He pasado mucho tiempo en una silla, inmóvil. El horizonte de visibilidad se limitaba a una estrecha ventana desde donde la vida pasaba por debajo de nuestro pensamiento. Ahora puedo manipular este artilugio que traslada mis huesos de un sitio a otro. Del campus a casa y viceversa.
Hoy he leído en un tablón de anuncios de la facultad el disparatado atrevimiento de un universitario poco coherente. ¿Buscar? ¿Encontrar? ¿Santidad? Palabras seguidas sobre un papel impreso sin sentido.
Como si de un buscador de señales se tratase sólo he podido reírme tras la lectura. Detuve este carrito ante la atenta mirada de los estudiantes. Fue una lectura rápida. Emprendí la marcha intentando acelerar, sin conseguirlo.
Mis clases de filosofía no dejan impasibles a nadie. Apenas diez o quince alumnos acuden al aula. Eso ahora, antes del accidente la clase estaba llena. Explicaba los presocráticos, leía sus textos, vivíamos la forma de sentir, de comprender, de asimilar. He visto alumnos en los pasillos grabando las clases, otros tomaban apuntes desde la puerta de entrada. ¡Era tan feliz! ¿Era feliz?
Londres es una ciudad bella. También es fácil. Pero para un desgraciado y casi tetrapléjico que se pasea en un artefacto de tres ruedas, es complicada.
Odio la dependencia. La desintegración del ser humano la provoca la familia. Todos somos dueños de nuestros actos. Cada uno depende exclusivamente de sí mismo.
Aristóteles lo explicaba como la comunidad del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. Coincidían en unificar familia a ciudad. ¡Qué error! Eso explico ahora. El rector no se atreve a expulsarme, aunque lo tiene fácil. Mis clases se han convertido en el vertedero de la facultad. Malet Street es mi santuario.
Cuando llego a casa sólo pienso en el accidente. No dejo de dar vueltas y vueltas a un mismo hecho aislado. De nada sirve una indemnización millonaria, el consuelo de todos, la verdad del misterio. Abandoné a mi familia, dejé a un lado los amigos, y encerré los planteamientos de una vida al propio desconcierto.
No dependo de nadie, soy autosuficiente. Justifico mis actos sin exposiciones lógicas. Todo en sí es un error, como la vida. Un simple y llano error del que debemos salir cada mañana.
Hoy he leído en un tablón de anuncios de la facultad el disparatado atrevimiento de un universitario poco coherente. ¿Buscar? ¿Encontrar? ¿Santidad? Palabras seguidas sobre un papel impreso sin sentido.
EL PROFESOR JEREMY IUSTIX ES UN SANTO. HAY QUE BUSCAR Y ENCONTRAR SEÑALES DE MILAGROS PARA SU SANTIFICACIÓN.
INTERESADOS ACUDAN LOS VIERNES POR LA TARDE A LA DELEGACIÓN DE ALUMNOS DE LA PLANTA BAJA.
INTERESADOS ACUDAN LOS VIERNES POR LA TARDE A LA DELEGACIÓN DE ALUMNOS DE LA PLANTA BAJA.
Como si de un buscador de señales se tratase sólo he podido reírme tras la lectura. Detuve este carrito ante la atenta mirada de los estudiantes. Fue una lectura rápida. Emprendí la marcha intentando acelerar, sin conseguirlo.
Mis clases de filosofía no dejan impasibles a nadie. Apenas diez o quince alumnos acuden al aula. Eso ahora, antes del accidente la clase estaba llena. Explicaba los presocráticos, leía sus textos, vivíamos la forma de sentir, de comprender, de asimilar. He visto alumnos en los pasillos grabando las clases, otros tomaban apuntes desde la puerta de entrada. ¡Era tan feliz! ¿Era feliz?
Londres es una ciudad bella. También es fácil. Pero para un desgraciado y casi tetrapléjico que se pasea en un artefacto de tres ruedas, es complicada.
Odio la dependencia. La desintegración del ser humano la provoca la familia. Todos somos dueños de nuestros actos. Cada uno depende exclusivamente de sí mismo.
Aristóteles lo explicaba como la comunidad del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. Coincidían en unificar familia a ciudad. ¡Qué error! Eso explico ahora. El rector no se atreve a expulsarme, aunque lo tiene fácil. Mis clases se han convertido en el vertedero de la facultad. Malet Street es mi santuario.
Cuando llego a casa sólo pienso en el accidente. No dejo de dar vueltas y vueltas a un mismo hecho aislado. De nada sirve una indemnización millonaria, el consuelo de todos, la verdad del misterio. Abandoné a mi familia, dejé a un lado los amigos, y encerré los planteamientos de una vida al propio desconcierto.
No dependo de nadie, soy autosuficiente. Justifico mis actos sin exposiciones lógicas. Todo en sí es un error, como la vida. Un simple y llano error del que debemos salir cada mañana.