Hay que diferenciar entre los distintos tipos de cuadernos que circulan por nuestras venas virtuales. Aunque aparenten igualdad de plantillas o seguidores fieles, enlaces predeterminados, álogos anónimos o miserables recursos, lo cierto es que hay diferentes cuadernos.
Los hay creativos. Meramente creativos. Determinadores del sentido común y la distancia. Una muestra es un hecho y cien mil un aburrimiento.
Los divertidos prometen. Ocurre a veces que el ser divertido es finito y limitado.
Los hay reflexivos. Introvertidos post que generan detenimiento y sofisticación.
Otros son informadores. Se limitan a informar y dar a conocer la multitud de desconocimientos propios y afines al ser humano. La limitación se vuelve más intrínseca cuando descubres la incapacidad de conocer. Pero para ello están los informadores.
Los hay lamentables. No hay palabras para definir lo lamentable cuando en sí son cutres.
Y están los cuadernos de la vanidad. Ante un bello nombre (que ya contiene un punto vanagloriable) se esconde una difícil personalidad ausente de protagonismo real, en cambio capaz de realizar hazañas virtuales.
Los cuadernos de la vanidad abundan. Yo, mí, me, conmigo, y si sobra algo, me lo quedo también. La porción de sobrecarga acaba provocando un estreñimiento masivo. El dolor comienza a aparecer. ¿Un laxante? No hay laxante capaz de liberar la obstrucción de vanidad.
Baste hacer un experimento. Acuda a un cuaderno que piense es vanidoso y lea las diez últimas entradas. No falla. Ese yo, mí, me, conmigo, a mí, para mí, y todo lo bueno, genial, magnífico, que hago, creo, divierto y resucito. Es así. Vuelve a ser protagonista de una propia película (de guión, producción, dirección, realización, y efectos especiales propios). Ganadora de todos los posibles óscar de la blogaduría. ¡Cojonudo!
En una reunión de amigos dicen que quien calla otorga, pero también dicen que quien no para de hablar determina. ¿Determina? Y, ¿no es la determinación vanagloria? ¿No supone un acierto la mesura?
Hay mucha gente que odia mi vida con dios. Piensa que es irreverencia, o tal vez locura. Al menos a dios lo toco de vez cuando, y hablo con él, y le preparo el desayuno, y me ayuda a recoger los calabacines y las patatas. Pero yo no soy dios. Y lo de ayer, hoy y mañana me importa un carajo.
Los hay creativos. Meramente creativos. Determinadores del sentido común y la distancia. Una muestra es un hecho y cien mil un aburrimiento.
Los divertidos prometen. Ocurre a veces que el ser divertido es finito y limitado.
Los hay reflexivos. Introvertidos post que generan detenimiento y sofisticación.
Otros son informadores. Se limitan a informar y dar a conocer la multitud de desconocimientos propios y afines al ser humano. La limitación se vuelve más intrínseca cuando descubres la incapacidad de conocer. Pero para ello están los informadores.
Los hay lamentables. No hay palabras para definir lo lamentable cuando en sí son cutres.
Y están los cuadernos de la vanidad. Ante un bello nombre (que ya contiene un punto vanagloriable) se esconde una difícil personalidad ausente de protagonismo real, en cambio capaz de realizar hazañas virtuales.
Los cuadernos de la vanidad abundan. Yo, mí, me, conmigo, y si sobra algo, me lo quedo también. La porción de sobrecarga acaba provocando un estreñimiento masivo. El dolor comienza a aparecer. ¿Un laxante? No hay laxante capaz de liberar la obstrucción de vanidad.
Baste hacer un experimento. Acuda a un cuaderno que piense es vanidoso y lea las diez últimas entradas. No falla. Ese yo, mí, me, conmigo, a mí, para mí, y todo lo bueno, genial, magnífico, que hago, creo, divierto y resucito. Es así. Vuelve a ser protagonista de una propia película (de guión, producción, dirección, realización, y efectos especiales propios). Ganadora de todos los posibles óscar de la blogaduría. ¡Cojonudo!
En una reunión de amigos dicen que quien calla otorga, pero también dicen que quien no para de hablar determina. ¿Determina? Y, ¿no es la determinación vanagloria? ¿No supone un acierto la mesura?
Hay mucha gente que odia mi vida con dios. Piensa que es irreverencia, o tal vez locura. Al menos a dios lo toco de vez cuando, y hablo con él, y le preparo el desayuno, y me ayuda a recoger los calabacines y las patatas. Pero yo no soy dios. Y lo de ayer, hoy y mañana me importa un carajo.