Dejamos de escuchar los pájaros por la tarde. Se marchan. En el cielo una sombra lejana. Es un obstáculo, una alucinación. Es tu rostro. Recibo llamadas que no deseo contestar, y a veces un número muy largo y con prefijo, deja un mensaje. No deseo cambiar la compañía. Me gusta elegir los amigos a dedo y sin sorteos.
Deseo suerte en las presentaciones de los libros que serán presentados. La sociedad es muy injusta con los libros. Reconoce el papel, el color de la cubierta, tal vez el olor, pero lo cierto es que el contenido, ese principio de energía, deja de entenderse cuando haces la maleta del olvido.
Dibujo en la arena una estrella, y la firmo como lo hace Parra. De pronto, y en ese mismo instante, una paloma baja a mi lado. Viene por un gusano que se enrosca. La observo. Es blanca. Suena el teléfono. “Ningún número” me llama.
Al viaje me llevaré muchos gusanos. He tomado cariño a las aves. Pongo el móvil a cargar. Pero por favor, no se lo digas a nadie. Todos deben saberlo.
Disfruto de la luna, del sol, y hasta la soledad se deja querer. El frío de la mañana me arrastra y me encoge. La maldita cadera dispone de muchos secretos, y cojeo. Tomo unos folios, los doblo y los pongo en el zapato izquierdo. Levanta la pierna. La cojera disminuye.
Recuerdo a dios en casa. Una vez, y ante el fuerte dolor que soportaba, impuso sus manos en mis huesos. Cerró los ojos. Estuvo unos diez minutos. Me picaba la frente. Y al final dijo: "¡A correr!". Desde entonces no he dejado de correr. He sobrevivido. No dejo de recitar un poema de García Baena. Será por algo Pablo.
Intento limpiar la chimenea para el invierno y en el hogar han caído cinco pájaros. Llevarán mucho tiempo. Tienen gusanos. Es curioso. Tu alimento se alimenta de ti en los últimos momentos. Tus versos temblarán de tus propios versos. Pero debes sonreír. Es un secreto. Y por favor, no se lo digas a nadie.
Deseo suerte en las presentaciones de los libros que serán presentados. La sociedad es muy injusta con los libros. Reconoce el papel, el color de la cubierta, tal vez el olor, pero lo cierto es que el contenido, ese principio de energía, deja de entenderse cuando haces la maleta del olvido.
Dibujo en la arena una estrella, y la firmo como lo hace Parra. De pronto, y en ese mismo instante, una paloma baja a mi lado. Viene por un gusano que se enrosca. La observo. Es blanca. Suena el teléfono. “Ningún número” me llama.
Al viaje me llevaré muchos gusanos. He tomado cariño a las aves. Pongo el móvil a cargar. Pero por favor, no se lo digas a nadie. Todos deben saberlo.
Disfruto de la luna, del sol, y hasta la soledad se deja querer. El frío de la mañana me arrastra y me encoge. La maldita cadera dispone de muchos secretos, y cojeo. Tomo unos folios, los doblo y los pongo en el zapato izquierdo. Levanta la pierna. La cojera disminuye.
Recuerdo a dios en casa. Una vez, y ante el fuerte dolor que soportaba, impuso sus manos en mis huesos. Cerró los ojos. Estuvo unos diez minutos. Me picaba la frente. Y al final dijo: "¡A correr!". Desde entonces no he dejado de correr. He sobrevivido. No dejo de recitar un poema de García Baena. Será por algo Pablo.
Intento limpiar la chimenea para el invierno y en el hogar han caído cinco pájaros. Llevarán mucho tiempo. Tienen gusanos. Es curioso. Tu alimento se alimenta de ti en los últimos momentos. Tus versos temblarán de tus propios versos. Pero debes sonreír. Es un secreto. Y por favor, no se lo digas a nadie.