Aprendo a maquillarme paso a paso. El plumero me encanta. Hace cosquillas. Y la nariz está cada día más roja. Quieren cambiarme la ropa pero no me dejo. La mía siempre la compro en Jerez. Y, coño, me gusta. En cambio cuando tomo la Custom nadie dice nada. Silencio. El amplificador a tope y las cuerdas casi llegan a los controles si pierdo la cabeza. Nunca he perdido un traste.
Hay que ver lo que te hace la vida en los momentos más bajos. Por eso pienso que debemos seguir siempre. Siempre. Toda mi vida soñando y escribiendo sobre la teoría de las inclinaciones, y un buen día, sin pensarlo, las inclinaciones se acercan. Saludan (muy cortésmente), y dicen: “¡Niño, joder, niño! ”. Y el niño se ríe y sale a correr.
Hago con unas maderitas la cabeza de un perro. No puedo tener mascota aunque me encanten los sombreros. Debemos seguir. Si necesitamos algo, no podemos parar, ni darnos por vencidos. Aunque mil veces mandes al carajo a tu garganta, y dos mil a tu enemigo.
Mi madre se llama Esperanza. Y Menéndez. Sólo con recordar su nombre sigo. Doy los pasos necesarios y suficientes para seguir teniendo la vida alrededor. A pesar de pesares, para sacrificarnos. Para sobrellevarnos.
En la radio me han dedicado una canción. Pero sigo corriendo. No puedo detenerme. Ocurre que he llegado a una calle sin salida. Sin salida. No sé si saldré con vida de esta situación. Establezco un plan definitivo y el guión me lo como. Necesita un poco de pimienta.
Después de dar vueltas y vueltas no he encontrado el camino. Voy perdiendo velocidad como se fueron perdiendo los poemas de Quevedo. Ando muy perdido. Aunque me suenen las calles no acabo de dar con el sitio. El Sitio. Muevo las manos muy rápidamente. Arriba y abajo, abajo y arriba. Aspavientos de locura. Como quien abre una puerta. Pero al final consigo el propósito.
Me siento en el sillón con la Custom entre las manos. Me están pasando el plumero por la nariz y me rio. No dejo de reír. Hace cosquillas.
Hay que ver lo que te hace la vida en los momentos más bajos. Por eso pienso que debemos seguir siempre. Siempre. Toda mi vida soñando y escribiendo sobre la teoría de las inclinaciones, y un buen día, sin pensarlo, las inclinaciones se acercan. Saludan (muy cortésmente), y dicen: “¡Niño, joder, niño! ”. Y el niño se ríe y sale a correr.
Hago con unas maderitas la cabeza de un perro. No puedo tener mascota aunque me encanten los sombreros. Debemos seguir. Si necesitamos algo, no podemos parar, ni darnos por vencidos. Aunque mil veces mandes al carajo a tu garganta, y dos mil a tu enemigo.
Mi madre se llama Esperanza. Y Menéndez. Sólo con recordar su nombre sigo. Doy los pasos necesarios y suficientes para seguir teniendo la vida alrededor. A pesar de pesares, para sacrificarnos. Para sobrellevarnos.
En la radio me han dedicado una canción. Pero sigo corriendo. No puedo detenerme. Ocurre que he llegado a una calle sin salida. Sin salida. No sé si saldré con vida de esta situación. Establezco un plan definitivo y el guión me lo como. Necesita un poco de pimienta.
Después de dar vueltas y vueltas no he encontrado el camino. Voy perdiendo velocidad como se fueron perdiendo los poemas de Quevedo. Ando muy perdido. Aunque me suenen las calles no acabo de dar con el sitio. El Sitio. Muevo las manos muy rápidamente. Arriba y abajo, abajo y arriba. Aspavientos de locura. Como quien abre una puerta. Pero al final consigo el propósito.
Me siento en el sillón con la Custom entre las manos. Me están pasando el plumero por la nariz y me rio. No dejo de reír. Hace cosquillas.