domingo, 29 de enero de 2012


HAY un poema en un libro de Leopardi que suelo recitar en los momentos tristes. Ocurre que en la felicidad, ese estado de gracias que recorre las horas de los iniciados, repito algunos versos.

Desde la silla donde estoy sentado (que soportó las últimas horas de Pound) contemplo la puerta de madera y unos cuadros antiguos con marcos clásicos, un viejo botellero hoy vacío, cinco velas, varios pitos de carnaval y un dibujo sobre mi persona que envió Mora Fandos por correo y llegó en buen estado.

Estoy en Recanati. Homero, Dante, Catulo y un poco de Confucio me acompañan. De Recanati a Venecia hay poco tiempo en coche. Estos italianos conducen de sobremanera.

Se anega el pensamiento, es una inmensidad. Leopardi no es la muerte, es la poesía. La muerte no es un mal, libera al hombre de todos esos males. Con los bienes, la muerte se lleva los deseos.

Es como los matices. Cuando encuentras uno y logras atraparlo, se lleva los desvíos. El anhelo de Safo, el alma y sus batallas.

Hay un poeta que ama el mes de junio. Hasta Unamuno le veneró. Yo lo veo sin pesimismo, hombre de bien, amores imposibles, lo que ocurre en la vida. Porque todo es igual y tú lo sabes.