jueves, 28 de octubre de 2010

The Face (cincuenta y tres) (Tercera Inclinación)



Una señora mayor no para de hablar. Llama a sus nietos, recrimina a la hija. Se levanta del asiento, da un paseo y vuelve a sentarse. La señora utiliza un lenguaje poco apropiado. Tal vez el que ha aprendido, el que ha escuchado. Sus limitaciones recrudecen los síntomas de la falta de lectura. Es una señora. Una señora mayor. Tiene ausencias.

No comparto la teoría de T.R.R. sobre los profesores y las lecturas. Hay auténticos ignorantes enseñando ignorancia. Una vez alguien se jactó de haber leído poco y haber llegado lejos. Llegó realmente lejos. Pero acabará como la señora. En la vulgaridad del sinsentido.

Me acerco a la señora y le pregunto por Lorca, por Miguel Hernández, por Juan Ramón. No llego más lejos. Me dice que son escritores. Escritores famosos. ¡Bien! Pero después pienso, y vuelvo a preguntar si ha leído algo de ellos. Y responde negativamente y con orgullo. Con una sonrisa medio vertical sigue negando el conocimiento.

Dice que oye la radio diariamente. Que el medio la entretiene, y de él aprende mucho. Vuelve a llamar a su nieto con una voz poco de ángel. Mis oídos rechazan las palabras mal sonantes pero mantengo la compostura.

Cada persona enseña con su comportamiento y hoy me han dado lecciones importantes. Instrucciones de diálogo, discursos ejemplares. Dejo a la familia en el velador y sigo el camino hasta la exposición. No deseo ser maestro de nadie ni de nada. Exponer teorías públicamente resulta complicado. Tanto como querer enseñar lo que nunca se podrá aprender.

No dejo de pensar. Espero que no escuche diariamente a Carlos Herrera. Mal profesor del discurso y la palabra. Un buen comunicador es siempre un buen lector. Es difícil olvidar a la señora como es complicado abandonar los versos de ese poema sobre Venecia.

Y ni siquiera Balzac me enseña. Tengo querencia. Mucha querencia. No queda nada. Por más que intento la calle está sola. Lo siento. Debo disculparme. Aunque no desee olvidarte, lo siento.