasta lo que más odia, acaba por comerse su esperanza.
UNA tarde en las calles de la capital nos sorprendió una revolución. Las mujeres corrían de un sitio a otro, como queriendo dejar constancia de su fuerza, y los hombres lloraban, todos menos el negro que con fuerza y arrogancia nos indico un pequeño hueco entre los muros, un hueco de salvación.
Fue la primera vez que el negro se acerco a Susana, le decía cosas al oído, cosas de amor, no eran intuiciones, ni deseos, más bien tenia obligación de revoluciones, pues estaba excitado.
Susana que no es tonta, en un descuido súbito y sonriendo le dijo en voz alta:
“Hablas de amor muchacho y te sudan las manos,
¿No será que los negros tienen el corazón entre los dedos?”
Y el negro optó por irse, un turco que era negro y nos quería, pero era obligación, su obligación, dejarnos en Turquía mientras llorábamos, mientras soñábamos.
EL mar en Estambul es una caja de zapatos, le llaman mar de Mármara y siempre lleva el agua en tarjetas de visitas, porque viaja muchísimo, entra por un estrecho y muere en otro.
El mar en Estambul está llorando, y gusta ver sus lágrimas absurdas, ya que un mar es un mar y por mucho que corra, muera o se aprisione tiene fuerza suficiente para evitar tristezas, porque el mar nos alegra, el mar nos adelanta los días de ola en ola, y cuando una ola muere hay otra que pervive.
33 comentarios:
No se si será un hecho real o ficticio , solo puedo decir que me a encantado , desde el comienzo hasta llegar a su desenlance...
No pongo en duda de que Susana es muy inteligente al decir:
“Hablas de amor muchacho y te sudan las manos,
¿No será que los negros tienen el corazón entre los dedos?”
Contundente,y efectiva.
Por otra parte, te quedas con un sabor a seguir leyendo , como si la historia tuviera una segunda parte....
Un Abrazo.
muy bien...me ha gustado mucho..de todas maneras mirar desde Estambul la otra orilla tiene siempre un encanto especial..un abrazo.
Que tristeza Javier, pero este Altántico curará tus heridas con su sal y esta historia cicatrizará rápido. Un abrazo.
Esto es muy denso, lo he leído varias veces, como algunas películas que las tienes que ver otra vez. En fin, Javier, que Estambul es precioso, el relato me ha gustado y Susana más. Del negro no digo nada, me ha despistado mucho. Yo en Turquía nunca vi un negro, pero en fin, será si lo cuentas así.
Mira tú, hasta los suecos vienen a tu blog, anda que...
Pasión tuco africana.
Tener el corazón entre los dedos, equivale a sonreír con la mirada... Me encantó esa frase de Susana.
Tus historias tienen "ángel", como decimos por aquí para significar que tienen ese algo que llega, ese algo que no nos resulta indiferente.
Un beso grande, Javier.
Primero de todo ¡Felicidades Javier¡, aunque no sé si celebras hoy tú santo...
Y ahora , voy a leer... Besos
Tú escrito es un chorro de sentimientos, de ideas, de visiones....parece el Mediterráneo lanzándose a los brazos del Atlántico...frente a las costas de Cádiz...
Muy bonito, muy viajero, y muy real.
Besos.
Pd. Para mi desgracia nunca he estado en Turquia...pero no importa...¡he estado en Cádiz y su provincia¡..
JAVIER:
Es como "La pasión turca" (mejor el libro que la peli) pero en versión puertorrealeña garbillada en Sevilla y alogado por el Menéndez.
¡Pos que vivan los negros -afros-, los amarillos -orientales-, los blancos -sajones-, los azules -pitufos-, los verdes - viejos-, los rojos -selección española-, los marrones -los puros del dire-, los rosas -Penélope Glamour, la de los autos locos-!
Salu2
mil perdones pero no lo puedo evitar, entro a trapo, lo sé, pido perdón desde ya.
Sir John, que le comparen con "La pasión turca" ajjjjj, maldición... con todos mis respetos, no es ningún halago, es un auténtico horror y yo me echaría a temblar, por Dios bendito.
Tanto la novela como la película son de vomitar.
Pero, home, ladies, gentlemen, un poquito de por favor... pobre Sir John.
Hala, majo, sigue bien, pero de verdad ¿eh?
Mary Q.
PS No aguanto a Gala, es un cursi redomado, pero con alevosía y premeditación además. Lo siento, Javier, debe de ser la edad... que no me puedo callar. Tú no, por favor, tú no...
El día que lo conocí se lo escuché recitar a usted con su sobria y toscana voz.
Un abrazo, creo que un rato nos vemos.
Llamadme para los postres que entraré y saldré, hago doblete.
Quizá es la entrada que más me gusta.
Me encanta todo, lo he leído varias veces y no me canso, pero el final me parece genial.
Besos admirados en este día que seguro las "olas ya nos adelantaron".
Me parece que no quiere salir mi álago (repito)... te decía que no me canso de leerlo, pero que me gusta especialmente el final y esa sensación de que las olas seguirán trayendo.
Besos Javier.
Magnífico relato, leyéndolo me lo he creido todo, y he sentido muchas cosas de las que hablas.
Felicidades, es una bellísima entrada.
Un abrazo
Me gustó mucho cuando te lo oí recitar, y ahora lo disfruto con más detenimiento. Discrepo de que la voz era sobria y toscana. Más bien gaditana y salerosa.
Un abrazo.
La tiene Vicky, la tiene.
Un fuerte abrazo.
Tienes razón Fernando, es un encanto muy especial.
¡Muy personal y distinto!
Un fuerte abrazo.
Gracias Kraxpelax.
Es divertido Rocío. Es pasado.
Y el pasado nos hace sonreir, siempre.
Un abrazo.
Aurora, doy fe de los negros en Turquía.
Y los suecos...
Un fuerte abrazo.
¡No Capitán!
Gracias Liliana.
Un abrazo.
Gracias Mangeles, eres un encanto.
Gracias de nuevo.
Mangeles, Cádiz le da diez vueltas a Turquía.
Un abrazo.
Diego, que Gala es muy malo, hombre.
Esa novela es un pastiche antiliterario.
Un abrazo, nada pasional.
Gracias Majestad.
Gala es malo, malo, malo.
A ver si se va con los que ha enterrado el del Premio Nobel, ya verás como está de protagonista en su entierro.
Un abrazo.
Lo de la voz toscana, es cachondeo.
Un abrazo.
Me alegró verte.
Gracias Olga.
Un abrazo.
Gracias Paloma, muy a lo Luis Rosales.
Un fuerte abrazo.
Otro abrazo Paloma.
Gracias de nuevo.
Gracias Julia, muy amable.
Estoy contigo Ridao, (en lo de la voz).
Un fuerte abrazo.
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