jueves, 19 de septiembre de 2013

Sutil




Los indolentes existen y son sabios. Determinan la virtud como el amor a la naturaleza, la razón como un ejercicio de contemplación y la identidad como dejar de ser para poder ser.

Si aparecen les enseño las líneas de mis manos y comienzo a bailar. El baile es la terapia que configura el acuerdo entre lo justo y lo injusto.

La correspondencia que mantengo con Saúl es muy parecida a la que fomento con Platón en los instantes críticos. Miro las manos y las líneas viajan con las estrellas.

Escapo del faro Camarinal para siempre. Camino hacia Bolonia. Después de un tiempo infinito llego a Valdevaqueros. Sigo a la luz. Solo a la luz. Aparecen indolentes por todas partes. Evitan que desvele su secreto, el misterio que se convierte en incidente, el acontecimiento que justifica, con veracidad, que la poesía contemporánea es divagación, errar, vagar con la vergüenza del propio secreto. Lo miserable de la vida es abandonar las leyes, los hombres se deshumanizan, los no poetas no responden. Desconocen la respuesta.

Las líneas de las manos van tomando la dimensión del odio. Enrojecen las palmas. Sin paciencia tomo un puñado de arena caliente de la playa que arrojo sobre el conocimiento. El alma no capacita a nadie para ser expulsado al laberinto.

El indolente número 33, que en realidad es el 6, me aguarda en la orilla sentado. Pregunta si el deseo es memoria, si la conformidad es relación, si la opinión es algo grande o pequeño. Utilizo la poca energía que mantengo y respondo:

La poesía es mucho más sutil.