domingo, 31 de octubre de 2010

The Face (cincuenta y seis) (Tercera Inclinación)



Mientras escucho tu última canción lees poemas en voz alta. Poemas que escribí en los noventa. No dudé de ella, pero esta inclinación, la tercera, parece la más pura a todos los efectos. (Las tres son necesarias para esta vida humilde y espontánea).

Aunque existen las diferencias evidentes, y sumamente constatables, la música es un arte grande siempre que sea universal. El término eterno también es aplicable. Una composición musical puede gustar o no. Puede gustar mucho. Aunque a veces te canses, y apenas recuerdes nada de ella. Es la música del momento. Lo pasajero.

En cambio existen creaciones musicales de auténtica atemporalidad. Siempre serán la base de la tercera inclinación. La fusión con la literatura es fácil. Es la copula genética del arte puro.

Los poemas los recitas en voz alta. El reproductor tiene elevado el volumen. Prefiero siempre la música pausada, de fondo. Aunque sobre gustos nada hay escrito.

El viento mueve las palmeras y tengo miedo. No porque caigan sobre el porche, sino por las pobres palmeras en sí. El trabajo de plantación fue una creación encubierta. Una creación realizada con el amor de un padre.

Tomo veneno para topos y tapono los montículos de tierra elevados por su desesperación. Salen por las bellotas. La piscina está cubierta y ya no caen en ella. ¡Malditos! Veo con mis propios ojos cómo se mueve la tierra casi en mis pies. Y la piso, fuertemente. Al rato, y sin dudarlo, otro montículo aparece a unos pocos centímetros. Estas pastillas verdes difícilmente se confundirán con bellotas, pero se intenta.

Desde fuera sigo escuchando tu última canción una y otra vez. Tengo que apagar el tocadiscos. El mando no lo hace desde tan lejos. Y tú, sigues versificando mientras bailas. La falda se mueve y deja entrever las piernas. Tus piernas. ¡Me estás poniendo nervioso!