SEVILLA es una ciudad inculta, ordinaria y cateta. De día nos pela el alma y de noche la tibia. No hay misión inconfesable, ni argumentos, ni pasión. Se debe definir como una torre muy alta donde habitan los no sinceros.
Aprendo del silencio. Cada día más, es la esencia del arte, el oficio de saberse equilibrado y armónico.
Sevilla es la ciudad donde no se debe vivir, donde no se sabe existir. Su belleza se describe pero no se recomienda. Su pasión se desata pero nunca culmina.
La belleza siempre tiende a esa fórmula cerrada de círculos y propósitos. Me siento ahora con dificultad en una silla y observo la verticalidad. El nacimiento de la ignorancia es un lugar inacabado, con ausencia de todo, como esta ciudad dormida que no entiende (nunca lo hará) que los maestros vienen y pasan a su lado sin hacer ruido.
Se conoce lo que se revela, pero los sevillanos no están dotados de presencias y de correlación. Ellos están sobrados del punto de la causalidad, lo que es a priori. Necios, vagos e ignorantes. Sevillanos al fin y al cabo.
Y así es todo lo indescifrable. Cuando se vive en la angustia se pierde el centro. Desaparece el lenguaje, se escapa la palabra.
Al filo de la aurora aparece Sevilla. Te cambio un acto humano por una respuesta. Un problema por la suerte. Se hace tarde. La pasión por la vida se baña en el Guadalquivir. ¡Qué silencioso diálogo! Tengo mucho frío.