sábado, 7 de septiembre de 2013

El desorden y la alteración




Saúl temblaba cuando recordábamos el primer encuentro en el banco de san Clemente. Nuestros vínculos fueron sagrados antes y después del incidente. La admiración que sentía por el ángel negro se iba incrementando en las conversaciones, como el ímpetu o la justificación.

Cerraba los ojos y estaba con él en Atenas, un diálogo filosófico inundaba la fogosidad, la idea y la forma. Los jóvenes que se nos acercaban venían de la noble mentira, de la falsa promesa. A ellos la dama blanca los declaraba como una causa errante, no poetas retóricos, hijos de la filología.

No comprendían el fondo natural, el punto de partida del camino hacia el centro, la confusión, el caos y el lenguaje cotidiano. Nunca asimilaron el conocimiento superior. Saúl recomenzaba y con ello su desgaste se hacía más y más pronunciado.

Saúl permanecía absorto en sus pensamientos, en la belleza, la virtud y el orden.

Hagamos todo con identidad. El reflejo del amanecer es eterno, las estrellas lloran en la proximidad, en la naturaleza somos auténticos, verdaderos, maleables, la poesía se convierte en dejar de ser, nunca en imitación.

Hay un pájaro que, en movimiento, deja de respirar. Es el desorden y la alteración. La vida misma.