QUEDO muy tranquilo cuando me aparto de lo vulgar, lo que no llena. Aquello que se define tan solo por sus propios actos. No hay que hacer nada extraordinario. Escuchar, leer, observar. Como si contemplara el universo y, en él, los pájaros, los árboles, la naturaleza. Lo que no se representa no existe ante mis ojos.
El sueño de los hombres es superior a sus capacidades. Así, una mosca es cojonera por el hecho de ser mosca, nunca por la definición del adjetivo.
Con el anillo puesto forma y fondo. Quienes se han apartado tendrán razones, maneras de envidiar o justificaciones. He saludado al enemigo con un afectuoso apretón de manos. No hay enemigos, repito en la cabeza, existe lo vulgar, lo que no es. La no poesía.
La diferencia entre poesía y antipoesía no existe. Nunca ha existido. El término es algo así como cojonera en el mundo de los versos. Dice don Nicanor que su nieto es la salvación del universo. Y lo es por las limitaciones del lenguaje.
Gustavo Adolfo Feu derrocha verbigracia. Pero él representa una corriente alterna que permanece continua.
No he visto tanta mentira junta en una reunión de aprendices de poetas. Algunos se limitan a saludar a lo rocambolesco. Te dan la mano y te vacían los bolsillos. El otro día, sin ir más lejos, recordé la última visita a Claudio Rodríguez. Estaba rodeado de aprendices. Los miraba medio aturdido medio ignorante, y de pronto, con esa voz de ángel exterminador lanzó un sobresalto: “¡Tengo los bolsillos vacíos!”.
Ahora estoy mucho más tranquilo. Saludo en la calle a los que siempre me saludan y nunca agacho la cabeza. Sigo diciendo ¡Hola! a las mujeres bellas, a los hombres valientes y a los poetas, a los verdaderos poetas. Lo mismo da que escriban poesía o antipoesía. Eso es lo mismo.