martes, 15 de junio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XL)



Dice dios que puede aparecer y desaparecer cuando, donde y como desee. Le he pedido que acuda a algún acto en mi lugar y sonría. Pero por favor, le he rogado que no hable. Tiene ese tono de voz entre Jurado y Gamoneda, que a veces asusta.

Hoy he corrido hacia los pájaros. Estaban destrozando los tomates. La vida del hombre se reduce a reír, correr y aconsejar.

Me perdí en la A-472. Iba para la A-477, pero un corte en la carretera hizo que nos desviaran. A la derecha y a la izquierda de la A-472 sólo hay girasoles. Un prado verde, amarillo y rojo. Las amapolas incipientes dan el toque multicultural.

Lara se parece una barbaridad a Cristina Rosenvinge. Y ambas guardan una semejanza con Guadalupe Grande. ¿Hace veinte años, tal vez? Y veintitrés también. La correspondencia epistolar de absurdos. Escribir y escribir para no recibir una respuesta. Ni un mero silencio escrito en folio en blanco.

La música de Lara no se parece en nada a la de Cristina. Lo comercial no quita lo valiente. Recuerdo tantas cosas, en tantos momentos, que he pedido a dios si puede retroceder el tiempo, hacernos regresar a La Rábida.

Dice que no. Perdió su poder cuando decidió bajar al mundo. Pisa el suelo y huele a húmedo.

Los poetas aparecen y desaparecen como el agua en julio. Aunque la realidad dice que el poeta de agua mineral nunca sonríe.