NO se escribe para un tiempo. Aristóteles resolvía el argumento de Parménides. Las desviaciones viajan a las causas y acaban siendo los motivos. Hace mucho escribí que este tiempo que corre no es el mío. Las luchas permanentes con los desvíos y la búsqueda de los matices argumentaron el nacimiento de Una aproximación al desconcierto. Pretendía centrarme en la palabra, buscar las verdaderas y alejar las que no lo son. Logré acercarme a la sustancia. Una aproximación, nada más.
En el desconcierto se generaban sentidos, y los sentidos llevaban a las categorías. Pero en ello la producción natural era imposible. El hombre es limitado, es cualidad, lo falso nos inunda. Y la naturaleza está llena de palabras fingidas, simuladas, inciertas.
Lo que es y lo que no es se presentaban en versos, como demostraciones de un accidente gramático. Deseaba el mayor bien, la plenitud, felicidad o soledad completa. Pero todo lo realizaba involuntariamente. La orfandad del misterio se apoderaba de la aproximación.
La forma de poseer las riquezas manifestadas en poesía eran cualidades opuestas. Un desconcierto.
He buscado la verdad por las esquinas, en los lugares que anduvimos juntos, en los hijos, los compañeros, hasta en la propia injusticia. El propósito se convirtió en elogio y el tiempo en irreverencia.
Todo es uno y hacia todo marcho, en el mismo camino de las almas, de los honores, de los excesos. Enemistades, discusiones, ausencia de crédito. Da igual. La verdad es una y la he visto aunque no la haya alcanzado. Y puede que nunca lo consiga.
La poesía no es una ley, es la ley. Un complejo sin tiempo, verdadero e inmortal.
Intentamos cumplir nuestro destino.