MIENTRAS mi jenial presentadora se preguntaba si era capaz de recitar los poemas tan crudos ante un público de una edad considerable y con vida en sus huellas, observaba los rostros atentos de los asistentes.
Entre poema y poema o entre libro y libro solía dar algunas explicaciones mirando los ojos del público. Contemplé muchas cosas. Desesperación, nostalgia y una pizca de aliento. Una señora mayor, natural de Jerez, no dejó de repetir aquello de El violín mojado.
Lo hice. Leí Cartoons completo. Además regalé algunos inéditos que aparecen en Faltan. Todo transcurría maravillosamente hasta que se pronunció el nombre del anterior invitado a las lecturas: Luis García Montero.
La poesía, como la vida, es bella (eso dicen). O suele considerarse pura. Los árboles, la luna, el sol, todo lo que uno describe con palabras que llegan al corazón. Grandeza, engaño, falsedad.
Dijeron que mi poesía les había llevado a ningún sitio. No les había transportado. Les gustaba por algo que sabían: su cotidianeidad, crudeza, realidad, existencia.
Antes de terminar, dirigiéndome a todos los asistentes, les dije: “Esta vida es una gran putada. No sé escribir de otra cosa”. La verdad se define con palabras, la mentira y el engaño se hace con ignorancia.