Es tarde, mucho más tarde que ayer. Debo olvidar el desdén, el ímpetu, la cosmogonía. Tomo los libros de Felipe B.R. y abro un poema al azar. Aprendo un conjunto de ejercicios pausados. Una lección de humildad, una cura furtiva. Olvido los rencores que causaron los dichosos encuentros con errores y nadie, absolutamente nadie, puede cambiarme.
Sentirse orgulloso es una falacia. El orgullo no existe. Los rencores tampoco. Entre García Baena y Benítez Reyes se llenan las horas de estos días. Y como comprenderás no estoy dispuesto a compartir.
Dijo dios que moriré de un ictus. Lo hizo una tarde de junio. Como puede ser cierto me preparo. He comprado carpetas para clasificar lo que queda de mí. Lo que sobra del tiempo. Dejaré el orden establecido y a las carpetas pondré número.
Vuelvo a J.R.J., lo pide el tiempo y los niños de 4 a 120 años. Recuerdo (no se entere Cobos Wilkins) el día que salté sobre la cama del poeta de Moguer. Me quité los zapatos. Seguramente ni era su cama, ni su colchón, ni las sábanas. Pero salté. Incluso recité de forma deseada y deseante.
La calle donde nací ha cambiado. Su nombre ahora es La Soledad. Lleva toda la vida e intentan renovarla, restaurarla. Hacer propio lo ajeno se olvida. Pero ahora es tarde. Se apaga la luz. La bombilla tiembla. Corro por la linterna. Se aproxima un apagón. Sopla el viento que entra por la chimenea. Se abre el libro de Diego Ropero Bethesda y huelo a Platero, a crema pastelera y a Maricarmen.
He hablado con Antonio H-R. de Carnaval. De M.A., de J.Q., de lo clásico y lo nuevo. Las chirigotas de Aragón le gustan más que sus comparsas. Veremos este año, que hay chirigota, y de las buenas. Los Yesterdays dejan paso a sus padres. ¡Qué arte!
¡Qué tarde es ya! Hay que cerrar la puerta. Apago el pilón y enciendo las farolas. Las bombillas siguen temblando. Esta noche me acostaré con la linterna en una mano, y en la otra los libros de Felipe.
Sentirse orgulloso es una falacia. El orgullo no existe. Los rencores tampoco. Entre García Baena y Benítez Reyes se llenan las horas de estos días. Y como comprenderás no estoy dispuesto a compartir.
Dijo dios que moriré de un ictus. Lo hizo una tarde de junio. Como puede ser cierto me preparo. He comprado carpetas para clasificar lo que queda de mí. Lo que sobra del tiempo. Dejaré el orden establecido y a las carpetas pondré número.
Vuelvo a J.R.J., lo pide el tiempo y los niños de 4 a 120 años. Recuerdo (no se entere Cobos Wilkins) el día que salté sobre la cama del poeta de Moguer. Me quité los zapatos. Seguramente ni era su cama, ni su colchón, ni las sábanas. Pero salté. Incluso recité de forma deseada y deseante.
La calle donde nací ha cambiado. Su nombre ahora es La Soledad. Lleva toda la vida e intentan renovarla, restaurarla. Hacer propio lo ajeno se olvida. Pero ahora es tarde. Se apaga la luz. La bombilla tiembla. Corro por la linterna. Se aproxima un apagón. Sopla el viento que entra por la chimenea. Se abre el libro de Diego Ropero Bethesda y huelo a Platero, a crema pastelera y a Maricarmen.
He hablado con Antonio H-R. de Carnaval. De M.A., de J.Q., de lo clásico y lo nuevo. Las chirigotas de Aragón le gustan más que sus comparsas. Veremos este año, que hay chirigota, y de las buenas. Los Yesterdays dejan paso a sus padres. ¡Qué arte!
¡Qué tarde es ya! Hay que cerrar la puerta. Apago el pilón y enciendo las farolas. Las bombillas siguen temblando. Esta noche me acostaré con la linterna en una mano, y en la otra los libros de Felipe.