lunes, 7 de junio de 2010

Cadión (Elogio de la Irreverencia XXXV)



He declarado la guerra a los rabilargos. Son terribles, se lo comen todo. Ávidos de alimento han destrozado los tomates, los higos, los nísperos. La belleza es incompatible con la mesura. Voy a cometer una locura, seguro que lo hago.

Bienaventurados los que suplen la ignorancia con la buena voluntad porque seguirán siendo cándidos.

Bienaventurados los amantes de lo efímero porque ellos jugarán a ser poetas.

Bienaventurados los hacedores de versos porque en su vida, jamás, escribirán un poema.

Bienaventurados los lectores compulsivos porque nunca harán la digestión.

Dudo entre confesarme y raptar un ratito a dios, o coger unos libros malos y ponerme a librazo limpio con los rabilargos. Tal vez se cultiven. O quizá tengan más hambre.

Remite el calor y con ello las ferias de libros. Este año han sido tristes.

De vez en cuando recuerdo a alguien y si puedo le llamo. Hace un par de días ocurrió con Enrique G-M. Su reciente paternidad le hace más hombre, más ser humano, pero también mejor escritor y persona. Crece por momentos.

Ángel M. busca a Bejarano. ¿Saldrá? Una gran duda, un dilema. Lo cierto es que estaría bien. La poesía le necesita. Aunque él necesite otras cosas.

Todos, como los rabilargos, estamos faltos y ausentes de alimento. Pero no destrozamos. La incontinencia es la ciencia del refugio. Seguro que no cometo ninguna locura.