CUANDO leo a Gramsci me acuerdo de Aquilino Duque y de su libro El suicidio de la modernidad, publicado por Bruguera en 1984. Tengo dos ejemplares. Uno lo compré ese año, el otro a un euro hace algunos meses. Esa obra la he leído varias veces. No ocurre lo mismo con Chaves Nogales. No consigo acabarlo. Nada de él, ni su biografía.
Los versos de Dante vuelven a compensar los malos ratos. Los momentos donde el ánimo supervisa las especies y la ausencia de Platón nos determina.
Hace frío. Estamos en agosto y hace frío. Una vela ha derramado su cera encima de la mesa. Con un cuchillo he rascado y arañado el tapete de cuero.
El desfile de hormigas es el ejército ruso. El escarabajo muerto es el cadáver de Mussolini. El sacapuntas sirve para curtir la piel. Se ha derretido el hielo. Este calor artificial de invierno contradice.
Los amigos que se llaman amigos nunca serán amigos. Una carta, una postal, un poema. Y entre las felicitaciones aquella que no dice nada y menos argumenta.
Nunca sé el mes que vivo, ni la estación ni el tiempo. Hace frío o hace calor. Es suficiente. Es necesario. Un poeta muy joven, apenas diecisiete años, me ha citado mañana para cenar pescado.
La ausencia de términos es la escasez de obras. Recibo tonterías. El cuadro de Benito Pérez Galdós es testigo de todo cuanto digo, de todo cuanto hago, de todo lo que existe en este universo repleto de colillas y de hielo.
Cuando mueran los pájaros dejaré de escribir. No proporcionaré argumentos derretidos a los hombres del agua. Ni pisaré los charcos en las casas de cal. Me dedico a lo que me das, ni más, ni siento. Es el sueño. Esta vida es un sueño que me rinde. He manchado la alfombra de la melancolía. Nadie podrá limpiarla.
La modernidad se ha suicidado. Como deberían hacer los políticos, los que escriben de política, los que se politizan. Una mina, un árbol, una nube, un pájaro. La verdad. La realidad. Lo único que existe.