lunes, 23 de enero de 2012


ES la imparcialidad. Los amigos de sus amigos nunca serán mis amigos. Te conformas con poco. Una corte manida de seguidores fieles, que acuden por inercia a tus palabras tristes, y un cajón vacío de vida y de misterio. Sí, es la imparcialidad. 

Cuando hablo con Barrie lo hacemos en otra dimensión. En ese espacio justo donde el cuerpo ha dejado lugar a la conciencia y a la palabra. No hay dolor, ni acaso un sentimiento de maldad, de envidia, de regreso. Como pájaros, nunca nos falta el aire, alcanzamos las nubes, tocamos las copas de los árboles y anidamos en ellos. 

Es la imparcialidad. Todo es verdadero. Hoy he paseado con la nube que tiene forma de poema. Se acercó Juan Ramón para pasar un rato. 

Desde el cielo veía los rostros inertes, el movimiento de las manos de los vivos y el humo que desprenden los coches. He tocado mi cara y no he encontrado nada. Una voz a lo lejos llamaba por mi nombre. Era la propiedad. La vivificación. 

Respiré todo el aire que le faltaba a mi madre. Incluso guardé un poco por si la veía. He dejado el amor en las ventanas, los versos los arrojé a la chimenea, las cartas de Luzbel se las di al jardinero. Tomé un poco de romero, otro tanto de mirto y de lavanda. Desde el cielo el centro del bosque es la imparcialidad. 

Tengo a Barrie a mi izquierda, Juan Ramón a la derecha. Un eco repite cuanto pienso y lo convierte en pájaros. Es la creación, la naturaleza, el respeto a la literatura. 

Ha dicho el jardinero que plantará las cartas junto al árbol de dios. Le gustará.