Durante mi estancia en el hospital dudé si disponía de alma. A veces soñaba con un inmenso páramo repleto de verdades. Pero la sensación duraba muy poco tiempo. Eran frecuentes los pensamientos sobre las injusticias. Debía justificar mi tormento y la pesadilla que vivía sobre una cama manchada de suero.
Dudaba del alma, del vicio y la virtud. Encontré rectificaciones a comportamientos que realicé hace años. A veces las acciones eran leves e insensatas, probaba la inocencia o culpabilidad en todo.
Buscaba el azar, el destino. Sólo una explicación. Los vicios eran virtudes y el alma siempre era mejor. Nunca me abandonaron los dioses.
Reflexioné sobre las relaciones con los semejantes, sobre el trato y la voluntad. Inventé (por escaso tiempo) un lugar mejor, nuevo. Presumía de escapar de la verdad y habitar en una imagen de vida inconsciente. Nada me llenaba. Comencé a decir a las enfermeras que no quería recibir visitas. Intenté convencer una a otra con argumentos de auxilio. Obstinadamente eran el único motivo de confianza que quedaba.
La experiencia nunca fue un grado. Comenzaba de cero. Ni sabía ni entendía. No era experto en nada. Dejé de conocer el porqué y la propia causa. El alma estaba mezclada en el todo. Tenía en la cabeza a Anaximandro (siempre lo he tenido muy presente). Las cosas se hacen justicia mutuamente por sus culpas. Siempre por sus culpas. Y el orden lo pone el tiempo. El tiempo pone y dispone.
Apenas puedo mover la cabeza e intento descubrir aún hoy las culpas. Determinar la justicia. Y ese tiempo lo han impuesto en mi vida. Todos los planteamientos, el futuro se realiza como semejante al propio sueño, acaban siendo inexistentes. Dicen que todo se resuelve en un instante y han pasado seis meses. Todo es determinado, todo es infinito.
Nada se mueve, ni siquiera esa hoja del árbol que observo por la ventana. Nada va de un sitio a otro. La unidad permanece. Se preocuparon exclusivamente de enseñarme a moverme en un intrépido carrito de ruedas. Fue su ocupación. Cada paso que daba se celebraba como victoria, cuando en mi interior derrotaba angustia.
Cualquier alma no podía introducirse en ningún cuerpo, y menos en el mío. Opinión, ocupación, desidia. Existía el vacío real. No hay aliento. El modo de ser se confunde con ese bello páramo de verdades.
Y la verdad es que sigo cansado y casi siempre dormido. Me hacen vivir los contrarios, el bien y el mal, el vicio y la virtud.
Dudaba del alma, del vicio y la virtud. Encontré rectificaciones a comportamientos que realicé hace años. A veces las acciones eran leves e insensatas, probaba la inocencia o culpabilidad en todo.
Buscaba el azar, el destino. Sólo una explicación. Los vicios eran virtudes y el alma siempre era mejor. Nunca me abandonaron los dioses.
Reflexioné sobre las relaciones con los semejantes, sobre el trato y la voluntad. Inventé (por escaso tiempo) un lugar mejor, nuevo. Presumía de escapar de la verdad y habitar en una imagen de vida inconsciente. Nada me llenaba. Comencé a decir a las enfermeras que no quería recibir visitas. Intenté convencer una a otra con argumentos de auxilio. Obstinadamente eran el único motivo de confianza que quedaba.
La experiencia nunca fue un grado. Comenzaba de cero. Ni sabía ni entendía. No era experto en nada. Dejé de conocer el porqué y la propia causa. El alma estaba mezclada en el todo. Tenía en la cabeza a Anaximandro (siempre lo he tenido muy presente). Las cosas se hacen justicia mutuamente por sus culpas. Siempre por sus culpas. Y el orden lo pone el tiempo. El tiempo pone y dispone.
Apenas puedo mover la cabeza e intento descubrir aún hoy las culpas. Determinar la justicia. Y ese tiempo lo han impuesto en mi vida. Todos los planteamientos, el futuro se realiza como semejante al propio sueño, acaban siendo inexistentes. Dicen que todo se resuelve en un instante y han pasado seis meses. Todo es determinado, todo es infinito.
Nada se mueve, ni siquiera esa hoja del árbol que observo por la ventana. Nada va de un sitio a otro. La unidad permanece. Se preocuparon exclusivamente de enseñarme a moverme en un intrépido carrito de ruedas. Fue su ocupación. Cada paso que daba se celebraba como victoria, cuando en mi interior derrotaba angustia.
Cualquier alma no podía introducirse en ningún cuerpo, y menos en el mío. Opinión, ocupación, desidia. Existía el vacío real. No hay aliento. El modo de ser se confunde con ese bello páramo de verdades.
Y la verdad es que sigo cansado y casi siempre dormido. Me hacen vivir los contrarios, el bien y el mal, el vicio y la virtud.