viernes, 11 de junio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXXVIII)



España está muy mal. Fatal diría yo. Entre tanta desidia y mayor ausencia de recursos, lo que nos queda es esperar, o tal vez visitar esa isla desierta y quedarnos permanentemente, hasta la muerte, en la misma.

Hemos dado un paso atrás de veinticinco años. Ni uno más ni uno menos. Es una vuelta a empezar. La tuerca se nos ha quedado en los bolsillos.

Dicen los expertos, que Rajoy en la Moncloa también tendrá sus tropecientos asesores, consultores y equinoccios. Aquellos que ahora alaban la píldora deben tener salidas dignas, y donde está la mejor dignidad sino en el propio consentimiento.

España se hunde. Y lo hace con las miserias propias de un país retorcido, acabado y falto de credibilidad. Esto ya no es lo que era. ¿Qué culpa tenemos todos de la gestión de un inepto? ¿Cómo es posible acabar así, y en este tiempo?

La solución en sus cabezas, en sus personas, y en sus bolsillos. Los ayuntamientos no tienen para pagar, las comunidades no tienen para pagar y nuestro sistema financiero soporta la deuda de un país sin recursos y sin vida.

Tal vez sean las últimas reflexiones de un gaditano en La Caleta. Las últimas, por no decir las mismas que acabaron con nuestros propósitos de enmienda.

Yo ya tengo la isla, y allí me quedaré, sin internet, sin miserias y con calabacines como puños para poder comer verdura y pajaritos (con arroz están geniales).

España agoniza, las últimas bocanadas están regulando nuestro asentamiento mientras permanecemos impasibles, improbables, in eternos. Una verdad como un proverbio, y un sentimiento generalizado de desesperación. Morimos sin que nadie sea capaz de asegurarnos si quiera el sacramento.

La isla, muchas islas, o la misma, para nuestra verdad, la única existente en el camino. Veinticinco años son muchos, y esto huele a podrido.