UN gusano se ha colado por debajo de la puerta. Un gusano marrón y enormemente lento. Le he pedido que me ayude a rescatar unos libros que desde hace algunos meses no encuentro. El volumen primero de las Poesías Completas de Parra, Lampedusa de Colinas y una revista de los años ochenta donde publiqué una serie de poemas bajo el título “El suelo ensortijado de Baena”.
No recuerdo los versos. Pueden estar en cajas. Prestando lo que tengo, con libros en el alma y una vida que odio, espero cualquier cosa del gusano. Me ha enseñado Mapa de Grecia de Badosa, un diario de Vivanco, Paulina o el libro de las aguas de María Victoria, Marzo de Juan José Espinosa. El gusano se seca. De vez en cuando, con una cucharilla de café, arrojo agua por su cuerpo. Se mueve, resucita y me enseña otro libro. Esta vez innombrable.
La diferencia entre tenerlo todo y la indagación es el fundamento. He impreso las páginas de Fábula y las retoco con carmín. Sobre el folio 328 he dejado los dos anillos.
Puede que allí se encuentre el viaje a Turquía, la levedad del aire en la azotea o la mancha de agua que ha dejado el gusano en los párrafos del papel.
En este día de febrero he buscado el centro del bosque. Me perdí en un puente rodeado de agua. Cuando llegué hasta el centro había mucha basura. Estaba a un lado, amontonada. Quizá allí se dejen las sobras y los versos de los equidistantes.
No me molestan los anillos. Los busqué tanto tiempo que tenerlos en las manos me salvan del diseño. Es el inicio, esas notas al margen que mencionamos con sentido reforzado.
Justo en el centro del bosque lo verde era magnífico. Estaba la poesía. La palabra y el tiempo. La dimensión del hombre. Todo era silencio. Vivía la claridad. Telúrico vigor que nunca contradices.
© De las fotografías: Jasamaphoto