martes, 3 de septiembre de 2013

El discurso y el orden





La madrugada se ha visto interrumpida por el llanto desesperado de un niño. Era un congojo, no concebía esperanzas. Acudí al indolente número 30, el que ejerce la curación con las propias manos. Sus dedos reflejaron luces, una iluminación blanca. Sin apoyar las manos en el niño el indolente paseo las palmas por su cuerpo. El niño remitió en su locura y siguió dormido con placidez.

Lloramos para crecer, amamos para aprender. Y seguimos las causas que las normas contienen, la identidad personal es miseria en sí mismo, orden universal, ausencia de reconciliación.

Siempre viene la luz en la locura, es el tránsito estable, la gloria de la contemplación.

Aunque deseo partir la fuerza que trasladan los indolentes me apasiona. Ellos son la esperanza, el discurso y el orden, la auténtica poesía.

Los indolentes pretenden enseñar aquello que empezaron, administran el razonamiento, todos nacemos de nuestros contrarios, es el caos, lo que podía haber sido, no ser para ser.

Apenas oigo nada, falta estabilidad, dignidad, venganza. Fumo para vaciar el cenicero de colillas.